viernes, 14 de abril de 2017

Felix Torán (Escritor y Dr. en Ingeniería)



Saludos

A través de estas líneas, envío un cordial saludo a las lectoras y lectores de la revista ABSOLEM. Es para mí un honor poder participar en este número de Abril de 2017 tan especial, ya que trata un tema de vital importancia: el tiempo. Y cuando hablo de importancia, no lo estoy enfocando al típico estilo norteamericano (es decir, el de la productividad). Obtener la máxima productividad a costa del estrés (y, por tanto, de la salud), no es algo recomendable. La verdadera gestión del tiempo implica ser productivos y, a la vez, ser felices. Esto implica conocer no solo el tiempo lineal que nos vincula al plano material y nos permite ser productivos, sino también el tiempo eterno del momento presente, el instante, que nos vincula a los planos espirituales, y nos abre la puerta a la felicidad. El conocimiento y la sabia combinación de estos dos tipos de tiempo nos llevará a ese maravilloso par productividad / felicidad. Os deseo todo el éxito y toda la felicidad (que es todavía más importante que el éxito). Como acostumbro a decir: lo único que necesitamos para ser felices es dejar de necesitar... ¡Un abrazo!

Félix Torán

Escritor y Dr. en Ingeniería
Autor de 14 libros

Ingeniero de la Agencia Espacial Europea (ESA)

Padrino en España de la Axe Apollo Space Academy
Autor de los primeros libros españoles que iran al espacio

Finalista de "Hechos de Talento", segundo talento más 
votado de España (www.hechosdetalento.es).




