¡No sabían si reír o
llorar!
La situación era
delicada, el sentimiento de tristeza les invadía a todos,
pero el momento no
daba para más, no se podía retrasar, entraron los cuatro en una sala pequeña de
escaso mobiliario, fría y desangelada, simplemente unos caballetes y la caja
encima.
Todo el proceso hasta
llegar aquí fue duro y angustioso, lo comentaban entre ellos, había una
necesidad de desdramatizar la situación, y se acordaron de algunas de las anécdotas
que el difunto protagonizo a lo largo de su vida, de su enorme sentido del
humor, pues siempre estaba gastando bromas a diestro y siniestro. Hubo un
momento en el que las carcajadas retumbaban en el habitáculo, gracias que
estaba insonorizado, imposible que nadie les escuchara, fue el paso del dolor a
la risa, no hubo desacuerdo, estaban seguros que esta era la despedida que él
hubiese querido, todos se quedaron en silencio, hubo un lapsus de paz, y así,
al instante sin apenas darse cuenta se apoyaron en el ataúd para darle su último beso, fue un flash, una
décima de segundo, la caja oscilo hacia los lados tal que un columpio, como si
el difunto quisiera gozar de su ultima guasa, y esta ultima vez, también a su
cargo, un brutal balanceo entre la caída y su inmovilización, les conmociono,
Jodido J… dijo uno, pero ni muerto….comento otro, no se volcó de milagro, la
puerta se abrió de golpe, al bedel casi le da un infarto, aunque supo mantener
el tipo, un suspiro múltiple sonó en aquel espacio, se quedaron sin aliento.
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