Tuve miedo de caer en la oquedad de su mirada,
amalgama de olas, sal y espuma,
mar enfermo,
oasis en una caracola
dueña del eco inalienable de los instantes.
Tuve miedo de su belleza desvanecida en mis manos,
de crepúsculos y amaneceres vanos,
de nuestra casa estéril,
de puertas y ventanas,
de la certeza y el delirio,
de ese nadie en el lugar.
Tuve miedo de mí, inerme guarida sin centinela,
del tragaluz cementado en la médula.
Hoy puse flores frescas en el umbral del frío,
besé la estela del mar que me llama,
aposté por escribir en el pliego garabateado del viento.
Sentir, sentirse.
Escribir.
Espero no haber escrito tonterías.
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