sábado, 24 de octubre de 2020

FLORES IMPERFECTAS , por Gloria Acosta.

 



Leyó de nuevo la nota.

La megafonía anunció la salida del vuelo. Aún estaba a tiempo de echarse atrás.

¿Seguro que es de mi padre?

Su tía no respondió. La letra infantil y temblorosa lo delataba. Veinte años esperando aquella llamada.

Vuelve.

Solo una palabra y con ella el recuerdo de un destierro, una mano encallecida cerrando una puerta y una madre temerosa tras los cristales. Luego el mar bajo las alas, la isla perdiéndose, desapareciendo entre el desarraigo y la rabia, y más tarde aquella tierra árida, desconocida, inquietante.

 

Y ella

Todavía es un niño, no te lo lleves al campo tan temprano.

Y él

Que se deje de florecitas y trabaje como un hombre.

Y ellos

Tu mujer lo tiene amariconado, tráelo con nosotros al bar.

 

El avión se elevó y tendidos quedaron la ciudad, su velo turbio, la gran meseta. Cerró los ojos con intención de dormir las dos horas y media. No quería pensar, arrepentirse.

 

Y él

Deja el jardín y ayúdame con los sacos.

Y ella

Me está preparando los ramos.

Y ellos

A quién habrá salido ese chico.

 

El zumbido soporífero le trajo una entrevela donde los pensamientos se sucedieron sin más propósito que fastidiar al sueño. Analizó sus sentimientos en busca del resquemor de los primeros años fuera de casa, quizá con la intención de acorazar el regreso, de no claudicar ante el viejo, pero solo encontró el vacío de un silencio mantenido en el tiempo, un pozo que no merecía dragar. El recuerdo de la noticia de la muerte de su madre consiguió suscitar un momento proceloso que apartó de inmediato con un trago de agua.

El comandante anunció la aproximación al aeropuerto y deleitó al pasaje acerca de las bondades de la isla que estaban a punto de pisar. Fue en ese momento cuando reconoció el temblor en las piernas y la opresión en el estómago. Los perfiles de su infancia  se abrieron sobre el mar añorado.

 

Y ellos

Ven  guapito que tenemos una diadema de flores para ti.

Y él

Mañana arrancaré el jardín, quiero ampliar la huerta.

Y ella

¿Para qué quieres más frutales?

 

Luego los años sin flores, sin risas, sin espejos.

Recogió su equipaje y vomitó en el váter.

Mandó parar el taxi al comienzo del camino que el tiempo había transformado en asfalto.Quería recorrer los últimos metros a pie, necesitaba respirar, tranquilizarse. Pensó en las cosas que diría, en los reproches que esperaban en la recámara de un tiempo inane.

A medida que el paisaje se volvía familiar la memoria jugó unas cartas inesperadas. Aparecieron los juegos, la guataca horadando la huerta, los sacos de papas sobre los hombros, el mar bravío del norte enredado entre los brazos del hombre fortaleza, el padre protector.

Giró en el último recodo y divisó la casa.

 Se detuvo.

 Soltó la traba del pelo y sacudió su cabellera; alisó con premura la falda y dedicó una mirada rápida a su cuerpo. Había dudado en qué ponerse, pero la imagen que desde hacía tiempo  reconocía de sí misma le infundió la seguridad que necesitaba en el escaso metro que la separaba de su infancia.

De pronto le sorprendió el jardín. El esplendor de los años entre las flores derrumbó el último muro. Y allí, en la puerta, apareció él. Pequeño, viejo, frágil, sonriendo con un ramo de estrelitzias.

 

 

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