domingo, 29 de mayo de 2022

INCENTIVAR A LA LECTURA, por José Luis Raya.



Cada vez conozco a más lectores habituales que están desertando: abulia, desinterés, comodidad, falta de tiempo o de concentración… muchas pueden ser las causas. La tarea por ir captando más adeptos a la lectura resulta infructuosa porque a los motivos anteriores se le unen otros muchos que se sustentan, especialmente, en el vigoroso influjo que ejercen los medio audiovisuales y el tremendo poder de persuasión y adicción que generan los videojuegos o cualquier medio digital.  He tenido que permitir, previo permiso tutorial, que algunos de mis alumnos puedan leer, en sus móviles o tabletas, algunas lecturas en pdf que son descargadas desde diferentes plataformas.

 Ya no debemos plantearnos el dilema libro en papel versus electrónico, sino que se lea simplemente. A continuación, intento atraerlos al formato papel, aludiendo a sus ventajas y encantos. Difícil tarea es hacerle ver a un adolescente, mejor dicho, oler el delicado aroma que desprenden las páginas de un libro. La mayoría de estos aducen, en su defensa, que no tienen dinero para comprar libros. ¡Menudo argumento!, sobre todo si lo manifiestan luciendo el Iphone. ¡Ardua tarea la que tenemos por delante!

 Ya nos encontramos ante el panorama más o menos dibujado, o mejor dicho desdibujado, donde debemos desenvolvernos. Si a ello le unimos las tediosas historias que nos narran muchos autores, deduciremos, sin elucubrar demasiado, la lamentable situación que se nos presenta. Para muchos jóvenes, el acto mismo de leer se convierte en malestar o pesarosa inquietud. Hay que tener sumo cuidado para que esto no suceda, ya que  se puede identificar fácilmente la lectura con aburrimiento o pérdida de tiempo.

 Muchos son los minutos que empleo para demostrarles y hacerles ver que la lectura es un placer y que su práctica habitual solo aporta beneficios, sobre todo en lo referente a la adquisición y al desarrollo del lenguaje: el motor de la sociedad. Es totalmente inconveniente iniciar a los futuros lectores en la lectura y análisis de los clásicos, al menos de determinados clásicos. Obviamente, hay que empezar por tramos sencillos y atractivos.

 Así pues, me puse manos a la obra. Yo mismo asenté las bases de mi edificio literario, que sigue en marcha. Quise convertirme en escritor para aportar mi particular granito de arena y contribuir a que se siga leyendo, cada vez más.

 Yo tenía cierta experiencia en esto de la escritura. Esta inclinación la portaba, como casi todos los que escriben, desde pequeño, pero contaba con un tremendo hándicap: no teníamos en casa una biblioteca. Es más, tampoco había libros, esto sería es menos. Si acaso, alguno perdido en algún altillo. Recuerdo la seductora portada de El faro del fin del mundo y alguno que otro de Marcial Lafuente. Por Reyes cayeron del cielo los cuentos ilustrados de Andersen y otro año los Hermanos Grimm. Por otro lado, no sé de dónde salió una lectura perturbadora titulada Mi enamorada la muerte. Este es casi todo mi bagaje inicial. Cuando la pobreza muerde los rincones del hogar, lo último que piensa un padre es en comprar libros.

 Más tarde comprendí que, las ganas de escribir bien, se deben alimentar con todo tipo de lecturas: cantidad y variedad. Incluso la mala literatura te enseña, como aprendiz de escritor, los errores que no debes cometer. Observo y admiro con sana envidia a los escritores de renombre que comentan y muestran su amplio repertorio literario. Muchos de ellos gozaban de una rica y amplísima biblioteca donde se fueron formando poco a poco.

 Así inicié mi camino, amparado por mi inane talento y sustentado únicamente por mi descontrolada imaginación: esta es la base de la que partí. Recuerdo que uno de mis tíos me dejaba libros a escondidas procedentes de su copiosa colección, y digo a escondidas porque uno de mis primos se enfadaba al ver que su padre me prestaba algún libro. Uno de ellos fue Iglús en la noche. A mi edad, muchos escritores ya habían devorado a ciertos clásicos y se evadían con Agatha Christie, Julio Verne o Salgari. Mi paupérrimo bagaje se notaba en los concursos del colegio a los que me presentaba. Solo gané uno importante. Recuerdo que ideé una hipotética relación amorosa entre Bécquer y Rosalía de Castro. Este es todo mi  lamentable currículum.

 Después empecé a enviar artículos a los diarios. Todos iban siendo aceptados y editados, por lo que me iba viendo a mí mismo como algo parecido a un pequeño Larra. Casi dos centenares de artículos puede ser una buena carta de presentación. Quizás algún día sean recogidos en un volumen.

