Cada vez conozco
a más lectores habituales que están desertando: abulia, desinterés, comodidad,
falta de tiempo o de concentración… muchas pueden ser las causas. La tarea por
ir captando más adeptos a la lectura resulta infructuosa porque a los motivos anteriores
se le unen otros muchos que se sustentan, especialmente, en el vigoroso influjo
que ejercen los medio audiovisuales y el tremendo poder de persuasión y
adicción que generan los videojuegos o cualquier medio digital. He tenido que permitir, previo permiso
tutorial, que algunos de mis alumnos puedan leer, en sus móviles o tabletas,
algunas lecturas en pdf que son descargadas desde diferentes plataformas.
Ya no debemos
plantearnos el dilema libro en papel versus electrónico, sino que se lea
simplemente. A continuación, intento atraerlos al formato papel, aludiendo a
sus ventajas y encantos. Difícil tarea es hacerle ver a un adolescente, mejor
dicho, oler el delicado aroma que desprenden las páginas de un libro. La
mayoría de estos aducen, en su defensa, que no tienen dinero para comprar
libros. ¡Menudo argumento!, sobre todo si lo manifiestan luciendo el Iphone.
¡Ardua tarea la que tenemos por delante!
Ya nos
encontramos ante el panorama más o menos dibujado, o mejor dicho desdibujado,
donde debemos desenvolvernos. Si a ello le unimos las tediosas historias que
nos narran muchos autores, deduciremos, sin elucubrar demasiado, la lamentable
situación que se nos presenta. Para muchos jóvenes, el acto mismo de leer se
convierte en malestar o pesarosa inquietud. Hay que tener sumo cuidado para que
esto no suceda, ya que se puede
identificar fácilmente la lectura con aburrimiento o pérdida de tiempo.
Muchos son los
minutos que empleo para demostrarles y hacerles ver que la lectura es un placer
y que su práctica habitual solo aporta beneficios, sobre todo en lo referente a
la adquisición y al desarrollo del lenguaje: el motor de la sociedad. Es
totalmente inconveniente iniciar a los futuros lectores en la lectura y
análisis de los clásicos, al menos de determinados clásicos. Obviamente, hay
que empezar por tramos sencillos y atractivos.
Así pues, me
puse manos a la obra. Yo mismo asenté las bases de mi edificio literario, que
sigue en marcha. Quise convertirme en escritor para aportar mi particular
granito de arena y contribuir a que se siga leyendo, cada vez más.
Yo tenía cierta
experiencia en esto de la escritura. Esta inclinación la portaba, como casi
todos los que escriben, desde pequeño, pero contaba con un tremendo hándicap:
no teníamos en casa una biblioteca. Es más, tampoco había libros, esto sería es
menos. Si acaso, alguno perdido en algún altillo. Recuerdo la seductora portada
de El faro del fin del mundo y alguno que otro de Marcial Lafuente. Por Reyes
cayeron del cielo los cuentos ilustrados de Andersen y otro año los Hermanos
Grimm. Por otro lado, no sé de dónde salió una lectura perturbadora titulada Mi
enamorada la muerte. Este es casi todo mi bagaje inicial. Cuando la pobreza
muerde los rincones del hogar, lo último que piensa un padre es en comprar
libros.
Más tarde
comprendí que, las ganas de escribir bien, se deben alimentar con todo tipo de
lecturas: cantidad y variedad. Incluso la mala literatura te enseña, como
aprendiz de escritor, los errores que no debes cometer. Observo y admiro con sana
envidia a los escritores de renombre que comentan y muestran su amplio
repertorio literario. Muchos de ellos gozaban de una rica y amplísima
biblioteca donde se fueron formando poco a poco.
