Rojo
Por
más que la profesora trataba de poner orden, la clase era un auténtico barullo,
intercambio de chácharas entre la chiquillería ante el poco interés que
suscitaban los quebrados que la novata docente garabateaba en el encerado.
Rogelio,
al que todos llamaban Rojo por el
llamativo color de su cartera, permanecía ajeno a aquel caos, tratando de
copiar en su cuaderno cuadriculado aquellos guarismos. Tanto apretó la punta de
grafito contra la hoja que esta salió disparada hacia la cara de Amalia, su compañera
de pupitre, que le miró con gesto agrio. A continuación le sacó su lengua
rosácea, producto de la descomposición del chupachup que removía con fruición
en su boca. Buscó en su estuche un sacapuntas, que no halló por más que expuso
sobre la mesa todo su arsenal de lápices de colores despuntados, bolígrafos sin
capuchón y rotuladores secos.
Ante
la frustración, exclamó un «¡hostia!» que le salió del alma, y que le hubiese
supuesto la expulsión fulminante del aula si no fuera porque resultó inaudible
para la mayoría ante semejante guirigay. Toño, que se sentaba justo delante de
él, se giró, y alargó su mano diestra ofreciéndole un afilalápices mellado. No
pudo evitar fijarse en sus profundos ojos verdes, quedando por un momento
absorto y confundido. Nunca lo había elegido para su equipo cuando se ponían a
patear aquel cuero medio descosido durante el recreo. Un cosquilleo
insospechado le recorrió el cuerpo, y el fuego interno tornó rojo intenso sus
mejillas.
Naranja
Las
largas tardes de estío se hacían soportables a base de baños helados en la
balsa que Adolfo, el pastor, tenía en su finca para abrevadero de sus bestias.
Cuando lo veían volver, la muchachada salía rauda para evitar la reprimenda,
escondiéndose entre los naranjos cercanos. Los mismos frutales servían en otoño
de base de operaciones para el juego del escondite, cuando estos andaban ya cargados
del cítrico fruto. Quiso el azar que Rogelio, en su afán por evitar ser
encontrado, se apostara junto a un tronco sobre el cual Toño había puesto sus
posaderas. Notó como su pie le golpeaba la espalda. Alzó la vista y este le
chistó para que no hiciese ruido. Luego le alargó la naranja pelada que acababa
de morder. Rogelio se la llevó a la boca, paladeando el dulce sabor de su
saliva.
Amarillo
El
minibus del instituto llegó al pueblo para recoger a aquellos adolescentes en
plena ebullición hormonal. Rogelio permanecía apartado. Desde hacía tiempo se
veía despreciado por sus compañeros, no veían con buenos ojos su peculiar forma
de vestir y hablar. Más de una vez había tenido que oír esa palabra, lanzada
como dardo hiriente y despectivo. «¡Rojo,
maricón!». Su madre, comprensiva, le quitaba importancia, aunque sabía que
sufría en silencio los chismes de las vecinas. Su padre, en cambio, pretendía
meterlo en cintura, aquello le parecía una perversa desviación de la
naturaleza.
Buscó
asiento en la parte posterior. Desde allí pudo divisar cómo Toño accedía al
vehículo, apalancándose junto a la exuberante Amalia, que contoneaba su busto
como reclamo. Con aquel ceñido vestido amarillo simulaba ser flor dispuesta a
ser fecundada, y no faltaban abejorros de cargadas gónadas pululando a su
alrededor. Rogelio rumió sus encontrados sentimientos por Toño, no perdonándole
lo que él entendió como traición.
Verde
Era
la primera vez que estaban tan alejados del pueblo. Viaje de fin de curso. Aquel
mes de junio en Torremolinos hacía un calor sofocante. La única consigna que
les habían dado es que tenían que estar en el hotel antes de medianoche, de lo
contrario, darían parte a sus respectivos padres. Noche de borrachera. Eran
menos diez y seguían escuchando como la suave brisa empujaba un mínimo oleaje
contra la orilla.
«Venga,
vamos», le dijo Toño tambaleándose, mientras le ofrecía su mano. Rogelio estaba
tan aturdido por el etílico de las cuatro cervezas que hizo amago de
levantarse, pero la gravedad pudo con ambos, y rodaron por la arena. Rebozados
cual croquetas, de nuevo aquellas pupilas verdes le subyugaron. Sus labios se
rozaron para no separarse hasta la una. Rapapolvo que supo a gloria, cargada de
verde esperanza.
Azul
Dejaron
atrás el azul marino, también el celeste cielo, para volver a su polvorienta
llanura ocre. Y lejos quedó aquel lance costero.
«Mis
padres me matan si me ven contigo. Ellos quieren para mí una novia formal. Y
yo… yo no sé lo que quiero», le dijo a escondidas tras el muro del cementerio.
Aquel
mazazo dejó a Rogelio tocado. Esa misma confusión albergaba en su pecho, una
lucha interna que, desde su más tierna infancia, se debatía en asumir o
rechazar. Se dejó llevar por la costumbre, pero nunca le atrajeron los juegos
cargados de testosterona, prefería saltar a la comba, pintarrajearse los morros
frente al espejo, vestir a las muñecas con coloridos vestidos. Todo ello vetado
para él, al menos en público.
Llevó
su tristeza a la capital y descubrió un mundo nuevo y desconocido. No era el
único que se sentía así, distinto. En su barrio los balcones rebosaban de
banderas multicolores, banderas de una nueva libertad.
Añil
Tras
las enormes gafas oscuras, se dirigió a su centro de salud. Allí le esperaba
Tere, que le asesoraba sobre el tema de las hormonas.
«¿Te
duelen?», le preguntó. Tenía el pecho hinchado, apenas había pasado una semana
desde que se puso los implantes. Por suerte, ya había bajado la inflamación de
los labios, un pequeño retoque que pensó que le favorecería. Sus problemas eran
más económicos que de otra índole, el cambio
estaba agotando el dinero que recaudaba con su difícil oficio en las esquinas.
«Esto
me duele más». Se retiró las gafas para mostrar un moratón tintado de añil en
su ojo izquierdo.
Violeta
Habían
pasado cuatro años desde que se marchó del pueblo. Se cruzó con su padre, que
se quedó mirando embobado como el resto de abuelos de la plaza. No le
reconoció, buena señal. Le temblaban las piernas cuando vio a Toño en la puerta
del bar. Nada tenía que perder, se lo jugó todo a una carta. «Hola. Soy
Violeta».
Muy gracioso lo del color añil, tal vez deberían incluirlo en la bandera como símbolo del camino “pedregoso” que muchas veces supone esta transición. Bonito nombre Violeta.
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