 Como viene siendo habitual en muchos escritores, o aspirantes a ello, me inicié en el relato, ese género infravalorado y desprotegido como la poesía. Reuní todos ellos en un volumen, desde aquel admirado por Antonio Enrique, Ab urbe condita, hasta otros tantos escritos con celeridad, ya que una supuesta fundación o editorial sevillana -no recuerdo bien-, encargada del proyecto, sugirió que la compilación tenía que tener más grosor. Uno de los mejores poetas del panorama actual, Francisco Ruiz Noguera, prologó el libro al que titulé La cadena del dolor. Extraje este lema de uno de los relatos, en un claro intento por hilvanar todos ellos o conectarlos semánticamente. Los primeros jugaban con lo inesperado, inspirados en el estilo y la forma de los grandes “relatistas”: Roal Dahl. Finalmente, este compendio se desestimó sin conocer bien las razones. Más adelante, Carlos Manzano, escritor aragonés, los editó digitalmente, cuando el libro electrónico estaba emergiendo. Por último, se aposentó en la colección digital de La fragua del trovador.

 Uno de estos relatos, Un matrimonio corriente, lo fui estirando hasta que generó -o degeneró- en una novela corta distópica, El espejo de Nostradamus: una de las narraciones más originales y divertidas del siglo, digo yo. No conozco nada que se le parezca. A ver quién puede enmarcarla en un determinado género. Quisiera aclarar antes de que sonrías burlonamente que “no tengo abuela”. Para los padres, sus hijos son los más guapos y los más listos. Pues eso. He de admitir que se trató de una autoedición, la envié a toda prisa y por ahí andan colgadas algunas vergonzosas erratas. Se me pasaba una novela que escribí muy temprano y que envié con toda la ingenuidad del mundo al Premio Nadal, titulada Pluma de ángel blanca. Inquietante. En el trastero creo que reposa el manuscrito, cubierto de polvo y moho.

 A continuación, me enfrasqué en un novelón de 666 páginas, cuyo número de barras también coincide con el número del maligno. Una casualidad demasiado turbadora: Por la carne estremecida (La fragua del trovador). Lo mismo que Javier Marías extrae muchos de sus títulos de Shakespeare, yo tenía derecho a hacer lo propio con García Lorca, incluso aparece como un personaje más, tan importante en la obra y fugaz como Jesús en Ben-Hur. Pero claro, esto es una genialidad de William Wyler. En esta novela se cruzan y se complementan muchos personajes inmersos en un dramático contexto cuyo objetivo es, como todo lo que escribo, que el lector mantenga la atención de principio a fin, a ser posible con el alma en vilo. Montones de lectores me han confesado que les daban las tantas de la madrugada sin parar de leer. Luego, añadí un apéndice, a modo de glosario, con las citas y alusiones literarias o históricas que se hallan diseminadas en todos los capítulos, para deleite de los más leídos. *Eslava Galán me felicitó por correo y Julia Navarro pasó de mí cuando le dije en Twitter, con los brazos en jarras, que esta novela supera a las suyas.

 Ante los múltiples halagos me inicié en otra novela totalmente diferente a las anteriores. Un compañero de trabajo me comentó que podría escribir algo centrado en nuestra profesión. Había visto y leído numerosas narraciones al respecto. La mía tenía que ser diferente. Así surgió El docente indecente (Algorfa), una novela de suspense ubicada en Málaga sobre el mundo de los profesores y los alumnos. Nuevamente, creo que he cumplido mi objetivo esencial: atrapar. A menudo utilizan términos con ciertas connotaciones tóxicas, como enganchar. Numerosos comentarios y elogios lo confirman. Lo que ocurre es que lo que engancha suele llevar emparejada otra connotación añadida: la dudosa calidad. Pues bien, en esto me esmero, trabajando y puliendo la estilística del texto sin dejar de lado la parte lúdica, de entretenimiento o evasión. A posteriori, si la trama o los personajes van acompañados de cierta enjundia, puede surgir una serie de interpretaciones simbólicas o filosóficas que enriquezcan aún más su lectura. Muchos críticos se preguntan, por ejemplo, si Cervantes consideró desde un principio la colosal trascendencia que encerraban sus personajes y las escenas que relató. Él, supuestamente, escribió una crítica divertida a (o contra) las novelas de caballería para que el lector se entretuviera con las disparatadas aventuras de Alonso Quijano y Sancho Panza. Fue a partir del siglo XIX cuando la crítica empezó a considerar que aquello era una pieza colosal de la Historia de la Literatura por su transcendencia, su simbología y las concepciones filosóficas que encerraba esta magnánima obra cervantina.

 Así pues, podríamos afirmar que toda gran novela debería tener una lectura ambivalente, es decir, mis narraciones se prestan a debate o a comentarlas en tertulias por las implicaciones que conllevan. Muchas de ellas las he visto mientras las escribía o a posteriori, otras me las han mostrado los perspicaces y atentos lectores.

 Ya he concluido En aquel tiempo.

