domingo, 27 de febrero de 2022

EL ODIO, por José Luis Raya Pérez.




Aún no han concluido los ecos de la aburrida fiesta de los Goya –todo hay que decirlo-, cuando siguen resonando en las RRSS, como siempre, los furibundos ataques contra determinados actores, su talento, su forma de pensar o de sentir. Cuando era mucho más joven no terminaba de entender la cruenta confrontación que se mantuvo en España y que concluyó con aquella despiadada y sanguinaria Guerra Civil. Ahora lo comprendo mucho mejor.

 El transcurrir de los años y la ponderación que conlleva – no siempre- la madurez, me han hecho apreciar que el español, como el ser humano en general, son capaces de llegar a matar a sus propios hermanos: lucha cainita y fratricida. ¿Hay algún placer – aún- en el hecho de agredir, insultar, menospreciar y así sucesivamente hasta llegar a matar? Yo diría que sí. Es por placer. Percibo cómo salivan unos y otros, y se recrean en ese placer psicópata que les otorga el desprecio a lo diferente, la agresividad o el ataque -casi siempre al más débil, y ello denota la cobardía implícita de los agresores-.

Las Redes Sociales son el termómetro del sentir general. Desde ahí, escudado en el anonimato, muchos son capaces de soltar las palabras más abyectas y destructivas, la mayoría de las veces amparados por la propia jauría que los alienta y alimenta.

Vergonzosa, despiadada y cobarde lapidación contra determinados personajes públicos: actores, políticos, empresarios, deportistas. Casi nadie se libra. Son juicios, mejor dicho, prejuicios carentes de argumentación, basados exclusivamente en el insulto y el ataque gratuito –no sé si hay motivos para un ataque en cualquier caso-.

 A Javier Bardem lo han despellejado y, por ende, la dulce Penélope tampoco ha salido bien parada; obviamente Almodóvar no se libró de la refriega, ni todo aquel que se incline por lo público, las subvenciones o que defienda, de alguna manera, su territorio profesional. Los grandes actores o directores generan riqueza y prestigio para nuestro cine. Ya lo manifestó Cate Blanchett al referirse a Buñuel. Pero, ¿cómo podemos renegar de los nuestros de tal manera? Tan absurdamente gratuita. Ignorancia, incultura y odio: supongo que van ligados.

 El último en ser lapidado, como siempre, ha sido Eduardo Casanova. A ver, Eduardo, bonito, cuándo vas a aprender que debes vestir como dictan las reglas de la elegancia y la masculinidad. Dicen que ibas como un adefesio. Creo que es hora de lapidar también a nuestra Agatha Ruiz. De todas formas, aunque vayas con tu smoking formal, esa pluma alborotadora   no la vas a perder y te van a fustigar igualmente. Pobrecito mío. Entre otros insultos, un anticuado energúmeno lo tildó de sidoso. No sé si la libertad de expresión nos sirve para expresarnos correctamente en libertad, o a todos estos habría que graparles la boca durante una temporada, en beneficio de la propia libertad. Lo único que me repatea un poco del chiquillo- no solo de este- es cuando menciona el pronombre todes o elles. Pero logro controlarme porque eso, concretamente y precisamente, no es insultante, en todo caso es inclusivo y quizás no esté preparado para entenderlo, si bien me va a costar trabajo dada mi profesión, aunque no me cierro a cualquier avance –coherente-. Eso sí, he de agradecerle los ratos distendidos y amenos que me hizo pasar en Aída. Gracias.

 Ese odio no solo se propala desde el ala derecha. Tampoco voy a jugar al “y tú más”, no es mi estilo. Mi estilo es la moderación, aunque esto sea lo que a todos disgusta. Si no te posicionas en el algún bando del odio, estás realmente perdido (o perdida).

 También me repugnan los odios que despierta Rafa Nadal por ser sencillamente abanderado de nuestro país y por sentirse orgulloso de ser español. Sigo sin entender esa inquina que, desde el otro bando, despierta, como aquella vez que se puso a limpiar las calles de lodo, tras las tormentas que hubo en Sant LLorrenÇ. Ahí lo acribillaron, pobrecito mío. Pues se trataba de un simple postureo para salir en la foto, etcétera. Y es que la inquina está ahí latente. Hagas lo que hagas van a lapidarte de cualquier manera. Como las aversiones que despierta uno de los empresarios que más riqueza y empleo ha generado en la historia de nuestro país: Amancio Ortega. Tan solo con pronunciar ese nombre, la izquierda más extremista se revuelve entre sus propios prejuicios. Seguro que en Cuba viviríamos mejor: los amantes del régimen castrista que viven a tutiplén en España, de cervecitas y viajando por nuestro hermoso país. Pura coherencia. ¿Y qué hacemos? ¿Liarnos a guantazos otra vez? Es cierto que algunos podemos amar y odiar al mismo tiempo porque todo es un conglomerado de vicios y virtudes. España no se iba a librar, mejor dicho, su clase política en general. Por esto, a veces, veo lógico que algunos deseen separarse de un país que se desliza a su antojo por la corrupción a diestro y siniestro, pero claro, siempre recuerdo lo del cazo y la sartén, lo digo por los indis, sin duda, donde la corrupción, el clientelismo y el nepotismo son monedas distintivas, ello sin aludir a su evidente prepotencia.

 Dentro de la izquierda y la derecha existe una banda de extremos que habría que reconducir. Entiendo muy bien eso del voto de castigo. Es más, dentro de esos presuntos extremos, se ocultan los verdaderamente peligrosos. Los que son capaces de matar y contagiar ese odio.

 

Así empezó todo.


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