Entre flor y flor, los pasos son colmo de incertidumbre,
polvo, humo, nada.
Desde la ingenuidad, con engaño, buscamos la reposada belleza
de las flores,
el gozo de su perfume,
el matiz tribal de sus pétalos.
Tal vez, inventar violetas enraizadas en desabrigados oasis,
o hallar entretelas de ternura,
humildes margaritas bordando los hilos del viento.
Y ¿Por qué no?
Hurtarle al alba sus rosas, silentes y palpitantes,
o adornar los atardeceres con someros jazmines.
Aunque de sol a sol, es tiempo de espanto,
hay un avispero de máscaras transitando a solas.
Grotescas caretas inmolando los gestos.
Semblantes impenetrables,
cejas confinadas al abismo,
monstruos de ásperas miradas aprisionadas.
¡Ah! las venas desiertas de sueños,
inmersas en ese olor oscurecido que escupe la tristeza,
fecundando mansa paciencia.
¡Ah! las flores, las flores nuevas,
infalibles hijas del sol, sol que no ha muerto.
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