Para poder mejorar nuestra relación con el tiempo, necesitamos saber primero dónde nos encontramos ahora, para después poder tomar las oportunas acciones que nos conduzcan hacia un progreso positivo. Para ello deseo proponerle que observe su propio comportamiento durante su vida cotidiana. Por supuesto, no es una tarea fácil, y para simplificarla, en particular le invito a ser consciente de dos tipos de conducta muy particulares: los modos “ser” y “hacer”. Son dos comportamientos muy relevantes para lo que nos ocupa, puesto que están directamente relacionados con nuestra comprensión del tiempo.
Cuando entendemos el tiempo en su versión de "falso tiempo" o tiempo lineal (el que manejamos cada día en la vida cotidiana), nos encontramos en “modo hacer”. Cuando entendemos el verdadero tiempo —el instante, el ahora, el único que existe— pasamos al “modo ser”.
En modo hacer empleamos en gran medida nuestro hemisferio izquierdo, y esto incluye a nuestra relación con el tiempo. Hacemos uso del tiempo de una forma muy consciente. Lo utilizamos como herramienta, que es muy útil. Nos permite planificar, estimar plazos, observar fenómenos, extraer conclusiones, ordenar sucesos, etc.
Cuando nos encontramos en modo ser, las cosas son muy distintas. Nos alejamos del hemisferio izquierdo. Vivimos cada instante. Allí, el tiempo se detiene, y nos sentimos unidos al universo entero. De hecho, el universo entero se encuentra con nosotros en ese instante. Forma parte del instante. Todo nuestro ser se encuentra inmerso en el momento presente. Nuestra mente presenta un elevado grado de concentración en lo que estamos haciendo en ese preciso instante. No hay preocupación ni por lo que ha pasado antes, ni por lo que pasará después. Sólo existe ese preciso y precioso momento. No existen distracciones. No se razona nada, pero se experimenta todo. Cualquier cosa ordinaria que hacemos, vivida en el momento presente, se convierte en algo absolutamente extraordinario.
¡Le invito a observar cuánto tiempo pasa en cada estado durante el día! Quizás se pregunte cómo hacerlo, y tiene toda la razón. En particular, no resulta sencillo darse cuenta de que estamos en modo ser. Si intentamos razonar el modo ser, de alguna forma estamos escapando de dicho modo, para entrar en el modo hacer. ¡En modo ser no se razona, sólo se experimenta! Por ello, lo normal es que sea consciente de que ha entrado en modo ser cuando ya haya salido de dicho modo, y retornado al modo hacer, donde sí que se razona. No hay ningún problema con ello, es más, le diré que las experiencias que hemos vivido en modo ser suelen ser tan intensas y maravillosas, que resulta difícil olvidarlas a través de los años. Para ser prácticos en la observación, le invito a observar cuánto tiempo pasa en modo hacer, lo cual le pondrá más fácil entender cuánto tiempo ha pasado en modo ser.
¡Haga la prueba! ¿Ha terminado el día y tiene la impresión de que ha pasado todo el tiempo en modo hacer? Pensará que es extraño, y que algo debe haber hecho mal… Pues debo decirle que quizás no es tan extraño, y es muy probable que no haya hecho nada mal. Sencillamente, está siendo consciente de la realidad. En efecto, actualmente —y con especial énfasis en occidente— vivimos casi todo el día en modo hacer —si no todo el día.
No se trata de condenar al modo hacer. Es muy útil. Nos permite planificar tareas, tomar decisiones, etc. Pero el problema es que tenemos mucha facilidad para llevarlo al extremo. Ese extremo llega cuando, en modo hacer, activamos nuestro particular “piloto automático”. Cuando una actividad ya la hemos experimentado anteriormente varias veces, y se ha creado un hábito, es fácil que activemos dicho modo. Estamos haciendo algo, y mientras tanto, nuestra mente está pensando en lo que haremos después, y de esa forma, nos perdemos lo que está ocurriendo ahora. Otras veces estamos recordando algo sucedido en el pasado, y nos perdemos lo que ocurre en el momento presente. Es un claro ejemplo de cómo el pasado y el futuro nos roban el momento presente. 
Un ejemplo muy común ocurre cuando realizamos un trayecto frecuentemente en autobús, siguiendo siempre el mismo recorrido. Al principio tenemos una mentalidad de principiante, con muchas ganas de conocer y experimentar lo que sucede en el camino. Somos conscientes de lo que acontece en el trayecto, de los sonidos, los paisajes, etc. Si llegamos a “meternos” lo suficiente, la noción de que estamos observando un paisaje desaparece, y nos fundimos en uno con el paisaje. Es algo similar a lo que ocurre cuando una película nos encanta, olvidamos que la estamos viendo, y nos metemos por completo en la historia. Pero cuando el viaje se repite día tras día, normalmente ese interés por experimentar cada detalle se va perdiendo, y al final pasamos el viaje entero haciendo otras cosas, a menudo pensando en lo que vamos a hacer cuando lleguemos a nuestro destino. Nos perdemos el camino por pasar el tiempo pensando en lo que haremos al llegar.
He conocido a muchas personas que, durante su juventud, han estado pensando en lo dura que será su vida unas décadas más tarde, y haciendo eso, se han perdido unos años maravillosos. Tras veinte años, esas mismas personas pasan ahora un tiempo considerable quejándose del tiempo que perdieron cuando eran jóvenes, o quejándose de no poder volver a esa época. Se perdieron su época de veinteañeros por culpa del futuro (temiéndole), y ahora se pierden su época de "cuarentones" por culpa del pasado (deseándolo). Las razones pueden ser unas u otras, pero la cuestión es que se perdieron el presente.
