(Muerta en 1839, a los 28 años de edad)
Teresa, apenas queda tu sombra
oculta tras la sombra del poeta.
Apareces
en las páginas de un libro,
en la desesperación de un canto,
en cada criatura que escapa
de la red
y sueña.
Teresa huida,
sé tan poco de ti
que todo lo imagino:
El viaje
desde la raíz de la aurora
a las ramas más negras de la noche.
Tu angustia de madre
que rehúye a los ángeles
para volar hacia las nubes.
Tiempo de luz,
pies cascabeles,
sábanas felices,
ventanas claras,
el arrebato de un vals en la cocina,
el patio florecido de poemas.
Pero después…
La alfombra sucia de insultos,
el carnaval cobarde,
la almohada áspera de dudas.
Arrepentida
de haber amado tanto
a quien no lo merece.
Pero quizá lo merece:
también él pagó su rebeldía.
Aunque tú pagaste más,
por el derecho
no de amarle a él,
sino de amar en libertad.
Nadie lo entendió –pocos lo entienden−
y perdida entre muchedumbres
de almas fingidas
averiguaste
todo el peso del desprecio.
No reniegues de tu libertad,
no te arrepientas, Teresa,
no te acuses de necia:
hubo un tiempo de amor
y un tiempo desesperado.
Y algo más:
Unos ojos
mirando tras la reja tu cadáver,
unas manos frías,
un llanto sin lágrimas
en la noche sin estrellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario