(
Catalina Lercaro, hija de una adinerada familia de comerciantes genoveses,
vivió en el palacio Lercaro de San Cristóbal
de La Laguna a finales del siglo XVI. Cuenta la leyenda que se suicidó
arrojándose al pozo que se encuentra en la parte trasera de la vivienda el
día de su boda acordada por su padre con
un cacique de la isla de avanzada edad. La iglesia prohibió su sepultura en
camposanto y sus padres la enterraron en una de las estancias. Según afirman
algunos testigos, el fantasma de Catalina deambula por la casa)
Te veo desde la calle. Yo ando desconcertado
mientras tú me miras desde la ventana.
Hoy no temo esa visión espectral, ni la sutil
complicidad con que me regalas tu ilusoria presencia. Pero no te engañes ni
trates de confundirme. Tú ya no estás, y aunque tu tiempo se haya cruzado con
el mío, la extraña calle por la que
transito ya no es tu calle. Estás condenada a no ser y yo a no volver.
La ciudad te olvida a este lado de los muros de tu casa genovesa.
No tienes historia, ni siquiera mi grotesca historia. Tu
etérea figura es una simple historieta, una burda leyenda.
Cuántas veces recorrí las estancias por las
que lloraste tu infortunio, tratando de arrancar sombras a las paredes, lamentos
a los corredores, huellas a las viejas maderas. Pero nada de eso sucedió. La
casa encantada llenó folletos y acaparó visitas que compraron humo. El fantasma
de un fantasma, una bella entelequia.
Me
pregunto qué fuerza nos empuja a no cejar en inanes quimeras y ahora, al pasar
bajo la cornisa que ostenta el escudo de tu linaje, no me sorprende tu
presencia en la ventana.
Solo tú Catalina, puedes ayudarme a entender
por qué me alongué tanto para buscarte en el pozo.
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