Le propongo observar la ocurrencia de situaciones de “piloto automático” en su vida cotidiana. Propóngase mantenerse alerta con el objetivo de detectar los momentos en los que entra en modo automático. Puesto que el momento presente está siendo ocupado por el futuro o el pasado, no será consciente de que tenía el piloto automático activado hasta que retorne al presente, es decir, al modo ser. Pero el mero hecho de ser consciente de que ha ocurrido es muy importante y muy útil. Es una primera fase que le permitirá aplicar soluciones en una segunda fase. Dedique tiempo a desarrollar esta capacidad de detectar la activación del piloto automático (por ejemplo una semana).
A continuación, voy a proponerle un reto práctico a modo de segunda fase. Requiere cierto esfuerzo por su parte, pero merece mucho la pena invertirlo. Es una auténtica inversión. La energía que entregue a este ejercicio volverá a usted multiplicada, y lo hará en forma de felicidad. Se trata de un complemento a la propuesta que le he presentado en el párrafo anterior. Cuando ya lleve unos días haciendo un esfuerzo en detectar los momentos en los que activa su piloto automático, habrá ganado cierta destreza en dicho empeño. Le resultará mucho más fácil detectar esos momentos. El desafío es el siguiente: inmediatamente después de detectar uno de esos momentos, concentre su atención por completo en su respiración. Observe cada ciclo completo de respiración (inhalación y exhalación) y a continuación, diga mentalmente “uno”. Haga lo mismo de nuevo, con la etiqueta mental “dos”. Continúe así hasta cinco respiraciones.
Es muy importante remarcar que, en ciertas ocasiones, este ejercicio no es posible. Por ejemplo, si se encuentra conduciendo su coche y detecta que está funcionando en modo piloto automático, con su mente preocupada por la presentación de negocios que tiene que realizar al llegar a la oficina, desde luego, no es un buen momento para concentrarse en su respiración. Ocurrirán muchos casos como el anterior, pero no es ningún problema. En esas situaciones, posponga el ejercicio hasta que termine la actividad en curso y se encuentre en una situación estable, donde desconectar del exterior y poner toda su atención en la respiración no suponga un peligro. Al principio quizás no vea grandes progresos, y piense que no está logrando nada. En esos momentos, recuerde que en las profundidades de su mente, sin duda alguna, se están produciendo cambios, y antes de lo que pueda esperar, los podrá percibir claramente. Estará acostumbrándose a añadir un poco de "modo ser" a sus múltiples momentos de "modo hacer", y eso sólo puede crear beneficios.    
Observe a un niño. Verá que tiene muchos momentos de modo hacer, eso es obvio. Pero obsérvele cuando juega. Pone todo su ser en lo que está haciendo. Vive cada instante en su totalidad. Se concentra por completo en la actividad que realiza. Se convierte en la actividad, al final no hay diferencia. La tarea que desarrolla fluye con naturalidad, sin resistencia, como lo hace un rio. A un río no hace falta que lo empujemos para que fluya. Y si vamos en el sentido de la corriente, el río nos ayuda a fluir con mínimo esfuerzo. Sin embargo, si intentamos invertir el sentido de la corriente, invertiremos mucho esfuerzo, pero conseguiremos más bien poco. El niño fluye junto al rio, sin esfuerzo. La actividad en curso y el niño se funden en uno. El tiempo se detiene para el niño, sólo queda el ahora, el instante. Es un maravilloso disfrute. Reina la verdadera alegría. No tendrá dificultad para observar esos momentos en un niño. Se trata de momentos propios del modo ser.
Sin embargo, conforme nos hacemos adultos, cada vez pasamos más tiempo en modo hacer, y se van perdiendo esos momentos de modo ser. Ya no somos como el niño… Ya no nos dejamos llevar tanto por el rio. En diversas áreas de nuestra vida y en diversas ocasiones, tendemos a intentar hacer que el río fluya en sentido contrario. Para ello invertimos innumerables esfuerzos. Por supuesto, en esos casos no logramos invertir la corriente. Aplicamos mucho esfuerzo, pero no logramos el resultado deseado. Lo que logramos es agotarnos, perder la motivación, etc.
No es de extrañar, por tanto, que tengamos la impresión de haber pasado cada día entero en modo hacer. Le garantizo que si pasa unos minutos en modo ser, lo va a saber sin el menor ápice de duda, e incluso me atrevo a decirle que pasarán los años y seguirá recordando esos momentos como algo extraordinario, maravilloso, insuperable… ¿No ha sido el caso hoy? Entonces, no lo dude: dispone de una clara evidencia de que hoy ha vivido en modo hacer todo el día. Y si no todo el día, la mayor parte del mismo.
¡No se preocupe! Como le decía anteriormente, es completamente normal, especialmente en la sociedad occidental. Es por ello que existen tantas personas que sufren enfermedades derivadas del estrés. Y ahora que conoce los modos ser y hacer, la solución al problema resulta evidente: se trata de invitar al modo ser a entrar de nuevo en su vida. Pero, eso sí, recordando siempre que la virtud se encuentra en el término medio. Lo importante es combinar el uso de ambos modos. Cuando lo logre, no sólo será una persona productiva, sino además, feliz. Pasar el día entero en ese estado de felicidad sería maravilloso, pero si lo piensa mejor, la vida tampoco sería tan interesante, y no demasiado humana. Se estaría perdiendo cosas. En el otro extremo, pasar el día en modo hacer termina destruyéndonos por culpa del estrés. Los extremos son malos. La experiencia humana más bonita se encuentra precisamente en la sabia combinación de ambos modos: ser y hacer.
Finalmente, es importante aclarar que los modos ser y hacer se presentan como mutuamente excluyentes: o está en un modo, o en el otro, pero no en los dos a la vez. Esa es la situación habitual, pero si desarrolla el mindfulness o atención plena meditante la meditación, podrá lograr permanecer en modo ser incluso cuando está en modo hacer. En otras palabras, podrá ser feliz incluso mientras está siendo productivo.



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