viernes, 14 de septiembre de 2018

TRIÁNGULO, por Marian Orruño Touzón.




Cada vez que se veían, un petardo estallaba en su mente; la miraba, no se resistía a ella, ni ella a ella, era como ver una película de violencia, no querer apartar la vista del atacante ni del atacado...
Aquel maldito funeral de uno de los parientes lejanos de Luis, lejanos y no tanto y no era de extrañar que muriese uno al mes, tenía tantos, a esa velocidad, en pocos años, ambos quedarían libres de funerales. Se hacían mayores a un tiempo, y es un eufemismo el calificativo cambiando de sentido la palabra, viejos la realidad, viejos como un mueble, una pared desconchada, un electrodoméstico; cargados de hombros, agotados, sedientos de paz, descansaban.
Y en uno de aquellos infinitos funerales, conocimos a Lucia y no es que Lucia fuese de la familia  de Luis, acompañaba a una prima indirecta del muerto a participar en ese adiós impuesto en la sociedad de todos los tiempos, civilizada o no, antigua o moderna, absurda costumbre por otra parte, porque pareciendo un homenaje al muerto, precisamente el destinatario es quien no lo disfruta, frío e inmovilizado, no está para celebraciones y resulta, en lugar de un homenaje, un encuentro informal de familia y conocidos y habitualmente terminado en comida, cena o cuando menos en una ronda de vinos por los bares de los alrededores.
No hacía dos meses de casados y un año de relación, aún no habían discutido seriamente, aún no tenían hijos, aún no habían pagado el piso, aún nada, aún...
La conocieron aquel mismo día, el mismo que despedían al muerto, dijo llamarse Lucia y no recordaba cómo fue el encuentro con ella, en qué momento tomaron contacto, ni la razón que hubo para ello.
Lucia le resultó una mujer atrayente convirtiéndose en su mejor amiga, fue recíproco, una especie de flechazo, su gusto por la música, el teatro, la lectura, el cine, coincidían, fue un punto de inflexión entre ambas. Me dijo que nunca había conocido a nadie como yo, fue a los pocos días, muy rotunda aquella afirmación poniéndola en guardia, no obstante siguió en la conveniencia de su amistad... Lucia era soltera, sin compromiso y sin ninguna gana de tenerlo...
Cómo pensar, ni por un momento, que su marido, algún tiempo después, tendría un lío con ella. Canallas infieles! Pero al fin a los dos amaba, a Lucia y a su marido, casi los encontró al tiempo, no hubo demasiado espacio entre ella y él, su marido y Lucia.
Lucia estaba celosa de Luis, él también lo estaba de ella, el uno de la otra, la otra del uno... Lucia quiso saber cómo hacía sexo con su mujer, deseaba pulsar ese registro en el que te das hasta el fondo. Nunca había tenido relación con un hombre y deseaba tocar el cuerpo que ella tocaba, al fin deseaba sentirla en esa acción de entrega.
Intuyó desde un principio que a Lucia le gustaban las mujeres, la forma de decir, de hacer, de mirar y no es que tuviesen una conversación al respecto, para Lucia resultaba una pesada cruz su tendencia, no se manifestaba abiertamente, odiaba lo que era y no podía cambiar, lo acarreaba en absoluto silencio. Una tarde en una de sus habituales borracheras, Lucia le confesó haber estado enamorada de una compañera de instituto, se fueron de vacaciones y ocurrió... Eran habituales sus confesiones en aquel estado.
Lo bueno de sus borracheras, era que nunca recordaba qué había hecho o confesado al regresar a aquellos pequeños espacios sobrios...; por lo demás, no resultaba un inconveniente, todo lo contrario, su carácter agrio, malhumorado y violento, la hubiesen hecho reaccionar de manera negativa al enterarse de sus confesiones, un cataclismo dado su carácter. Pero en fin, la soportaba, aguantaba sus insoportables estados, sentía pena por ella, por su soledad y sobre todo porque de otra manera, no hubiese tenido nadie con quien compartir aquellos aficiones compartidas por ambas.
En fin, ocurrió y fue de pésimo gusto, su marido no se enteró de la pretensión de Lucia, cómo lo iba a saber si es que cuando a un hombre se le ofrece algo así..., le tiene sin cuidado el fin buscado por la otra, ya sea dinero o algo más oscuro y fue directo como un toro Miura y Lucia hizo porque se enterara, y no entendía cómo se las ingenió con su virginidad y el otro sin enterarse de la magnífica oportunidad que se le brindó de desflorar a una mujer, madura y poco atractiva y con un acentuado toque masculino, sin embargo lo hizo, porque una vagina es una vagina, venga de quien venga y al enterarse por azar, sufrió, algo que iba incluido en la intención, además de enterarse de lo que le daba Luis, tres o cuatro días a la semana y no podía darle ella...  
Por costumbre sigo yendo a esos insoportables funerales, no sé por qué voy y no lo hago por encontrarme con Luis, dejó de ir hace mucho, lo olvidé, ni con Lucia que sigue yendo; alguna vez la veo, creo que va por encontrarme en ellos. Nos miramos,  nos escrutamos, sólo eso...

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