martes, 30 de noviembre de 2021

SILENCIOS DE ASCENSOR, por Gloria Acosta.

 



 

Se acabó, de hoy no pasa. La frase que a diario repetía  mientras se ajustaba la corbata parecía haber perdido toda semántica. Debo darme prisa. Aguzó el oído pero no percibió señal alguna. No ha salido, estoy seguro. Apretó la oreja contra la pared y permaneció inmóvil reteniendo la respiración, como si el bombeo de su pecho fuera a delatarle. Al otro lado el silencio le inquietó. Aún no es la hora, es imposible que se haya ido. Una cisterna derramó el agua y un sutil taconeo se alejó por un momento. Está a punto, todavía tengo un par de minutos. Corrió al baño y decidió probar otro perfume. Este es más juvenil. Para un hombre dinámico y atrevido, rezaba en la caja. ¿Un poco también en el cuello de la chaqueta? Mejor no, es un espacio pequeño, podría provocarle rechazo, o tal vez ¿la atraeré hasta rozar mi cuello? Sonrió infatuosamente ante el espejo. Su imaginación recorrió una vez más los territorios ignotos del mapa femenino, concitando una delectación cálida que de inmediato notó en la entrepierna. Apartó la ensoñación al devolverle el espejo el rubor lascivo que le apabullaba cada mañana. Este orate no es propio de un caballero. La invitaré a un café, lo estará deseando seguro. ¿Y si no toma?, entonces un té , seguro que ella es más de té, tan refinada y elegante, y luego un paseo por el parque. Nos sentaremos en el banco del fondo y le explicaré las bondades de las especies arbóreas autóctonas, nos acercaremos al estanque a ver los patos y lanzaremos migas de pan. Sí, aquí está en el bolsillo. Le contaré los beneficios de mi reciente jubilación, hablaré de mis virtudes y exquisita educación, aunque eso ya lo ha notado. No debo parecer petulante, pero tampoco apocado. Ella me hablará de su trabajo y lo agotada que llega  a casa cada tarde para luego relajarse con un baño bien caliente. Yo pondré cara de cándido. No diré que a esa hora, mientras escucho el agua de su bañera, también me sumerjo en la mía y cierro los ojos para verla, para enjabonar su espalda y envolverla en la toalla hasta que su cuerpo seco repose en el mío, amartelados.

El taconeo enérgico recorrió el pasillo acercándose hasta arrebatarle el onanismo mental. La llave giró dos veces. Era la señal. Dijo adiós a su madre y descorrió el fechillo. Ella había pulsado ya la llamada al ascensor. La miró arrobado. ¿Qué podría ofrecerle yo? ¿una pensión de funcionario y una madre enferma? Habrá tenido parejas meritorias, seguro que le habrán hecho gozar con el sexo, en cambio yo, pobre diablo, soy un desastre en la cama, eso seguro, por algo estoy solo.

—Buenos días, ¿al bajo?

—Sí, gracias.

 

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