Es
el albor del nuevo día una corona
que no
reclama laureles, sino los esparce,
para ser
recogidos entre las mieses cándidas.
Para los
héroes ocultos la fama miente,
la tierra
blanda es cetro.
El
ajado valle que no ríe no está yermo,
tan sólo urge
la sangre para bendecir pasos
arañados y
cansados, solitarios como,
entre el
sudor escondido y rojo, una batalla.
La sangre tan
sólo urge.
Sin
dueño reposan simientes de los cadáveres
que
inmaculadas esperan ser vientres fecundos,
que recoger
en la hora herida de la siega.
Para
vosotros, héroes, Roma os rinde el podio
de la humilde
cosecha.
He
aquí el valle que brindó en la luz Venus a Himilce,
donde
arrancar de la sed la aliviadora agua
para madurar
juntos los frutos y los hombres,
en una
secular labor como estos páramos.
¡Tierra blanda
que os crece!
¡Sangre
sois para las cosechas!
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