Qué sería de los niños ricos si no fuera por las sirvientas, que les
ponen en contacto con la verdad y la emoción del pueblo (F. García Lorca).
De Vicenta, “la tata” apenas se sabía
nada, excepto mi amigo: el menor de los hermanos Boris Esteo, un reputado
periodista internacional al que ella había criado y dedicado todo su tiempo.
Él, era el único que había tenido acceso a los secretos de su vida y al
territorio restringido de su habitación: un cuartillo situado en el ala
izquierda de la madrileña residencia familiar de Atocha. Vicenta no tenía
familia y en aquel habitáculo de apenas cuatro metros cuadrados, una cama de
uno cinco, mesita de noche y lamparita de 100 vatios, había transcurrido la
mayor parte de su vida, una vida sobria y dedicada por entero a cuidar los
hijos de otros.
Lo que le había llamado siempre la
atención a Carlos, según me contó el día del funeral, fue el grabado de un
elefante indio primorosamente enmarcado que Vicenta tenía colgado en la
cabecera de su cama junto al crucifijo: un elefante aparejado con infinidad de
adornos y abalorios ceremoniales.
Carlos, visiblemente afectado, me
mostró a propósito de la agradable impresión que me causó el grabado del
elefante, la tarde que entró por primera vez a aquella habitación: lo recuerdo
como si fuera ayer, Vicenta me dijo:
-
Pasa,
Carlitos ¿te gusta el elefante eh?, Un día tú viajarás a la India y me traerás
unas alfombras tan bonitas como las de este elefante verdad?.
-
Sí,
Vicenta, creo que podré ir con mi padre.
-
¿Con
tu padre? No, irás tú sólo, porque para entonces serás ya un hombre.
Carlos al parecer, fue uno de esos
niños curiosos que inspeccionan todo, observan y preguntan hasta la saciedad y
pueden resultar un poco coñazos, bueno pero no me desvío del tema. Otra de las
cosas que le intrigaba, me dijo, era un monedero muy colorido de pellizco que
al parecer Vicenta tenía siempre abierto encima de su mesita de noche.
-
Vicenta
¿Para qué quieres el monedero?.
-
Qué
preguntas tienes Carlitos, pues para guardar la calderilla.
-
Pero
si está siempre vacío.
-
Siempre
vacío ¿y tú cómo lo sabes?, claro, eso es porque en los monederos se pueden
guardar otras cosas además de dinero.
-
¿Cómo
qué?
-
Pues,
besos por ejemplo.
La tata Vicenta fue siempre perita en
besos ¿sabes?, sostenía que los besos alimentan. Decía que hay besos
“guácharos” que son los que se dan juntando mucho los labios como si fueras a
silbar o chupando como cuando se toma limonada con pajita, y se llaman
guacharos porque suenan como el piar de los guácharos en el nido reclamando
alimento. Besos de pato, que se dan metiendo hacia dentro los labios, abriendo
y cerrando la mandíbula como hacen los patos. Son besos tiernos, juguetones,
que según ella, debían dárselos padres y los hijos durante la siesta del
verano. Besos de gato que se dan apenas con la puntita de la lengua asomada
entra los labios, como mojando un pincel en agua clara. Y, en fin, todo un
animalario de besos que debían dar las madres a sus hijos para mejor repartir
el amor que les sobra.
-
¿El
amor sobra, Vicenta?.
-
Siempre,
Carlitos, no lo olvides nunca, por mucho que des, siempre te queda más.
-
¿Y
cómo son los besos que guardas en tu monedero?
Son aquellos que se me han quedado
encerrados en las manos porque cuando me los dieron no supe qué hacer con
ellos. También guardo algunos besos remilgados, protocolarios, de esos que se
dan apenas rozando el rostro con el del otro, dados a gente de la que una
espera otra cosa. Y también el único beso de amor que me han dado en la vida.
-
¿Cómo
son los besos de amor Vicenta?
-
Son
los únicos que se dan con el alma, además de con la boca. Se distinguen de los
otros porque nacen del apresurado latido del corazón, revolotean después en el
estómago como las mariposas, suben hacia el pecho y finalmente los labios le
ayudan a llegar a su destino.
-
¿Y
por qué dejas el monedero abierto? Se te van a escapar todos…
-
Es
que el quid de la cuestión está precisamente ahí Carlitos, en dejar el monedero
abierto para que los besos puedan entrar y salir, ir y venir.
Así era Vicenta.
-
En
fin Carlos, me ha encantado verte después de tanto tiempo y ahora qué planes
tienes?.
-
Me
han dado a elegir entre quedarme aquí o en la corresponsalía de Singapur.
-
¿Y
qué vas a hacer, te quedarás no?
Esta mañana he ido a despedirlo al
aeropuerto, se va a Nueva Deli de corresponsal. Y al preguntarle ¿por qué a
Nueva Deli? Me ha respondido que lo lleva hasta allí un asunto de vital
importancia: comprar una alfombra, un encargo que Vicenta le hizo cuando
todavía era un niño. Volviendo para casa pensé: ¡este tío es la ostia!.