viernes, 14 de noviembre de 2014

Heredero del frío, por PEDRO CASAMAYOR RIVAS.


 
Pintura de Joseph Farquharson 

Despacio, suavemente
vuelvo a mis manos frías
para recordar cómo fue
la emboscada más sublime del mundo,
al tender mis ojos
más allá de la seguridad de la ventana
y poblar mi pecho de aquel sonido
con toda la compañía de los astros.

Esa noche de invierno,
de partituras centenarias
abrió la muerte de las dictaduras
y levantó entre mi padre y yo
un templo inmaterial
al que vuelvo cada vez
que de mi cielo huyen los pájaros.

La avena del cielo que creció en la montaña
esa noche acolchó mi patio,
hizo de mis tripas cónclave de cristales
con la intención de ensanchar
la superficie de mi cuerpo y compartir
el soplo de vida que sólo da
la primera nevada.


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