domingo, 30 de mayo de 2021

LA NEGRA HENRIETTA, por Dori Hernández Montalbán.

 



Henrietta es una negra de ojos grandes color negro  mineral, brillantes y profundos; sombreados por unas hermosas pestañas. De pómulos prominentes, mentón firme, gruesos labios, y pelo ensortijado que recoge con un pañuelo primorosamente anudado.

Fue capturada en algún lugar del África Occidental, traída en una vieja goleta como tantos otros y vendida al mejor postor en los mercados de esclavos de Luisiana, Nueva Orleans.  Esclava en una plantación de azúcar, algodón y tabaco.

Es Domingo. Henrietta prende unas astillas detrás del barracón, y pone a cocer  en el caldero unas mazorcas de maíz. Mazorcas por toda comida, se lamenta. Y la prole de negritos cada día más numerosa.

Sus pechos, grandes como cántaros ya no pueden amamantar, pasó el tiempo de lactancia. Sus hijos, muy crecidos ya, trabajan en la plantación. Aunque no hace mucho que perdió su esbelta figura, ahora se ve como una negra oronda “mamis” de todos los negritos de la plantación. Y aunque sus pechos no dan leche, siente la obligación de alimentarlos, al fin y al cabo todos son hijos de la plantación.

Ahora, mira la llama impertérrita, como hipnotizada, mientras llegan los muchachos. Todo lo quisiera ver en la llama: presente, pasado, futuro, lo que ve y lo que no puede ver.

Los niños van llegando poco a poco. Cada uno de ellos aporta lo que buenamente consigue: unas batatas, nueces, con suerte algo de pescado o carne. Con todo ello, la  negra Henrietta les hará un buen guiso que repartirán y comerán  en fraternal hermandad.

Aleluya. Aleluya.

Mientras comen, conversan y disfrutan de las historias que Henrietta les cuenta, cuentos  de esclavitud y estrategias de supervivencia.

Los amos se lo permiten porque creen que una vez a la semana  no les vendrá mal algo de educación cristiana. Esto es lo que los amos piensan que hace Henrietta; por eso, a cada tanto, les hace repetir en voz alta aleluyas y batir de palmas muy bien acompasadas.

Henrietta pregunta a la asamblea: Y bien, muchachos, ¿Qué pasó de nuevo por el mundo?

El pequeño Moss, responde aún con la boca llena: La señora Sunner, ha dicho al ama que hoy compró una nueva sirvienta y que piensa que le ha salvado la vida pues llegó enferma, una criatura más arrebatada de las manos del diablo.

Aleluya. Aleluya.

Otro de los muchachos pregunta: Nana Henrietta, tú viniste también en un barco?

Bueno, digamos que me trajeron en un barco podrido y pestilente. -Henrietta arruga la nariz y los niños ríen, baten palmas y cantan aleluyas.

Henrietta, habla en ocasiones en tercera persona, sobre todo cuando se refiere a ella misma o a asuntos que la conciernen  -Así fue muchacho, todavía recuerda la negra Henrietta su tierra del  sol  eterno, sus gigantescos árboles… sus pies descalzos bailando con las lluvias. Sí señor, la nariz de ésta negra recuerda el olor a peces, a sal, a oxido, a madera podrida  y  el olor inmundo de la bodega de aquel barco, y el sudor agrio de muchos cuerpos  hacinados, apretados como granos de maíz.

Aleluya. Aleluya.

Esta negra vio de niña los caballos veloces, con sus trajes de rayas blancas y negras, vio al monstruoso cuerno gigante, y al gato trepador de árboles. Hasta que un mal día llegaron los negreros me capturaron y me pusieron grillos en los pies, y después me compró el amo y ya todo fue vida de esclavitud. Esta negra, desde entonces, no ha parado de hacer trabajos. Limpia todo, guisa, despluma aves, da betún a los zapatos, trabaja en los campos, amamanta a sus hijos y a los hijos del ama cuando no puede, y se somete a las necesidades del amo. Pero la negra Henrietta no se queja, no Señor, siempre tuvo  ésta negra buena piel para soportar el duro sol.

Aleluya. Aleluya.

Pero el Señor todopoderoso quiso que llegara un buen día, y ese día llegó, y ésta negra conoció a un apuesto negro cimarrón, marcado con hierro candente. Y esta negra, le amó con toda su alma y tuvo hijos para la plantación, pero el amo no vio nunca con buenos ojos que mi negro me visitara, por eso mandó capturarlo. Y lo persiguieron, y me lo mataron…

Se hizo un largo silencio, hasta que comenzaron a cantar Aleluyas.

El pequeño Moss, viendo que Henrietta se entristecía por momentos, se acerco a ella y le hizo una petición más, -¿Nos cuentas una vez más como son los árboles gigantes allá en el África?

- Eran los árboles más hermosos de la tierra, tenían preciosas ramas y robustas hojas.  Todos los admiraban, así es que los dioses les permitieron crecer cada vez más y más,  y vivir por muchos años, hasta que un día aquellos árboles quisieron ser como los dioses, incluso superiores a  ellos, crecieron tanto que ensombrecieron a las otras plantas más pequeñas, condenándolas a la oscuridad, pues  ya no podían ver el sol. Así que los dioses los castigaron volviéndolos del revés. Sus preciosas hojas quedaron ocultas en la tierra y sus raíces crecieron hacia el cielo. Y de este modo dejaron luz a las plantas y su sombra alivió del calor.

Aleluya. Aleluya.

Y eso que pasó con el baobab  podría pasar con el amo blanco? Todos celebraron la ocurrencia con grandes risotadas, al fin Henrietta respondió: No sé, no sé  muchachito, todo podría pasar porque el amo es bastante alto, pero tendrá que pasar algún tiempo, para que a ese larguirucho se le vuelva el pelo  blanco y los huesos mondos,  y se le arrugue la piel como a una patata vieja, pero mientras eso ocurre tú mantente alejado de él. Tal vez algún día  el amo muera de viejo, y entonces puede que  podáis salir de aquí para construir una cabaña de tablas cerca del Misisipi

Y por qué a orillas del Misisipi?

Porque allí es donde acaban todos los negros cimarrones para vivir como hombres libres.

Amen, Aleluya.

Y  de este modo, domingo tras domingo, generación tras generación, los descendientes de la negra Henrietta, continuaron reuniéndose alrededor del fuego hasta  los tiempos en que se abolió la esclavitud en la región y aún después de esto.      

 


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