Estaba ahí… ¡la buscó
tanto!... por las calles, por las plazas, por los rincones de la vieja casa…
¡y estaba ahí!
Necesitaba encontrarla. Descansar a
su sombra y detener la vida para entenderlo todo.
Pasó tanto tiempo que, a veces , le parecía que
había sido un sueño, pero las fotografías
(aquellas viejas fotos en blanco y negro eternamente colocadas encima de la
cómoda de la abuela), le devolvían la certeza de que aquel trozo de vida le
había pertenecido, le seguía perteneciendo incluso ahora.
La recordaba bien…tan pequeña, tan
frágil, presa de un miedo que nunca le perteneció. Lo heredó de su madre.
Aquella mujer que siempre la protegía… del viento, de la lluvia, y hasta de sí
misma ¡Cuánto la quiso!. Su memoria
seguía impregnada de aquel olor tan suyo a jabón y ropa limpia. Recordaba su
voz, hecha susurro para acunarla con canciones y cuentos que espantaban los
malos sueños, las noches de tormenta.
El miedo y la soledad acabaron
levantando un muro que la aislaba del mundo y de sus males, como una caja de
cristal hecha solo para ella. Así, al principio, miraba como pasaba el tiempo y
con él, la vida, las manecitas y la cara
pegadas a aquel cristal invisible. Hasta que un día entendió que su mundo era
su casa y decidió sembrarlo de sueños. Sueños de niña chica forjados en sonidos
de campana, arrullos de paloma y caricias dormidas de mariposa. Sueños que la
mantenían a salvo y feliz ante tanto naufragio. Por eso la buscaba ahora.
Necesitaba cuanto antes sus sueños
sin espinas, su corazón intacto, para seguir andando.
¡La buscó tanto… y al fin estaba
allí!. ¡Siempre había estado allí!. Esperándola. Solo tenía que levantar los
ojos y mirarse al espejo.
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