miércoles, 29 de diciembre de 2021

LECTURA Y CONOCIMIENTO, por José Luis Raya



Hace unos días, mientras tuiteaba, un lector aseguraba, en un acto de perseverante heroicidad, que nunca dejaba un libro sin acabar, aunque no le gustase. Por otro lado, casi todos los artículos surgen a partir de ciertas experiencias, opiniones diversas o actos llamativos o extravagantes que te sugieren la tesis o idea principal, lo mismo se puede aplicar para un relato, una novela o una película, esto es, el propio acto creativo; así pues llegué a las siguientes consideraciones. 

Las personas podemos dividirlas en múltiples grupos -he ahí la riqueza de la diversidad- pero yo me voy a centrar en una división tan aplastante como frívola: los que leen y los que no leen. A estos últimos habría que sacarlos del lado oscuro, de las tinieblas, en definitiva de la ignorancia, si bien consideraba aquel entrañable personaje de la no menos entrañable “El árbol de la ciencia” de Baroja, aludiendo a Schopenhauer, que tan solo el ignorante es feliz. Esto deberíamos ponerlo en cuarentena, puesto que el desconocimiento de la realidad te puede evitar preocupaciones (recordemos aquello de ojos que no ven etc.), pero a la larga, como efecto secundario o colateral, puede producir una suerte de aplastante frustración malsana e incurable, ya que, tarde o temprano, la realidad se estampa contra tu rostro absorto y te induce efectivamente al desánimo y a la propia infelicidad a la que aludía el filósofo polaco.

Proseguir la lectura de un libro que no te guste es como continuar con una relación tóxica, ya sea de amor o de amistad. Las cosas que no te aportan nada o te perjudican hay que aparcarlas, quizás merezcan una segunda oportunidad, pero si continúas leyendo y esto te produce un desasosiego continuo es mejor abandonarlo definitivamente. Esto es aplicable también para las relaciones de cualquier índole. Hay muchos libros interesantísimos descansando en preciosos anaqueles y personas maravillosas que son dignas de amar y conocer. Por lo tanto, no debemos hacer gala masoca de algo que no nos satisface, este no debería ser el mensaje, identificando malestar con placer. A mis alumnos-as siempre les comento que todos tenemos, al menos, un libro que nos puede cambiar nuestra particular y estrecha manera de contemplar el mundo. Y como ese encontraremos cientos. Así que les invito a dejar ese libro que les aburre y atosiga por otro que les haga volar. La mayoría de las veces son sugerencias personales, otras son ellos los que me ofrecen su modo particular de contemplar la vida a través de autores o libros procedentes de la cultura japonesa, tan de moda entre muchos jóvenes. ¿Y qué hacemos con los clásicos como La Celestina o El Quijote, que (sí o sí) hay que conocerlos y que a priori les causa rechazo? No puedo extenderme para explicar su vital y obvia importancia en un artículo de opinión por falta de espacio. El método, casi infalible, es demostrarles que estos personajes no solo son absolutamente actuales sino que nos pueden ayudar a cambiar nuestra constreñida perspectiva de apreciar el mundo y, por lo tanto, nos ayudan a salir de nuestra ignorancia. Escapar de la ignorancia –poniendo en duda al pensador eslavo- nos permite comprender la realidad y poder desarrollarnos como personas, en definitiva acercarnos a la felicidad.

Mi trabajo, entre otras tareas no tan gratas, consiste en conducir al alumnado hacia la luz, sin dogmatismos. Por extensión, me propuse hace tiempo extenderlo hacia la gente en general. Hay padres y madres que siguen en las tinieblas y, por ende, su prole permanece en idéntica tenebrosidad, sin ver más allá de sus cuatro paredes, ni de las pantallitas de sus smartphones. Por cierto, el precio de un teléfono móvil puede equivaler a 90 libros. Es indecente que argumenten, en algunos casos, que no tienen dinero para comprarse un libro, algunos de esos padres consideran que deben ser gratuitos.

Dicho todo lo anterior – odio el conector “dicho lo cual”-, empecé escribiendo para ir captando adeptos (en sentido figurado) y conducirlos por la senda del saber. Mi primer objetivo consiste en que no se deje a medias la lectura, ni que tampoco se continúe cual masoca de oficio. Muchos escritores escribimos los que nos gustaría leer, pero al mismo tiempo mi intención es que se lea, no precisamente “que se me lea”. Para ello combino estructuras lingüísticas correctas, una sintaxis apropiada y fluida junto con un amplio vocabulario que nos ayude a olvidarnos de lo guay y de lo flipante, puesto que las palabras comodín no aportan nada a nuestra opinión. Lo que necesitamos es saber exponer y argumentar nuestro propio criterio y que no nos den gato por liebre. También nos puede ayudar a votar correctamente, dentro de lo relativo que el acto en sí es, pero al menos no traicionemos nuestros valores o creencias, las cuales, también maduran con la lectura.

El ingrediente principal de mi género (novela de ficción) es atrapar – no me gusta el término enganchar- para que el lector continúe hasta el final con placer, sin dejarlo a medias, ni que lo concluya con desinterés. Para ello he de sorprenderme a mí mismo para poder sorprender. Una vuelta de tuerca en el momento oportuno puede ser la clave. Haruki Murakami considera, por otra parte, que si todos leemos lo mismo terminaremos pensando lo mismo. Esto sí que suena a adoctrinamiento o aleccionador. Una vez que hemos atrapado a lectores remisos con esos superventas de los que todo el mundo habla, esto es, novias gitanas, bestias, ciudades blancas o reinas rojas – que están muy bien- hay que reconducirlos por la buena literatura y los libros apropiados: los clásicos y todos aquellos que te aporten algo, aunque el entretenimiento per se es muy loable, pero lo mismo que llega se va. De ello no germina nada.

Gracias a las RRSS he conocido a autores y obras que jamás hubiera podido leer porque no se encuentran en las librerías que visito, ni mucho menos las hallaremos en los grandes centros comerciales. Me gustaría dar las gracias, seguramente se me olviden muchos, a Fernando Martínez, Carlos Manzano, Antonio Tocornal, Eva Díaz, Carmen y Dori Hernández, Antonio Figueroa, Antonio Morillas, Pilar Aguarón, Boscá, Dori Delgado, Mariano Cornejo, Javier Franco, Carmen Membrilla, Juan Carlos Pérez, Rafael G. Maldonado, Alfonso Vázquez o al inefable José María de Loma entre muchos otros, porque ellos hacen que la literatura sea un mundo especial que nos ayuda a salir del túnel, tanto como lo hiciera Sábato.

 

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