lunes, 14 de julio de 2014

Resiliencia, por PEDRO PASTOR SÁNCHEZ.



Cuando la adversidad golpea sin previo aviso.
Cuando la desgracia se ceba, inmisericorde.
Profundo pozo, oscuro abismo.
Amargo trago. Dolorosa pérdida. Inesperado abandono.
Sobrevenido fracaso. Agria derrota. Descalabro monumental.
El equilibrio emocional se rompe cual pompa de jabón
sometida a incomprensible presión interna.
Y surgen las preguntas, cual mazazos,
que destruyen, implacables, cimientos vitales.
¿Por qué?. ¿Qué hacer?. ¿Cómo superarlo?.
Y las respuestas nos agobian, nos aturden.
“No puedo”. “Es imposible”.
“No hay nada que hacer”. “Me rindo”.
Periplo contra corriente por ríos de ansiedad,
precipicio hacia la destrucción de la autoestima.
La incertidumbre se ceba en el alma,
haciéndonos vulnerables, anulando toda confianza.
El sufrimiento derrota nuestra resistencia.
El dolor abate a cañonazos la fortaleza que nos albergaba.
Batalla perdida, toalla arrojada a los pies del conformismo.
La evocación del trauma se convierte en nuestra rutina.
La desesperanza, hiel compañera.
Desazón, no hay tripas ni corazón que te resistan.
Negra sombra del fracaso, anhelo marchito.
Soledad funesta, sombrío abatimiento.
Insondable sima depresiva que enraíza en lo más íntimo.
Y próximos ya al límite de nuestras fuerzas,
cuando el lamento fácil es patológico,
algo hace despertar nuestro interés,
nos invita de nuevo a ilusionarnos, a reescribir el guión,
añorados fotogramas rescatados a la alegría.
La entropía se torna empatía.
Sutil luciérnaga de esperanza que nos guía en la oscuridad.
Entereza orgánica como tela de araña sináptica,
busca resquicios mentales para sobrellevar, a duras penas,
adversidades y partidas sin retorno.
Caprichoso camino de positiva introspección,
perseverancia de sublime tenacidad,
Ejercicio de integridad y superación,
que transforma la debilidad en entereza.
El dolor no te hará más fuerte, sino más humano,
aflorando sentimientos dormidos, camaradería necesaria.
Flexible cual junco que soporta con humor los embates del viento.
Renovada capacidad de adaptación para afrontar nuevos retos.
Finalmente, la normalidad toma las riendas, impetuosa,
para resurgir con un renovado propósito de vida.
Es tiempo de volver a soñar, sentir, vivir.
Futuro prometedor.
Si no fuera por la resiliencia...

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