 No es tan extensa como Por la carne estremecida pero sigue esa senda, tanto argumental como formal. La enmarco en nuestro presente para que el lector más joven, ajeno a nuestra vergonzosa contienda, empatice con ella. Podría ser una lectura muy recomendable para los alumnos de Bachillerato, tanto por la información que contiene como por el debate al se presta, especialmente por esa alta dosis de intriga que incluye. He sido testigo, en primera persona, de la desazón que muestran muchos estudiantes de Bachillerato ante las lecturas seleccionadas por la Junta para la prueba de Selectividad. Es fundamental que el lector, sea cual sea su edad o condición, concluya un capítulo y se quede con ganas de más—como esa serie de Netflix que usted devora en pocos días—, en esta concretamente los capítulos son mucho más breves, por lo que la sensación de que se avanza va acompañada de la voracidad por saber más acerca de la siniestra y grotesca historia que se relata. Por último, creo que lo he conseguido, el lector acérrimo deseará con todas sus ganas que la novela no termine nunca. Confío y espero que esto suceda así. Estoy convencido de ello.

 ¿Y ahora qué?

 Pues lo mismo de siempre. Ya he alcanzado una cierta calidad literaria y estilística, sigo elucubrando historias que más de uno quisiera, sigo emocionando página tras página, intercalando diferentes tonos emocionales. Sigo sin tener abuela, ya lo he dicho antes.

 Lo que ocurre es que…

 Estoy fuera de todos los circuitos literarios. No acudo a tertulias literarias ni a muchas presentaciones de libros. Tampoco mantengo relación  con ningún autor relevante, puesto que me uno a los personas en sí, sean fontaneros o pescaderos. No me extraña que vaya recogiendo lo que voy sembrando, o sea, una buena mierda. Pude construir una sólida amistad con FRN y mantenerme en contacto con la excelente pléyade de escritores malagueños, pero vivo muy distante de la capital, a la que voy y vengo todos los días desde Mijas. Regresar otra vez el mismo día a la capital para una tertulia o presentación a las nueve de la noche en pleno invierno y tener que madrugar al día siguiente…Muy poca gente lo entiende. Esto, por ejemplo, ha llevado a que muchas amistades literarias se hayan ido enfriando y distanciando, si bien, entre dos puntos siempre permanece la misma distancia, de ida o de vuelta. Perdón por la ironía.

 El gran L.G. Montero se pegó al ídem Rafael Alberti en su momento y no se despegó hasta que este murió. Luego se casó con la magnífica narradora Almudena Grandes y se forjó su leyenda. Un excelente poeta vivo. Único. De esto no tengo duda. Pero hay otros excelentes poetas vivos que siguen buceando en las profundas y oscuras aguas del anonimato porque  han descuidado completamente sus relaciones literarias. Creo que me estoy explicando claramente. Lo que usted interprete es cosa suya, a mí no me líe. Observo igualmente por las aplicaciones de las RRSS cómo se agrupan los escritores y se elogian entre ellos, se apoyan y se protegen —que me parece muy bien—; pero a veces suena a adulación interesada y gregaria, leyéndose entre ellos en una suerte de sangrienta autofagia. Perdón por el sarcasmo. En fin, en este sentido soy un ave solitaria —una rara avis— que camina por su particular senda. Se decía de otro de los más grandes, Luis Cernuda, que aborrecía los eventos y reuniones de escritores o poetas. Quizá por ello, en su momento, no fue tenido en cuenta. Perfil del aire, su primer libro de poemas, fue repudiado por la comunidad de poetas del momento porque, decían, era un plagio de la obra de Jorge Guillén. Esa aversión al poeta sevillano permaneció por siempre. No obstante, la evidencia de su portentoso talento fue quedando en evidencia poco a poco.

 Luego están las editoriales que, sin salirse de su línea editorial, lógico y loable, caen en la tentación de considerar, en primer lugar, a aquel escritor que sea un tótem de las RRSS, Youtube o sea conocidísimo y reconocidísimo en la Telebasura. Así pues, la Literatura se está forjando a partir de estas premisas. Al menos la Literatura más popular. Al Planeta me remito. Lamento cómo la gente solo lee lo que se publicita y se comercializa: Julia Navarro, Gómez Jurado, Pérez Reverte, Posteguillo, Falcones, Asensi y un largo etcétera. Jardín vedado para una amplia constelación de magníficos autores, que no han sabido bien elegir sus cartas, ni arrimarse al sol que más calienta. Lo mismo podría decirse del gremio de actores, músicos o pintores. No me mueve ningún resquemor, ya que no me dedico a esto profesionalmente; no pretendo quitarle el pan a nadie, ni ser considerado un intruso, simplemente soy un observador y un cronista.

 No obstante, casi todos los autores famosos han pasado la criba de la calidad literaria, menos mal. Luego están aquellos autores brillantísimos que se encuentran a un nivel estratosférico, esperando a aquellos lectores que han ido caminando y formándose a través de la Literatura Banal, necesaria precisamente porque sirve para formarse.

 Pues bien, este es el terreno donde deseo desenvolverme. Entre lo más accesible y lo inaccesible, es decir, —y así lo corroboro por los emisores de muchos mensajes— deseo gustar y atraer al lector de los superventas y al más docto. Lo peor de todo ello es que uno se quede entre dos aguas y no intereses a nadie, este posible obstáculo ya he visto que no me concierne. Además, desde el principio soy fiel a mis principios (VLR): esto debería ser la esencia de la esencia en cualquier actividad.

 

¡Feliz lectura!

 

***usted me dirá…

 

 

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