Así inicié mi
camino, amparado por mi inane talento y sustentado únicamente por mi
descontrolada imaginación: esta es la base de la que partí. Recuerdo que uno de
mis tíos me dejaba libros a escondidas procedentes de su copiosa colección, y
digo a escondidas porque uno de mis primos se enfadaba al ver que su padre me
prestaba algún libro. Uno de ellos fue Iglús en la noche. A mi edad, muchos
escritores ya habían devorado a ciertos clásicos y se evadían con Agatha
Christie, Julio Verne o Salgari. Mi paupérrimo bagaje se notaba en los
concursos del colegio a los que me presentaba. Solo gané uno importante.
Recuerdo que ideé una hipotética relación amorosa entre Bécquer y Rosalía de
Castro. Este es todo mi lamentable
currículum.
Después empecé a
enviar artículos a los diarios. Todos iban siendo aceptados y editados, por lo
que me iba viendo a mí mismo como algo parecido a un pequeño Larra. Casi dos
centenares de artículos puede ser una buena carta de presentación. Quizás algún
día sean recogidos en un volumen.
Como viene
siendo habitual en muchos escritores, o aspirantes a ello, me inicié en el
relato, ese género infravalorado y desprotegido como la poesía. Reuní todos
ellos en un volumen, desde aquel admirado por Antonio Enrique, Ab urbe condita,
hasta otros tantos escritos con celeridad, ya que una supuesta fundación o
editorial sevillana -no recuerdo bien-, encargada del proyecto, sugirió que la
compilación tenía que tener más grosor. Uno de los mejores poetas del panorama
actual, Francisco Ruiz Noguera, prologó el libro al que titulé La cadena del
dolor. Extraje este lema de uno de los relatos, en un claro intento por
hilvanar todos ellos o conectarlos semánticamente. Los primeros jugaban con lo
inesperado, inspirados en el estilo y la forma de los grandes “relatistas”:
Roal Dahl. Finalmente, este compendio se desestimó sin conocer bien las
razones. Más adelante, Carlos Manzano, escritor aragonés, los editó
digitalmente, cuando el libro electrónico estaba emergiendo. Por último, se
aposentó en la colección digital de La fragua del trovador.
Uno de estos
relatos, Un matrimonio corriente, lo fui estirando hasta que generó -o
degeneró- en una novela corta distópica, El espejo de Nostradamus: una de las
narraciones más originales y divertidas del siglo, digo yo. No conozco nada que
se le parezca. A ver quién puede enmarcarla en un determinado género. Quisiera
aclarar antes de que sonrías burlonamente que “no tengo abuela”. Para los
padres, sus hijos son los más guapos y los más listos. Pues eso. He de admitir
que se trató de una autoedición, la envié a toda prisa y por ahí andan colgadas
algunas vergonzosas erratas. Se me pasaba una novela que escribí muy temprano y
que envié con toda la ingenuidad del mundo al Premio Nadal, titulada Pluma de
ángel blanca. Inquietante. En el trastero creo que reposa el manuscrito,
cubierto de polvo y moho.
A continuación,
me enfrasqué en un novelón de 666 páginas, cuyo número de barras también
coincide con el número del maligno. Una casualidad demasiado turbadora: Por la
carne estremecida (La fragua del trovador). Lo mismo que Javier Marías extrae
muchos de sus títulos de Shakespeare, yo tenía derecho a hacer lo propio con
García Lorca, incluso aparece como un personaje más, tan importante en la obra
y fugaz como Jesús en Ben-Hur. Pero claro, esto es una genialidad de William
Wyler. En esta novela se cruzan y se complementan muchos personajes inmersos en
un dramático contexto cuyo objetivo es, como todo lo que escribo, que el lector
mantenga la atención de principio a fin, a ser posible con el alma en vilo.
Montones de lectores me han confesado que les daban las tantas de la madrugada
sin parar de leer. Luego, añadí un apéndice, a modo de glosario, con las citas
y alusiones literarias o históricas que se hallan diseminadas en todos los
capítulos, para deleite de los más leídos. *Eslava Galán me felicitó por correo
y Julia Navarro pasó de mí cuando le dije en Twitter, con los brazos en jarras,
que esta novela supera a las suyas.
