lunes, 14 de julio de 2014

Un lugar en el mundo, Orfandad y Camposanto, por LUIS LÓPEZ-QUIÑONES RUIZ.

Un lugar en el mundo






    En aquella película argentina de los noventa
de temática social e intimista ,de personas que se descubren,
aprendí que en la vida a cada uno lo atrapa un sitio.
Ese lugar que te elige, que te sigue hasta que cala
 y al que añoras y  al que sufres y que duele porque lo amas.
No hace falta nacer en él ,ni tampoco que nada te ate,
a veces coincide con los arraigos y otras simplemente surge.
De pronto, descubres que tu lugar, es uno que no esperabas,
que después haber conocido tantos el que te captura no lo soñabas,
ese lugar que te integra, en el que te sientes parte del paisaje,
no tiene la belleza del mar azul ni el glamour de un NY nocturno.
Ese hueco que en ti se forma, esa comunión que se ha creado,
tiene algo de lazo místico entre tu alma y entre su halo.
Aunque yo no haya sido viajante ya soy hombre de media vida
y he paseado muchas noches y demasiados amaneceres,
he dormido en tres continentes y de las montañas he ido al desierto,
he vivido el calor del Caribe y algún desaparecido país del  este,
he bebido cerveza en la fiesta de octubre y me he emocionado en las ruinas del foro,
 he navegado los canales de dos ciudades y he bailado en los carnavales.              

      Pero entre todo ese esplendor hay un no sé qué donde no llegan,

que no da la vida que irradian, ni su belleza, ni sus piedras,
lo que tiene mi lugar sorprendente que para mi nada iguala
es ese aurea que me transmite felicidad cuando lo toco,
esa necesidad de perpetua vuelta , ese cosquilleo cuando me llego,
es mi infancia enterrada en su plaza y es el descanso de mis huesos.
Mi lugar es sencillo y vulgar, ordinario y algunos dirían paleto,
milenario de fundación aunque en el mapa cuesta leerlo,
pero el sabe que me posee y el sabe que es mi dueño,
que estoy conectado a su fluir y me reconoce como uno de ellos,
el lugar que yo tengo, está al sur de mis anhelos,
encerrado en una olla entre cuevas y entre cerros.


Orfandad



Aunque estás aquí y no te has ido hay días que sufro tu ausencia,
hay días que te extraño y la consciencia de la fugacidad de la vida
golpea con toda la furia que es capaz la verdad descubierta.
Aunque no tenemos pensamiento, ni billete y ambos seguimos sin fecha,
hay mañanas, en que recuerdo que no soy un niño y que la vida no es eterna.
Esta obviedad tan pueril, tan dolorosa como cierta,
se revela como la única e infeliz verdad de nuestra existencia,
en esos momentos, me empequeñezco y me abrazo a mi infancia lejana
y me invade mi orfandad como un castigo a mis faltas.
¡Si yo pudiera calmar tus dolores y permutarlos por mis errores!,
 ¡pactar con mis fantasmas la tranquilidad de nuestros espíritus!
entregaría sin dudar el precio fuese en días ó fuese en años.
Aunque no te vas, ya te extraño y me siento desvalido,
por qué tú sigues siendo mi padre y yo sigo siendo el hijo pródigo,
aunque no te vas ya me duele y me desgarra por dentro,

por qué ninguno está preparado para olvidar quienes somos.

Camposanto




Por la suave cuesta de guijarros y asfalto viejo,
flanqueados por altos cipreses y pinos regios,
con la ligera brisa que siempre sopla
y su olor a flores y su aroma a huerto,
¡es Camposanto mi cementerio!

La cancela, puerta al alma en recogimiento,
y el fosor que riega cotidiano a la vez que ajeno,
aquellos patios con nombres sacros
y esa campana que toca a duelo.

Panteones; monumentos a la vanidad humana,
minúsculos templos de mármol
se elevan sobre fértiles campos de cruces sin descanso ni barbecho,
¡Ironía del destino!; lugar en que terminan los sueños y empieza el eterno.

Tumbas en suelo y nichos de altura,
réplica del mundo que sigue girando,
quebradas, en ruinas, ajadas y lúgubres,
propiedad de difuntos ya sin vivos.

En otras, ramos frescos y coronas moradas,
de muerto nuevo ó recién muerto,
lápidas de distintos tonos y formas
dictados por los tiempos o por las modas.

Sepulturas anónimas con número,
las de víctimas de nuestra barbarie,
de ilustres con su verja protectora
y las comunes montañas de huesos.
Austeridad en unas y barroquismo en otras,
frases de despedida y retratos en sepia,
 responsos, lágrimas y ausencia ;
¡Sic transit gloria mundi!
 ¡Camposanto es mi cementerio!                                 

                                                                              




                                                                              
                                                                                         






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