Aquí me tienes, tomando el sol sin protección. Condenada
y empotrada a la pseudo-arena; sustraída de una cantera, por la mano del
hombre, sin corazón y sin razón. Quizás algún día, ya se encuentra a la vuelta
de la esquina, dicha pedrera se volverá inerte con tales extracciones. Estas,
inmunes, contribuyen a la degradación del entorno. La piedra, la muelen a palos
como diría mi abuela y luego, reconvertida en pseudo-arena, la esparcen por
encima de la playa. La costa se ha quedado
huérfana de arena autóctona. El presente es un simple espejismo de la arenilla
de antaño. No obstante, da el pego. El turista, con su habitual rutina, seguirá
engrosando las arcas de “don dinero”.
Era demasiada bonita
e idílica la playa virgen de Calafell. Aquel espacio olvidado de los años
sesenta. Alguien se hizo el loco cuerdo para que no se edificara. Sus dunas
generaban arena natural y finísima. El litoral convivía con una vegetación
mediterránea: la azucena de mar, la oruga
marítima y la barrilla borde.
Pero la borrachera constructora volvió otra vez. La
marabunta de los años ochenta sepultó la mitad de la costa. El cemento desterró
el vergel y las dunas. Todo el mundo hizo oídos sordos a Neptuno. Mientras afilaba
el tridente, vomitaba un espumoso abecedario a los descerebrados terrestres: ¡Oh
humanos! ¡Pereceréis en las garras de vuestra propia incultura! ¡El frenesí de esta hecatombe sembrará pan
para hoy y hambre para mañana!
Pero “don dinero”
se reía del dios del mar y agigantaba su ego y sus cuentas bancarias, hasta
hoy.
¡Ya ha llegado el hambre!
La playa llora por la deserción de su arena. Sus lágrimas
se han vuelto dulzonas. La salinidad a penas se nota. El mar ha devorado la
costa, sin querer. Los humanos han hecho caso omiso a las advertencias de
Neptuno. El planeta se ha ido recalentando con la destrucción masiva de todos
los recursos naturales. Aun así, “don dinero” sigue y sigue. ¡Que no cunda el
pánico! Vamos a destrozar lo que nos queda. Para eso tenemos una cantera a
media hora de la playa. Fabricamos pseudo-arena y la vertemos en la costa de
Calafell. Problema resuelto.
¿Pero…, cómo…?
Por suerte la cordura aflora en algunas mentes. Los ecologistas imponen al consistorio vallar
una parte de la costa, para regenerar la arena. Entonces la brigada del ayuntamiento
se echa a la calle. Crea un espacio protegido a base de estacas y cuerdas.
Esperando a que el ojo humano se resista al vicio de pisotearlo.
¡Bravo!
No obstante, yo, formo parte de esta valla. Soy una de
las estacas y me codeo, a diestra y siniestra con el resto de la empalizada. El sol me cruje. Un día fui madera verdadera.
Pero me arrebataron del bosque sin mi consentimiento. La arboleda era mi
vecindario. El canto de los pájaros me daba los buenos días. Asistía a las
carreras de los conejos y los ciervos. Y, la seda del musgo me masajeaba las
raíces. Recibía la energía de la savia, muy sabia ella, me nutria.
Y qué presente
adolezco… Majestuoso parezco. Formo y reformo la playa. ¡Ya se desmaya! ¿A qué precio?
Al precio de estar expuesta a los caprichos del ser
humano y a sus continuas desavenencias con Neptuno, dios del mar, con Júpiter,
dios de los cielos y con Gea, la madre tierra, por la playa de Calafell.
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