martes, 29 de noviembre de 2022

MEDITACIONES SOBRE EL AMOR, por José Luis Raya Pérez.

   


   Es otra señal más de envejecimiento moral cuando empiezas a ofrecer consejos acerca de los complicados asuntos del amor basándote en tu propia experiencia. Subrayo moral en el estricto sentido, y también filosófico, puesto que hay mayores cuya actitud denota un cierto anquilosamiento juvenil, no tanto, seguramente, por su imagen zangolotina; en este caso, al menos, nos vienen de frente. En primer lugar, debemos recordar a un joven y jocoso Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, tratando de advertirnos sobre las desavenencias que genera el mal amor, por ello escribió “El Libro de Buen Amor” en pleno siglo XIV.

A mis alumnos, cuando me piden consejo, o si veo que este o aquella, por iniciar una aventura amorosa, su mundo se pueda transformar en una catarata de problemas, intervengo como ese viejo en ciernes que va asomando la cabeza. A veces, me convierto en padre o en abuelo quizás, para que elijan el camino correcto. Otras veces, pienso que juventud y equivocación son sinónimos. Decía Groucho Marx que no debemos renunciar a la deliciosa libertad de equivocarnos. Como ocurre en casi todas las citas, hay un mensaje tenebroso tras su aparente y contundente verdad. Por consiguiente, los dejo ir, porque darse de bruces contra la pared es una de las formas más fehacientes del aprendizaje, aunque los seres humanos tenemos la sana costumbre de tropezar dos veces con la misma piedra. Se dice, se comenta en los lúgubres foros humanistas que la mujer maltratada, por ejemplo, va buscando el perfil del hombre maltratador; esto es algo que no cabe en la cabeza humana y se escapa de la más depurada lógica.

Pasión, inexperiencia y juventud parecen ir de la mano. En tanto que la razón y el sosiego son, en teoría, el sustento de la madurez.

Hay quien sostiene que en la vida, realmente, solo te enamoras una vez. Se referirán a la intensidad y a los escalofríos que te producen. Popularmente conocido como eso de “las mariposas en el estómago”, aunque a veces esas bellas mariposas terminan metamorfoseándose en viles gusanos. Entonces comienza el desasosiego y el arrepentimiento.

Hay que establecer una cierta casuística, pues esto de la generalización engendra, lo mismo que las citas, un cierto grosor de falsa apariencia.

Algunas personas necesitan vivir en un constante estado de enamoramiento. Por ello rompen y vuelven a romper relaciones porque necesitan saborear esa maldita hormona, o lo que sea, que te nubla la razón y te mariposea el estómago, sin duda puede ser un placer que puede llegar a engancharte. Y, antes de que, parafraseando a Lope de Vega, el placer se transforme en dolor, yo diría indolencia, el amante ya ha depositado su indomable corazón en un nuevo amado, podríamos hablar de futuro abandonado. Va forjándose la llamada, auto-citándome, “cadena del dolor”. Quién lo probó lo sabe, quisiera volver a aludir al Fénix de los ingenios. Y es que Lope de Vega vivió una vida en permanente estado de agitación amorosa. Por ello sabe tanto del amor, pero escribió desde el lado del amante activo que busca y busca antes de que el estado amoroso languidezca, puesto que para ellos equivale un poco a morir. Don Juan Tenorio y todas sus secuelas y precuelas (Zorrilla, Azorín, Molière, Lord Byron o Torrente Ballester por citar solo algunas celebridades) perfilan al mismo personaje, el que necesita enamorarse constantemente y, por consiguiente, va dejando tras de sí un escabroso reguero de víctimas, tan desamparadas como desquiciadas. Y es que el amor puede generar muy fácilmente dolor, odio y rencor.  Solo la madurez, en el estricto sentido de la palabra, nos puede advertir de todos los daños colaterales que el amor puede infligir cuando la pasión ha menguado, puesto que ese amante visceral va buscando, cual perro hambriento, su nueva dosis de amor, de amor pasional e irracional: su droga particular. A su vez, como el cabronazo donjuán, en cuanto vea que su amada la tiene completamente rendida a sus pies, su razón de vivir ha concluido y va en busca de una nueva víctima.  Hay que estar alertado (y no alelado) ante estos casos cuasi patológicos que van sembrando dolor. Incluso, son capaces de entrometerse en parejas ajenas y destruir una estable relación, aprovechando las lógicas etapas de debilidad que el amor genera cuando se adormece.

Pues claro que una relación consolidada es indestructible, pero cualquier relación humana, incluyendo las amicales,  pasan por inevitables momentos de lasitud. Suele ocurrir que en esos lánguidos intervalos, puede aparecer el típico depredador para actuar sin remisión. Es cuando la razón debe intervenir y estudiar si te compensa unos momentos de placer, efímeros y  finalmente dolientes.

Aunque no siempre ha de concluir como insinuara Juan Ruiz. La cuestión es si merece la pena correr ese riesgo, sobre todo cuando uno empieza a peinar canas y abandonó la alocada etapa de la juventud.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario