Mi madre dice que tengo colores en la voz. Y
no es que cante bien, no canto nunca. Pero ella escucha con todos los sentidos
lo que digo, y le digo muchas cosas. Le explico todo lo que sé. Sé que el agua
de lluvia es fresca y me sabe azul. Sé que el barro es húmedo y pringoso, que
la hierba seca cruje y que me gustan los besos suaves sin ruidos ni apretones.
Sé que el asfalto es duro y que encima de él todo es ruidoso. Sé que el cristal
es suave y frío y la madera tibia y cálida. Sé que en casa, tenemos demasiados
agujeros en la pared de cuadros que ya no están. Y sé que la sangre duele y
duele igual si cae sobre nieve helada o sobre brasas calientes. Porque el dolor
no es lo que sale afuera, y no importa dónde estés.
Mamá dijo una vez que soy su color favorito,
y que por eso descolgó todos los cuadros, porque le distraían. Sus colores le
chillaban. A mí me chilla en rojo la sopa cuando me quema la lengua. Y todo lo
que me asusta me chilla en negro y morado.
Tengo colores en la mirada, eso dice mi madre.
Yo siento que de los ojos me salen las palabras, igual que de la boca, las
manos y los oídos. Creo que los cuadros los pintó ella, y que quería que los
viera yo, pero nunca he podido ver nada. Y puedo sentir que cada agujero en la
pared le hace daño a ella.
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