viernes, 15 de mayo de 2015

Sin guerra no hay paraiso, por MERCHE HAYDÉE MARÍN TORICES




No es una frase hecha, ni un slogan afgano. Es el fondo de todas y cada una de las guerras que ha vivido la Humanidad. Es la justificación de las Naciones para el restablecimiento de la paz.
Es curioso, me llama la atención, que “guerra” tenga nombre femenino. Según la acepción, deberían utilizarse armas como el diálogo, la comprensión, la bondad, el respeto… todo aquellas virtudes que, desde la lejana mitología hasta la propia Virgen María, han definido a la mujer. Pero en realidad, es un invento masculino. No quiero decir con esto que los hombres no tengan las mencionadas virtudes, pero son más pragmáticos, van al conflicto, y a veces sin entenderlo.
Todos desearíamos un Mundo sin guerras, pero también deseamos un mundo sin pobreza, sin delincuencia y sigue siendo una utopía y algo que sólo un milagro podría resolver. La guerra comienza cuando cada país pone una frontera y defiende sus costumbres como si fueran mejores que las de los demás. Cuando cierran los ojos hacia las maravillas de otras culturas y destruyen por el placer de sentirse poderosos. Es necesario, por tanto, un ejército que controle esos estallidos de violencia, al igual que son necesarias las cárceles y las sanciones ante conductas que atenten contra la seguridad y paz de la vida de todas las personas. También son necesarias las Organizaciones no Gubernamentales y las ayudas oficiales para que la pobreza sea más llevadera, si es que eso es posible. Pero todo esto es necesario en un mundo donde la ambición, la codicia, el deseo de poder, el materialismo insano y la gran falta de empatía priman sobre otros valores que parecen discursos de orates.
La guerra de hoy es la guerra de ayer y la de mañana. Mucho se habla de los posibles ataques nucleares, de ese mito que tanto nos asustó a los que éramos niños en la guerra fría y pensábamos que cualquier día Estados Unidos o Rusia pulsarían un botón y ¡PUM!, el mundo destruido con todo su contenido. En realidad, la guerra sigue siendo un cuerpo a cuerpo, soldados, que en misión de restablecer la paz pierden la vida. Cifras que no aparecen en los telediarios. Será para que no nos volvamos buenos. Calladas quedan las medallas, los homenajes al mérito cuando desciende el féretro del avión y la viuda llora desconsolada asiendo la manita de sus hijos que nunca volverán a ver al padre. Es así. No hay más. En España o en cualquier parte del mundo.
Pero hay más guerras que, en mi humilde opinión, son las causantes, las que provocan los estallidos kurdos, afganos, en Yemen o en el Líbano. Son las guerras de las relaciones humanas. No podemos desear un mundo sin guerras si nos molesta que el vecino tenga una casa mejor que la nuestra; o que nuestra compañera de trabajo tenga un marido ideal; o que nuestra ex_mujer haya conocido a otro y rehaga su vida, una vez superado el trauma del maltrato, por eso, aprovechamos que está sola, le pegamos un tiro y luego nos lo pegamos a nosotros, eso sí, en el muslo, para justificar una patología psíquica que, encima, nos deje en libertad. Tampoco podemos desear un mundo sin guerras si entendemos la grata conversación entre amigos como discusiones encarnizadas que acaban con el afecto de 10 años compartiendo banca. De igual modo, no acabarán las guerras si no enseñamos a nuestros hijos a ser respetuosos, honrados, y si lo hacemos, se convierten en lindos muñequitos de mantequilla que no sabrán defenderse ante gente sin escrúpulos. Esta es la guerra latente y diaria, la que enfrenta a parejas, a padres e hijos, a hermanos, a amigos. Si en las pequeñas friegas nos convertimos en cruzados sin causa, no imaginemos un mundo sin guerra.
Sin embargo, a mi me ha gustado siempre definirme a mí misma como una mujer guerrera. Porque lo asocio como sinónimo de luchadora, de no dejar que la injusticia pase por mi lado sin que yo intervenga, de estar presta a secar una lágrima de alguien que sufre o a acariciar a un niño que se ha perdido.
Por eso me hice militar, soy Alférez Reservista del Ejército de Tierra; estoy ahí, como muchas otras personas, por si en algún lugar nos necesitan, por si tenemos que poner chalecos fluorescentes a aquellos niños que caminan diariamente y en la noche seis oscuros kilómetros para ir a la escuela; por si hay que sacarles una sonrisa porque sus papás murieron; por si hay que llevar vacunas a cualquier parte de África.
No entiendo la guerra. Ni las cotidianas ni las otras. Por eso estoy ahí, para que cada vez los conflictos sean menores, para entender al Ejército como una Administración más, para sentirme útil si me necesitan. Soy muy mala disparando y espero no tener que hacerlo nunca aunque sea en legítima defensa.
Dicen algunos videntes, filósofos como Edgar Tolle, o hasta el tercer secreto de Fátima, que de aquí a unos años el mundo será ese paraíso; que seremos seres evolucionados emocional y afectivamente y que no cabrá la maldad entre nosotros. Que habremos aprendido la lección de no destruir el maravilloso mundo que tenemos. Un mundo ideal al que están precediendo grandes catástrofes (terremoto en Nepal, Tsunami en Japón en 2011, Terremoto de Chile y Tsunami en 2010, Terremoto en Haiti en 2010, El avión Airbus A320 de la compañía Germanwings que se estrelló en los Alpes con 150 ocupantes, el 17 de julio de 2014, cuando el vuelo MH17 de Malaysia Airlines fue derribado por un misil,… y un largo y desgraciado etcétera). Dicen los escritores, los filósofos, los que hablan con los ángeles y los que ven más allá, que todo esto nos hará pensar en todo aquello que amamos y podemos perder. Que estamos a un paso de esa evolución mental que se dará en 2017, donde hasta seremos capaces de desarrollar un 88% de nuestro ADN, ¿un mundo perfecto de A. Huxley?¿Una premonición más para vender viajes de lujo vacacional a marte? ¿O realmente ha llegado la hora de la verdad, de encontrar sentido a la vida, a nuestra estancia en este perfecto sistema de árboles, flores y ríos; de animalitos que son felices en libertad; de amor al prójimo?
Yo sólo sé una frontera es lo que me separa de un amigo al que quiero porque vive en otro país, o que tengo que llevar pasaporte según dónde vaya. Sé que me encantan los taquitos mexicanos del mercado de Coyoacán, el mate, la sabrosa comida italiana, los almendrados dulces árabes, y esos atardeceres frente al Bósforo, antes de entrar a Turquía, lo azul y cálido que es el Caribe, lo hermoso que es ver amanecer frente a la Alhambra o en cualquier punto de nuestra geografía. No olvidemos nunca que es mucho más fácil crear guerras que restablecer la paz. El caos y la discordia se siembran en un ratito, pero las reconciliaciones cuestan toda una vida.  
 Sólo sé que “guerra” es femenino pero “paz” también lo es.




1 comentario:

  1. Muchas gracias por invitarme a participar en vuestra revista, entre tanta calidad literaria es todo un privilegio, ha quedado genial, la edición muy buena y... jaja, voy a seguir leyendo, que todavía me falta para terminar, un caluroso abrazo a todos

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