Bochornosa es la sensación de ignorancia, como de desamparo al mismo tiempo, que siento al leer los magnéticos y ampulosos Diarios de Chirbes, por su aplastante encadenamiento de lecturas, críticas y alusiones a todo tipo de escritores, ensayos o novelas. Se queda uno prácticamente desmembrado por tantos y tantos títulos que no conoce. Solos los básicos, desde Thomas Mann, Dostoievski, Proust o Flaubert, incluyendo a Cervantes. A veces uno cree que puede ir tirando de citas o referencias tan solo porque en su acervo cultural se encuentran los grandes clásicos. Pues no, hay otros mundos. Es la misma sensación que uno percibe cuando entra en una gigantesca biblioteca o librería y comprueba que no ha leído ni el cero como uno por ciento, como la interminable biblioteca de Babel de Borges o El Cementerio de los libros olvidados de Zafón, un laberinto repleto de libros.
Para empezar he ido anotando todo
aquello que me puede seducir o que puede entrar en mi esfera. Para mi consuelo
lector, pensé que no hay alusión alguna a J.Marías, Landero, de Prada o Saramago,
otros de mis muchos referentes. En cambio, hay un aluvión de autores de
diferentes nacionalidades que no he leído, ni siquiera me sonaban. Entonces me
aferro a un consuelo2 porque en mi lista hubiera citado a Murakami, Hatzenbatch,
Ishiguro o Mishima. Por cierto, estoy en un foro de Murakami donde debatimos la
simbología de este excepcional visionario. Espero que futuro Nobel. Después,
puedo anotar una serie de innumerables autores que he ido conociendo y leyendo
a través de FB principalmente, muchos de ellos podrían estar en una especie de
Olimpo particular y competir con esa inabarcable pléyade chirbesiana: M. López,
Manzano, de Loma, Maldonado o C.Hernández, por cita a vuelapluma los narradores
que más han llamado mi atención.
No obstante, después de leer las
incomparables obras maestras de Chirbes, desde Crematorio, La larga marcha o En
la orilla – quizá sea esta mi predilecta-, descubro a un exquisito cinéfilo y a
un lector voraz y compulsivo. Leer sus obras completas de alguna manera te
vincula con toda la sapiencia que ha ido acumulando este valenciano eterno,
fallecido en 2015. No he conectado en demasía con su visión marxista (aún) de
la vida y de la Literatura. Para los neófitos en estas cuestiones, se refiere
al materialismo histórico del arte y alude a otro maestro y profesor que tuve
el honor de conocer, Juan Carlos Rodríguez, a la sazón ligado a otros grandes y
conocidos como son L.G.Montero, Egea y A. Salvador. Aquellas teorías sobre la
literatura como un producto social, fruto de la lucha de clases, me cautivaron,
pero pronto las superé porque yo, como humilde escritor, siempre en ciernes, no
creo que sea un producto de la constante lucha de clases. De repente, percibí
que todo era teledirigido, no por el materialismo histórico, sino por una
suerte de Demiurgo arcano que nos lleva y nos trae; no obstante, la
creatividad, la auténtica, no tiene dueño, ni es teledirigida por ninguna
ideología marxista. Aquí pincha un poco el gran R.CH. Le ocurre algo parecido,
pero en sentido opuesto, al inefable Valle Inclán, que decía que era carlista
por estética. Para futuras reediciones, sugeriría que adosaran algún glosario
con los autores y obras aludidas, o tratadas, ya que son innumerables y estos Diarios
podrían convertirse en una suerte de manual, siempre y cuando el lector,
condicionado por la derecha mediática, se libre de sus prejuicios ideológicos.
Algo parecido me ocurrió con las
lecturas de mi paisano Antonio Enrique. Cuando me enfrenté a su Canon
Heterodoxo me sentí apabullado, pero al mismo tiempo motivado para seguir
indagando en su heterodoxia. Ese apabullamiento me sobrepasó cuando tuve entre
mis manos su Boabdil, Premio Andalucía de la Crítica. Lo digo porque su
sofisticada amenidad se despedazaba debido a una avalancha de “cultismos”
árabes (arabismos) –nótese que lo entrecomillo-. Me resultaba triplemente
apabullante tener que consultar algunos de esos vocablos tan curiosos e
interesantes —al mismo tiempo entorpecían el camino del lector—, aunque por
otra parte se agradece que se recuperen. Algo parecido me ocurrió con un (hasta
ese momento) básico Pérez Reverte, cuando empezó a torpedear su novela La carta
esférica con innecesarios e innumerables términos marinos, a la vez que ricos e
interesantes, pero que, como digo, son pedruscos que uno encuentra en la senda
de la narración, pues has de parar y consultar el diccionario, puesto que ni el
contexto te ayuda. Es como si en una narración yo escribiera el término
“fadrubado”, sin situarlo lingüísticamente para que el lector intuya, al menos,
que es algo parecido a “estropeado”. Otro autor de léxico rico y variado es JM
de Prada; sin embargo su uso es adecuado, preciso y se inserta en la
estilística del autor. En otras ocasiones, hay autores que sueltan un
desconocido vocablo y suena a gazapo, como a una mancha roja en un fondo
blanco.
Hay que tener mucho cuidado con
el uso de una estilística repleta de filigranas que solo sirve para el onanismo
y disfrute personal del autor, dejando a los lectores completamente
intimidados. Muchos de ellos me confiesan que dejan aparcada la lectura y se
olvidan del libro, volviendo a sus móviles, sus RRSS y sus Netflix. Llegará el
día en que solo se lean los propios escritores (a sí mismos) como en una voraz
orgía autofágica.
Es cierto que algunos me han
tildado de pedante. Algún día hablaré de la pedantería bien entendida. No
obstante, siempre me inclino por limar ciertas palabras para que no se
conviertan en palabros para los nuevos lectores que por ahí pululan, perdidos
en la vorágine de internet y la invasión de las series de tantísimas
plataformas. Cuando me pongo a ojear las miles de series o películas que
invaden nuestras pantallas me quedo sobrecogido pensando: “¿Cuántos lectores
habrá en el 2026?”
Desde que inicié mi tarea como
docente, allá por el 87/88, fui auscultando los intereses de los alumnos-as
reacios a la lectura, bien porque les aburre, bien por apatía o desinterés.
Tenía que sacar el bisturí y analizar sus gustos, apetencias, flaquezas o sus
inclinaciones: no todo ha de centrarse en la novela de ficción.
La mayoría de las veces daba con
la tecla y observaba complacido cómo el/la joven leía con fruición la lectura
personificada. Sabía que ya había ganado un lector para este futuro incierto
que está siendo arrasado por la tecnología: muy pronto pensarán por nosotros.
De esta manera, me preocupo por
ser coherente con mi pequeño proyecto literario y procuro, desde la página uno,
subyugar al lector, no tanto por la estilística utilizada como por la trama que
se va construyendo; muchas veces emerge por sí sola, como ese escritor de
brújula que me considero. Esto es importante, ya que si yo disfruto por los
caminos que se van formando y sus diferentes avatares, seguramente el lector
también quede complacido. Sobre todo el lector remiso.
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