sábado, 14 de noviembre de 2015

Belleza indolente, por NURIA HERNÁNDEZ.

Cerraron sus ojos 
que aún tenía abiertos, 
taparon su cara 
con un blanco lienzo, 
y unos sollozando, 
otros en silencio, 
de la triste alcoba 
todos se salieron. 

(Gustavo A. Becquer)





Despertaba el día, 
y, a su albor primero, 

con sus mil ruidos 

despertaba el pueblo. 

Ante aquel contraste 
de vida y misterio, 
de luz y tinieblas, 
yo pensé un momento: 
¡Dios mío, qué solos 
se quedan los muertos! 



(Gustavo A. Becquer)






Al dar de las Ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron,
y el santo recinto
quedóse desierto. 

(Gustavo A. Becquer)






La noche se entraba, 
el sol se había puesto: 

perdido en las sombras 

yo pensé un momento: 

¡Dios mío, qué solos 

se quedan los muertos! 

(Gustavo A. Becquer)




Vuelve el polvo al polvo? 
¿Vuela el alma al cielo? 
¿Todo es sin espíritu, 
podredumbre y cieno? 
No sé; pero hay algo 
que explicar no puedo, 
algo que repugna 
aunque es fuerza hacerlo, 
el dejar tan tristes, 
tan solos los muertos.

(G. Adolfo Becquer)




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