Ante los
múltiples halagos me inicié en otra novela totalmente diferente a las
anteriores. Un compañero de trabajo me comentó que podría escribir algo
centrado en nuestra profesión. Había visto y leído numerosas narraciones al
respecto. La mía tenía que ser diferente. Así surgió El docente indecente
(Algorfa), una novela de suspense ubicada en Málaga sobre el mundo de los
profesores y los alumnos. Nuevamente, creo que he cumplido mi objetivo
esencial: atrapar. A menudo utilizan términos con ciertas connotaciones
tóxicas, como enganchar. Numerosos comentarios y elogios lo confirman. Lo que
ocurre es que lo que engancha suele llevar emparejada otra connotación añadida:
la dudosa calidad. Pues bien, en esto me esmero, trabajando y puliendo la
estilística del texto sin dejar de lado la parte lúdica, de entretenimiento o
evasión. A posteriori, si la trama o los personajes van acompañados de cierta
enjundia, puede surgir una serie de interpretaciones simbólicas o filosóficas
que enriquezcan aún más su lectura. Muchos críticos se preguntan, por ejemplo,
si Cervantes consideró desde un principio la colosal trascendencia que encerraban
sus personajes y las escenas que relató. Él, supuestamente, escribió una
crítica divertida a (o contra) las novelas de caballería para que el lector se
entretuviera con las disparatadas aventuras de Alonso Quijano y Sancho Panza.
Fue a partir del siglo XIX cuando la crítica empezó a considerar que aquello
era una pieza colosal de la Historia de la Literatura por su transcendencia, su
simbología y las concepciones filosóficas que encerraba esta magnánima obra
cervantina.
Así pues,
podríamos afirmar que toda gran novela debería tener una lectura ambivalente,
es decir, mis narraciones se prestan a debate o a comentarlas en tertulias por
las implicaciones que conllevan. Muchas de ellas las he visto mientras las
escribía o a posteriori, otras me las han mostrado los perspicaces y atentos
lectores.
Ya he concluido
En aquel tiempo.
No es tan
extensa como Por la carne estremecida pero sigue esa senda, tanto argumental
como formal. La enmarco en nuestro presente para que el lector más joven, ajeno
a nuestra vergonzosa contienda, empatice con ella. Podría ser una lectura muy
recomendable para los alumnos de Bachillerato, tanto por la información que
contiene como por el debate al se presta, especialmente por esa alta dosis de
intriga que incluye. He sido testigo, en primera persona, de la desazón que
muestran muchos estudiantes de Bachillerato ante las lecturas seleccionadas por
la Junta para la prueba de Selectividad. Es fundamental que el lector, sea cual
sea su edad o condición, concluya un capítulo y se quede con ganas de más—como
esa serie de Netflix que usted devora en pocos días—, en esta concretamente los
capítulos son mucho más breves, por lo que la sensación de que se avanza va
acompañada de la voracidad por saber más acerca de la siniestra y grotesca
historia que se relata. Por último, creo que lo he conseguido, el lector
acérrimo deseará con todas sus ganas que la novela no termine nunca. Confío y
espero que esto suceda así. Estoy convencido de ello.
¿Y ahora qué?
Pues lo mismo de
siempre. Ya he alcanzado una cierta calidad literaria y estilística, sigo
elucubrando historias que más de uno quisiera, sigo emocionando página tras
página, intercalando diferentes tonos emocionales. Sigo sin tener abuela, ya lo
he dicho antes.
