Yo me duermo entre las flores de tu pelo
cuando hablan mediodías al oído.
Tú me rodeas con un dedo índice
dibujando en el aire secretos
entre las sombras,
El hervidero de un
mes de agosto enfermizo.
Es un nido de fuertes vientos en mi cabeza,
sobornando el cielo o en infierno a su antojo,
escondiendo el botín
en la fisura invisible
del verbo al cometerlo.
Ella, bendita luna, un trabalenguas entre palabras y versos,
paredes.
¿Y nosotros? ¿Dónde estamos? ¿Dónde caminamos descalzos
hacia el lugar que maniatamos como santo?
Ellos dejaron de ser nosotros.
A ser ella, a ser tú, a influir en el yo, a ser nada
comparado con la tierra que mueve los mártires.
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