Pedro, he tenido un sueño – susurró doña
Mencía al oído del Cardenal que descansaba en el mismo lecho- en él, la reina, nuestra señora, sostenía
una copa ricamente labrada y hacía como que bebía un licor delicioso, al tiempo
que se deleitaba. El escanciador se apresuró a llenársela con la jarra de vino
que portaba, mientras le decía: Alteza, vuestra copa está vacía, dispensad mi
torpeza. Perded cuidado don Juan, repuso doña Isabel, pues este vino, aunque
figurado, no es menos dulce que el que me ofrecéis. Os parecerá disparatado,
pero hubo un tiempo en el que el Cardenal, don Pedro de Mendoza, bebiose mis
secretos en confesión y hoy ha llegado, sin yo quererlo, a mis oídos, tres
secretos del prelado. Tres lindos pecados, uno de ellos lo hubo con la que fue
mi dama, doña Mencía de Lemos.
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