viernes, 14 de noviembre de 2014

EL escarabajo budista, por F. JAVIER FRANCO.

Pintura de Braulio Hernández

     

Soy un pobre escarabajo pelotero. Con mis seis esmirriadas patas recorro todo un mundo cada día para procurarme el sustento, la vida es monótona, dura y llena de peligros acechantes, tanto por tierra como por aire. Si me preguntas si soy feliz, la verdad es que no sabría qué contestarte. En mi monotonía hay libertad y, a veces, hasta alegría, cuando encuentras un exquisito manjar o una escarabaja al punto en su básico instinto por procrear, porque también existe el sexo, e incluso sofisticado, entre los escarabajos.
La presencia de los humanos me asusta, más bien me horroriza. He visto muchos de ellos machacar de una pisada a algún congénere con la sola diversión de escuchar crujir el vano armazón de su cuerpo y ver su masa informe esturrearse. Estoy seguro de que entre mis enemigos el hombre es el más cruel y el más peligroso.
El pájaro, por ejemplo, te asalta desde arriba, te toma con el pico y te lleva directamente en un viaje increíble, aunque sea hacia la muerte, hasta su nido y sirves de alimento a sus larvas, bueno, sus polluelos. El hombre te mata y punto, no hay otra utilidad para él que tu muerte, y si es en defensa de lo suyo nunca lo hará frente a frente, no dará la cara, te dejará la trampa oculta y ruin, los venenos y gases traicioneros.
¡Y pensar que yo en una época fui así! Porque la primera vez que tuve conciencia de mi muerte y luego desperté de esta guisa, manteniendo el recuerdo del fin anterior, alcancé a comprender cuánta razón tiene el príncipe Buda.







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