Llueve,
el cielo
descarga mansamente
su manto de
agua.
Llueve como
si la memoria,
arrastrara
millares de señales líquidas
del germen
de las cosas.
Llueve
milagrosamente,
presagio
sigiloso de redención eterna,
de vida
renacida.
Llueve sin
pausa,
a pesar de
las miserias de los hombres,
y su sonido
es una invitación al silencio,
a la
meditación deliberada.
Llueve, sí,
con
trasparencia,
con
recogimiento,
generosamente,
como una
advertencia pacífica
de concordia
entre los mortales.
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