Lo que ocurre es
que…
Estoy fuera de
todos los circuitos literarios. No acudo a tertulias literarias ni a muchas
presentaciones de libros. Tampoco mantengo relación con ningún autor relevante, puesto que me uno
a los personas en sí, sean fontaneros o pescaderos. No me extraña que vaya
recogiendo lo que voy sembrando, o sea, una buena mierda. Pude construir una
sólida amistad con FRN y mantenerme en contacto con la excelente pléyade de
escritores malagueños, pero vivo muy distante de la capital, a la que voy y
vengo todos los días desde Mijas. Regresar otra vez el mismo día a la capital
para una tertulia o presentación a las nueve de la noche en pleno invierno y
tener que madrugar al día siguiente…Muy poca gente lo entiende. Esto, por
ejemplo, ha llevado a que muchas amistades literarias se hayan ido enfriando y
distanciando, si bien, entre dos puntos siempre permanece la misma distancia,
de ida o de vuelta. Perdón por la ironía.
El gran
L.G. Montero se pegó al ídem Rafael Alberti en su momento y no se despegó hasta
que este murió. Luego se casó con la magnífica narradora Almudena Grandes y se
forjó su leyenda. Un excelente poeta vivo. Único. De esto no tengo duda. Pero
hay otros excelentes poetas vivos que siguen buceando en las profundas y
oscuras aguas del anonimato porque han
descuidado completamente sus relaciones literarias. Creo que me estoy
explicando claramente. Lo que usted interprete es cosa suya, a mí no me líe.
Observo igualmente por las aplicaciones de las RRSS cómo se agrupan los
escritores y se elogian entre ellos, se apoyan y se protegen —que me parece muy
bien—; pero a veces suena a adulación interesada y gregaria, leyéndose entre
ellos en una suerte de sangrienta autofagia. Perdón por el sarcasmo. En fin, en
este sentido soy un ave solitaria —una rara avis— que camina por su particular
senda. Se decía de otro de los más grandes, Luis Cernuda, que aborrecía los
eventos y reuniones de escritores o poetas. Quizá por ello, en su momento, no
fue tenido en cuenta. Perfil del aire, su primer libro de poemas, fue repudiado
por la comunidad de poetas del momento porque, decían, era un plagio de la obra
de Jorge Guillén. Esa aversión al poeta sevillano permaneció por siempre. No
obstante, la evidencia de su portentoso talento fue quedando en evidencia poco
a poco.
Luego están las
editoriales que, sin salirse de su línea editorial, lógico y loable, caen en la
tentación de considerar, en primer lugar, a aquel escritor que sea un tótem de
las RRSS, Youtube o sea conocidísimo y reconocidísimo en la Telebasura. Así
pues, la Literatura se está forjando a partir de estas premisas. Al menos la
Literatura más popular. Al Planeta me remito. Lamento cómo la gente solo lee lo
que se publicita y se comercializa: Julia Navarro, Gómez Jurado, Pérez Reverte,
Posteguillo, Falcones, Asensi y un largo etcétera. Jardín vedado para una
amplia constelación de magníficos autores, que no han sabido bien elegir sus
cartas, ni arrimarse al sol que más calienta. Lo mismo podría decirse del
gremio de actores, músicos o pintores. No me mueve ningún resquemor, ya que no
me dedico a esto profesionalmente; no pretendo quitarle el pan a nadie, ni ser
considerado un intruso, simplemente soy un observador y un cronista.
No obstante,
casi todos los autores famosos han pasado la criba de la calidad literaria,
menos mal. Luego están aquellos autores brillantísimos que se encuentran a un
nivel estratosférico, esperando a aquellos lectores que han ido caminando y
formándose a través de la Literatura Banal, necesaria precisamente porque sirve
para formarse.
Pues bien, este
es el terreno donde deseo desenvolverme. Entre lo más accesible y lo
inaccesible, es decir, —y así lo corroboro por los emisores de muchos mensajes—
deseo gustar y atraer al lector de los superventas y al más docto. Lo peor de
todo ello es que uno se quede entre dos aguas y no intereses a nadie, este
posible obstáculo ya he visto que no me concierne. Además, desde el principio
soy fiel a mis principios (VLR): esto debería ser la esencia de la esencia en
cualquier actividad.
¡Feliz lectura!
***usted me
dirá…
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