Hoy mismo pondré fin a mi
existencia. Sin nadie que me llore. Sin nadie que lo impida. Solo y sin
testigos, no cabe otro final. Es mi deseo. ¿A qué alargar esta agonía, esta
zozobra, este hondo abismo sin salida? Ya es tarde para todo. Dentro de mí sólo
hay vacío. Un agujero inabarcable de creciente oscuridad.
Aquí terminan mis palabras;
mis tristes letras fracasadas. Ya no habrá más. Al mundo no le importará. Seré
una baja más, anónima. Quizá alguien me llore, acaso Mary. Mary, ella sí tiene
talento. Su Frankenstein es una obra
maestra. Una novela fascinante. Le deseo la mejor de las suertes. Se lo merece.
Ojalá consiga el premio que yo nunca lograré: afecto de lectores.
En cuanto a mí, ya nada queda
del poeta malogrado. Muy pronto seré pasto de gusanos, humus de malvas, olvido
de los siglos y del arte. Mi vida, chispazo fugaz, tallo tronchado. La
biografía de una víctima.
Cruel paradoja, el causante de
mi caída es aplaudido en todas partes. Goza de fama y de prestigio por doquier.
Gloria presente y futura, no albergo dudas al respecto. No faltarán nunca
alabanzas a su lado, en vida o tras la muerte. Sus obras ganarán honra y
aplauso con el paso de los años, y serán inmortales… ¡Maldigo el día en que el
destino me cruzó con Lord Byron! ¡Él! ¡Él es la causa de mis males!
Durante cinco largos meses, yo
fui su médico privado. Sin embargo, aun
doctorado con honores, mi verdadera aspiración era labrarme una carrera
literaria. Parecerme a los autores que admiraba. Y entre ellos, por descontado,
estaba Byron. El más excelso. Los hados del infierno nos cruzaron, cuando me
puso a su servicio. ¡Yo, acompañante del gran genio en su periplo por Europa!
Muy pronto, empero, la dicha
del comienzo fue tornándose amargura.
Me trató como un bufón, una
diana en que clavar todos sus dardos de ponzoña. Cualquiera de mis versos era
objeto de sarcasmos e ironías. No desaprovechaba la ocasión para humillarme, a
ser posible en público. Cinco meses eternos, devastadores. «Pobre Polidori», «pobre
muñequita», repetía. Así me torturaba diariamente con desdén.
Siempre era el blanco de sus
burlas. Las bromas, tan a menudo festejadas en los clubes. No contento con eso,
también arremetió contra mi ciencia.
¡Así pagó mi admiración y mis
cuidados el gran lord!
¿Qué lazo odioso me unió a él?
¿Por qué no corté el nudo que me ahogaba? ¡Qué imbécil! ¡Qué falto de coraje y
de visión!
Él será inmortal, sí. Tan
inmortal como el Lord Ruthven de mi cuento, ese vampiro sanguinario tras la
máscara de gentleman. Pretendieron cuestionar
mi autoría atribuyéndosela a él. Hasta eso quisieron arrebatarme.
Pero no. No pudieron. Ese fue
al menos mi desquite. Mi venganza en la ficción.
Del resto de mis textos poco o
nada quedará… Fracaso tras fracaso, pisoteado por el genio. Amadas letras sin
pena ni gloria.
No tengo fuerzas para más. A
mis veintiséis años, decido bajar el telón. No hay vuelta atrás. Todo está
listo. El vaso con ácido prúsico. Me iré tal como vine, discretamente, sin hacer
ruido. ¿Mi familia? Ellos querrán borrar a toda costa cualquier rastro del
escándalo. Que no manche su nombre.
Es la hora. Ruego a Dios no
envíe a Lord Byron al infierno.
Sólo así podré salvarme.
¿Qué decir, maestro? ¡Excelente!
ResponderEliminarSorprendida estoy, qué agrado leerte nuevamente, bravo!!!
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