domingo, 30 de mayo de 2021

LOS ERRABUNDOS, por Eduardo Moreno Alarcón.

 


 

¿Oís las campanas? ¿Escucháis su fúnebre tañer en la espadaña? Puede que sí. Puede que os lleguen sus ecos. Acaso esas notas funestas traspasen vuestras almas como a mí me sucedió. De ser así, se habrá cumplido el ciclo malhadado. Esta condena sin retorno.

Hace ya tiempo que las oí por vez primera. Un tiempo tan lejano que resulta inabarcable. Y, sin embargo, ese fragmento del ayer es cuanto tengo, el cabo que me liga a lo que fui. Un hilo débil y borroso. Un ahora eterno en la consciencia. Pasado hecho presente. El resto es la nada. Vacío absoluto. Soy preso de un bucle infinito. Maldito entre las ánimas esclavas.

Agonizo en el silencio de una noche inacabable sin aurora, mudez que sólo rompen, año tras año, esos tañidos aciagos.

Es la señal que abre las puertas hacia el mundo que dejé.

Por unas horas negras.

No soy el único. Hay otros como yo. Cientos, puede que miles. Los siento muy cercanos pero apenas los percibo en la negrura. Los oigo moverse, arrastrarse. A veces, incluso, gemir. La mayoría no son visibles. Otros parecen jirones de niebla en un pozo de sombras. Jamás intercambiamos una sola palabra. Quizá un lamento ahogado, remoto, y luego nada. Vacío oscuro. Así hasta una nueva llamada, hasta el repique de campanas a lo lejos.

Su eco sonoro. Erramos sin voluntad bajo el hechizo malsano. Tornamos al pueblo silente, deshabitado. Hacia la trampa. A un mundo que fue nuestro en otro tiempo. La marcha es lenta, efímero espejismo de un regreso que no es tal. Algo intangible nos impele a caminar sin resistencia. Con pasos mecánicos deshacemos el sendero que separa el camposanto y la capilla. La inercia nos empuja a lo más alto de la torre, a la espadaña y sus campanas. Entonces tocamos. A ciegas. Tiramos de la cuerda con vigor de ultratumba.

¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo seguiremos prisioneros?

Somos verdugos de los que osan adentrarse en lo prohibido. Cazadores de almas vivas.

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