Me enorgullece el título de
animal en mi vida
pero en el animal humano
persevero.
Y busco en mi cuerpo lo más puro
que anida
bajo tanta maleza con su valor
primero.
(Miguel Hernández)
Cautiva en mí, en mi animal
recogida, viajo por territorios inefables, me ausento ensimismado, sonrío con
la sonrisa que me presta. Escucho su agitada respiración, no es víscera ni
cartílago la causa, tal vez sea dolor, el dolor que lo enfurece, el miedo que
le produce nauseas. Pero yo nada sé, nada puedo saber salvo que se despierta
mientras duerme. Él fue antes que yo, antes que éste cuerpo y ésta voz. Se
esconde en mi sangre susurrando.
En ocasiones me salva, me
rescata, acude en mi ayuda, otras me borra, me anula, me aniquila. No puede
huir porque su esencia es eterna, conoce la naturaleza de lo eterno y lo
prefiere a la muerte.
Es un hambriento orgulloso que
cree doblegar su hambre, pero se engaña, nada doblega, nada manda, su hambre no
es más que impotencia disfrazada. Desamparo, silencio. La lluvia lo hipnotiza,
abre agujeros en la tierra y allí encierra su dolor. El camino junto a él
siempre es un balanceo. Ahora los dedos no me responden, sé que él está
tensando mis tendones, no quiere que escriba esto. Con frecuencia sostengo su
cabeza con mi mano derecha, eso lo tranquiliza. Habla un lenguaje de arena que
se desmorona, como no comprendo sus palabras, las recojo y las voy guardando en
raros recipientes de cristal. Tengo la certeza de que nunca nos encontraremos.
Vaga perdido entre los pliegues de mi piel. Se oculta en mi retina deslizándose
por las finísimas venas del ojo. Camina en la cuerda floja de la culpa. Se
ahoga, respira con dificultad. Es la herida, su herida que es mi misma herida
abierta que sangra. Todavía recuerda el grito y la sangre. Su estirpe
reencarnada en hombres, en poetas ciegos, no podrá defenderlo de su propia ira.
Desconfía del ser humano porque en otro tiempo, el animal que me habita, vio
giralunas hirientes al borde del camino, madrugadas de incienso y metralla.
Pero eso no importa ya, se dice, como repitiendo un mantra: nada importa ya
pues todo lo borró la belleza.
Nació bajo el estigma de la
nieve, y en la nieve tiene puesta toda su esperanza. Errabundo, solitario,
levantisco y rebelde viaja en constante metamorfosis por el tiempo y el espacio
sin poder renunciar a su identidad atávica. Subido a las manecillas del gran
reloj cósmico, no para de dar vueltas buscando siempre el lugar en donde nacen
los vientos. El animal que me habita recuerda y echa en falta a otra criatura
también sin nada por la nieve y la pobreza. Con frecuencia me habla del futuro,
de las bellas flores que lloverán sobre nuestras cabezas el día en que los
hombres partan camino del éxodo definitivo y no quepa en ellos más emoción que
la nostalgia. Suenan las notas, sólo yo puedo oírlas, es el latido de su
corazón, música líquida sobre la luna. Él da luz a mi sombra. El animal que ha
vivido de cerca el infierno, te adivina rápidamente las intenciones, no se anda
con rodeos, es de una claridad diáfana, sabe que el hombre confunde con
demasiada frecuencia la libertad y el sentido de la compasión con la locura. Por
tanto, este animal ciego y loco en el que me constituyo busca a tientas un
lugar donde apaciguar su fiera, lo más lejos posible del hombre. Le basta
apenas un gemido, un sollozo para orientarse y continuar su andadura antes que
la oscuridad lo devore, para cuando esto suceda, sus crías ya estarán a salvo,
por eso sé que mi animal es un animal herido y duerme siempre con los ojos
abiertos.
Si que es verdad que es música liquida sobre la luna. Me gusta mucho.Enhorabuena.
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