Estaba ahí, con su eterna sonrisa, con sus gafas redondas
de gruesas lentes y montura pequeña. Sostenía en la mano izquierda un ramito de
diminutas clavellinas blancas; con la otra, la saludaba mirando hacia arriba.
No decía nada; solo sonreía.
Teresa se había levantado, como tantas otras veces
durante la noche, para ir al baño; sin embargo, en esta ocasión sintió el
impulso o la necesidad de dirigirse a la ventana. Sin saber muy bien por qué,
la verdad. Retiró levemente el visillo, lo suficiente para ver y no ser vista;
o al menos eso pensaba. Los postigos estaban abiertos para poder despertarse,
según era su costumbre, con las primeras luces.
El caso es que Teresa se asomó y vio allí a Luis junto a
la farola, vestido de domingo, con su traje gris de rayas y su corbata ancha
pasada de moda. Se quedó muy quieta. Se apartó, pero al instante volvió a
asomarse por la rendija del visillo, casi sin mover este y casi sin moverse
ella misma. Había adquirido práctica en eso.
Luis, su novio de hacía más de cuarenta años, ya no
estaba...
Volvió a la cama. Ya no le dolía tanto la pierna que se
había roto de pequeña. Se tapó hasta la barbilla y cerró los ojos. Pasó los
dedos suavemente por el borde de la sábana bordada, una de tantas del ajuar que
mamá le regalara recién cumplidos los dieciséis años... Notaba que se le
humedecían los ojos. Sonrió y no tardó en quedarse dormida...
Luis se había acordado de su cumpleaños.
Exquisitez y ternura. Felicidades Tomás!
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