viernes, 14 de septiembre de 2018

RIVALES, por Lourdes Páez Morales.



Cada vez que se veían… ¡Ay, qué cabezonería la de ambos! Cada vez que Pedro y Miguel Ángel se veían, cruzaban a la otra acera por miedo a volver a enzarzarse y pegarse en medio de la calle. Ninguno de los dos había querido ni podidoolvidar el incidente en el Jardín de San Marcos, donde Bertoldo, conocedor del carácter pendenciero de ambos, se había visto obligado que separarlos a fin de que no acabara corriendo la sangre entre los jóvenes. Aquella misma mañana, Miguel Ángel había tenido la osadía de hacer la visita a palacio que los dos habían convenido hacer juntos para ofrecer sus credenciales como pintor y escultor respectivamente. La fanfarronería de Miguel Ángel al vender su buen hacer en los dos oficios molestó tanto a Pedro, tres años mayor que él, y a quien debería haber correspondido la preferencia del ofrecimiento de sus servicios a Lorenzo el Magnífico como escultor, que su amistad de años se desvaneció entre los frondes de helechos que les rodeaban.
A partir de aquel día, en todas las calles de Florencia el paso de Pedro suscitaba risas y comentarios maliciosos en voz baja. Algunos encuentros públicos entre ambos habían terminado en sonados tumultos que escandalizaban y divertían a partes iguales a la malévola sociedad florentina. Tras la llamada de ambos al orden por parte de los Médicis, hubo un período de contención que cesó en 1491 con un encontronazo fortuito entre Miguel Ángel y Pedro en la Capilla Brancacci. Un importante encargo escultórico al primero por parte de Lorenzo el Magnífico fue el detonante de la pelea. El resultado: la nariz rota que obsesionó a Miguel Ángel y acabó plasmando en sus autorretratos y en un verso –“Mi rostro tiene la forma del miedo” y la otra parte expulsada de la ciudad.
Pedro pasó el resto de su vida penando por su desdicha. Dejaba atrás su querida Florencia, su sueño de ser escultor en la cuna del arte; en un peregrinar que le llevó a Inglaterra y finalmente a España. En Sevilla, víctima de nuevo de su ira, murió en una húmeda e ínfima celda del castillo de la Inquisición. Dicen que lo encontraron inerte, con los ojos fijos mirando al cielo a través del ventanuco… Soñando quizá con salir volando de nuevo hacia la Toscana.

Benvenuto Cellini y Giorgio Vasari recogen en sus escritos la anécdota de la pelea en la que Pedro Pietro Torrigiano rompió la nariz a Miguel Ángel Michelangelo Buonarroti− al principio de sus carreras. No sabemos con certeza cuál fue el escenario de la disputa.


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