miércoles, 30 de junio de 2021

CON SUMO SECRETO, por Pedro Pastor Sánchez.

 

            Aquel día, José se levantó con una sensación extraña, un desasosiego que no obedecía a nada concreto pero que no conseguía sacudirse de la cabeza. Fiel a sus rutinas, se afeitó mientras la radio escupía las mismas absurdas noticias. Sin prisa, se preparó el desayuno, rumió algún titular de un periódico atrasado y marchó hacia el mercado. En el portal se encontró con el cotilla de Santi, su vecino del primero, cuarentón sin oficio ni beneficio que vivía a las faldas de su anciana madre.

            —¿Qué, Pepe, a currar un poco? —le preguntó al tiempo que le guiñaba un ojo—. Aquel gesto inopinado, y el uso del hipocorístico, le parecieron extraños, nunca antes se había comportado con esa confianza. Más bien al contrario, el tipo era huraño, se encerraba en casa y apenas se le veía el pelo en la finca, sino a través de los visillos del balcón.

            —Sí, claro. Alguien tiene que levantar el país —le espetó un hiriente dardo como respuesta.

            El otro se encogió de hombros y dio un paso atrás para dejarle el paso franco hacia la calle. Había caminado apenas unos metros, dejando al interfecto a su espalda, cuando escuchó la tibia voz de Santi:

            —Sé lo de tu secreto.

            José se paró en seco. Pensó: «¿De qué coño está hablando este gilipollas?». De todas las ideas que vinieron a su cerebro en ese momento, una se fijó en su hipocampo. ¿Acaso fue testigo de su efusiva despedida de Felicidad aquella noche? Fue una temeridad, lo reconoce, comportarse como dos pipiolos enamorados justo frente a su casa, pero a esas horas, con la que estaba cayendo, y bajo aquel gran paraguas, nadie les podría haber reconocido. ¿O sí? ¿Y si el muy cabrón iba con el cuento a su mujer? Era capaz. En una de estas que Adelina volviese de guardia del hospital, a traición, el muy gañán lo mismo aprovechaba para sembrar cizaña de forma gratuita. En más de una ocasión había observado cómo se quedaba embobado ante el cimbreo de caderas de su esposa.

            Pero no, tenía que actuar de forma inteligente, no caer en la provocación. Se volvió y, tragando saliva, le preguntó haciéndose el tonto:

            —No te he entendido. ¿A qué te refieres? —le dijo taladrándole con la mirada. El otro se giró sin atender a su pregunta, y se escondió en el portal cual rata en retirada.

            Mientras avanzaba por la calle, en sus sienes martilleaba la frase de su vecino. Y es que mantener oculta una infidelidad no era nada fácil. Y menos cuando la hembra que le había vuelto loco, con la que había descubierto un nuevo aliciente en el terreno amoroso —y también en el sexual— era la mujer de su mejor amigo y socio, Raúl. Además, amiga de la infancia de su cónyuge, eso sí que era complicarse la existencia.

Cuántas miradas furtivas, colmadas de concupiscencia, habían intercambiado en cenas, paseos y viajes en común, siempre los cuatro juntos, inseparables. Feli le daba, a escondidas, todo lo que Adelina le negaba. El tedio y la monotonía se había instalado tiempo atrás en su relación. Pero eso iba a cambiar en breve. Pensó que ya era el momento de dar un paso adelante, pese al dolor que sabía que iba a causar. Por muy egoísta que pareciese, tenía que pensar en su propia felicidad.

            Lo tenía todo calculado, esa noche iban a cenar ambas parejas en su restaurante. Prepararía algo especial, una receta que no había elaborado hasta ahora, y que marcaría un antes y un después en sus vidas.

            Llegó al mercado y, después de adquirir algunas verduras que le servirían como acompañamiento, se acercó por el puesto de Luis. Tras unos minutos de animada conversación, el carnicero le entregó la bolsa con el pedido que le había hecho el día anterior.

            —Sé lo de tu secreto.

            No podía ser. Palabra por palabra. Exactamente la misma frase que le soltó su vecino. Pero Luis no podía saber nada sobre su relación furtiva con Feli. Entonces, ¿se refería a su adicción al juego? Sí, seguro que era eso, la casa de apuestas estaba justo enfrente, y en más de una ocasión, en su recorrido matutino, no había podido reprimir ese instinto de tahúr que le corría por las venas. Empezó echando unas monedas en las máquinas, y no se le dio mal al principio. Hasta que la suerte, esquiva, cambió, y trató de recuperarse con las apuestas deportivas. La cosa fue a peor, y al final el roto en el bolsillo fue tan grande que tuvo que cubrir sus deudas falseando las cuentas del restaurante y esquilmando parte de los beneficios, a espaldas de Raúl. Ludópata de libro.

            Se giró y Luis seguía observándole con su perenne sonrisa. ¿Qué clase de juego era este?

            —¿Estás sordo o qué? —Volvió a interpelarle el chacinero—. ¿Qué cómo lo vas a preparar?

            Sordo o loco. José no sabía muy bien lo que le estaba pasando. Salió del paso como pudo: «Es una sorpresa».

            Se alejó raudo antes de tener que dar más explicaciones. Y tanto que iba a ser una sorpresa, iba a dejar a todos los comensales con la boca abierta.

            Levantó la persiana del restaurante y se fue directo a la cocina. Tenía que preparar el plato con bastante antelación. Sacó la pieza y la aliñó con especias, alcaravea y kalonji, entre otras, para darle un toque exótico. La envasó al vacío y la metió al horno a baja temperatura. Casi tres horas a sesenta y cinco grados obrarían el milagro.

            Raúl apareció de forma inesperada, no era habitual verlo por allí a esas horas tan tempranas, solía llegar poco antes de empezar con los servicios. Con semblante serio, se acercó.

            —Buenos días, José. ¿Ya estás liado? Pronto empiezas…

            Estaba disimulando, claramente. Eso fue lo que José pensó. Su desconfianza iba en aumento, y pareció confirmarse con la siguiente frase, que acompañó con una mano sobre su hombro.

            —Estuve hablando con Feli. Sé lo de tu secreto.

            ¡Traidora! ¿Qué le había contado? ¿Lo de su relación a escondidas? ¿Lo del dinero que le había robado? ¿Por qué había roto en pedazos su corazón y confianza? ¿Pensó a última hora que no se la jugaría dejando a Raúl, que no podía traicionar tampoco a su amiga Adelina?

            Tan sumido en su locura estaba que José no recordaba que había contado a Feli, en su último encuentro, la receta que tenía preparada para ocasión tan especial. Sin saber el propósito oculto, la compartió con Raúl. Este, inocente, descubrió la sorpresa antes de tiempo.

Iba a ser su mejor plato, sin duda. Pero su socio no disfrutaría del jugoso secreto que José estaba cocinando. Hundió en su pecho el cuchillo con el que lo había preparado. Luego arrastró su cuerpo inerte hasta la cámara, con gran frialdad.

            Esa noche, a la mesa, solo tres personas compartieron el secreto de José.

 

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