Entorné los
ojos porque los reflejos del sol en el cristal de la brújula me hacían llorar.
Dejé de mirarla. De nada me servía; salir de de allí se me antojaba imposible, la esperanza se esfumaba.
Entre las
lágrimas producidas por el resol y las lágrimas del miedo no había diferencias.
Batida a una velocidad de vértigo, la sangre, me golpeaba en las sienes,
y mis pensamientos devorados por la desesperación mandaban constantes mensajes
de pánico a mis ojos y paralizadores órdenes a mis piernas.
El horizonte
circular estaba tenso y el azul se estaba tornando grisáceo. Billones de
billones de granos de arena habían construido aquel enorme laberinto de
soledad. Cuando decidí separarme del grupo no sospechaba que me estaba buscando
la ruina. Confié en mi moto. Pero ahora no es más que un montón de chatarra
inservible en mitad de este maldito desierto. Ya agua no tengo. Ni ropa de
abrigo… y aquí las noches son terriblemente frías.
El
primer helicóptero pasó tan lejos que, por más señales que hice, no podía
verme. A los otros dos tan solo llegué a escucharlos…puede que con el hilo de
la intuición o, tal vez, del deseo y de la locura. Me ha parecido ver un
escorpión moviendo la arena y hay rastros serpenteantes por todos sitios. Pero
no los temo. Solo temo a la noche. La noche es otro laberinto mucho más grande
aún. Un laberinto dentro de otro laberinto y ambos dentro del más atroz: el
laberinto de la duda.
Cuando
desperté en el hospital rodeado de gente, todavía permanecía el laberinto dentro
de mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario