Del libro de relatos "El mar y los siglos"
Expulsada de la ciudad de los hombres
te refugiaste en el desierto. Amarga abriste las piernas para que te penetrara
el viento cargado de arena: querías concebir dunas ondulantes que reptaran
suavemente hasta sepultar la ciudad y el templo de su dios omnipotente.
Mirando al cielo desde el polvo te
revolcaste con cuantos caminantes quisieron tomarte.
Al pie de la higuera azul te tendiste
sobre tu manto azul. Al pie de la higuera desnuda te ofreciste desnuda.
Maldita aquella noche, malditos los
dos mercaderes y sus sirvientes y esclavos, que te gozaron uno tras otro en
rigurosa jerarquía. Maldito el último de los últimos, el de la nariz rajada y
el puñal negro que te sacó el corazón: “Como esclavo de esclavos he calmado mi
ansia en este vaso inmundo empañado por vuestras babas. Mujer, he sido el
último contigo y lo seré ya para siempre”.
El dios del templo, el que todo lo
veía, miró a otro lado y bostezó.
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