domingo, 19 de abril de 2015

Fallo del II Certámen de relato breve "Guadix en el día del libro"


La Asociación para la Promoción de la Cultura y el Arte "La oruga azul" a 19 de abril de 2015, acuerda publicar el nombre del ganador del Certamen y de los cuatro finalistas. Agradecemos a todas las personas que han participado en esta convocatoria y damos la enhorabuena a los premiados. La entrega de premios tendrá lugar el día 23 de abril en la fiesta del Día del libro, a las 6 de la tarde en el Teatro Municipal Mira de Amezcua de Guadix.


  • Ganadora: ALICIA MARÍA EXPÓSITO con el relato "El guardián de las palabras".

  • Finalistas
  1. Finalista: JULIA GARCÍA NAVARRO, con el relato:"Dejad el balcón abierto".
  2. Finalista: F. JAVIER FRANCO MIGUEL, con el relato " Don Juan de los infiernos".
  3. Finalista: Mª CARMEN REQUENA DEL HOYO, con el relato "¿Dónde estás? Estoy en la luna".
  4. Finalista: CUSTODIO TEJADA, con el relato "Pasión Caníbal".

viernes, 17 de abril de 2015

Manifiesto por la lectura, de CARMEN HERNÁNDEZ MONTALBÁN



¿Qué es un libro sino una semilla que germina y hace crecer las ideas?

¿Qué es un libro sino un viaje interminable?

¿Qué es un libro sino una puerta abierta al conocimiento?

¿Qué es un libro sino un vuelo por la imaginación?

¿ Qué es un libro sino una llave que abre el cofre de las emociones?

¿Qué es un libro sino un amigo que se encuentra y una soledad que se acaba?

¿Qué es un libro sino una oportunidad para ser libre?

La lectura es la Libre Experiencia de Conocer Todo un Universo Rico en Aventuras.



martes, 14 de abril de 2015

La Envidia, por MAR BLANCO.


Oír preguntas que son falsas respuestas,
palabras vanas que ya no son cómplices del alma
Derrumbar este corazón tan ajeno al desencanto,
tan de cantera rosa.

Era mi amiga,
ahora su mirada se nubla a los colores,   
y hasta le crecen barrotes de silencio.
 
 
Caigo derrotada en la evidencia,
 
como Abel a manos de Caín,
 
como la risa busca el escondite del desengaño.
 
 
La intuición sin vendas yace desmayada,
 
toda la sangre -en blanco y negro- al sur.
 
Dicen que desde que se instaló la envidia,
 
sólo hay tardes de lluvia y pájaros de invierno.
 
 
 

 
 
 

7, por ISABEL REZMO.

 


7 Verbos  innatos en el cuerpo.
Desarman pecados  en la contienda.
 Sacuden  márgenes, ángulos,
el rojo instinto carnal del placer.
Saliva que desborda el rictus 
con el ansia involuta en el labio.
Salvaje. Salvaje oscuridad 
ronroneando la mente.
La  acidia perpetúa los aforismos.    
Aplasta el colchón inmóvil del gusano.      
7 yunques y un atril que habla.
  El pozo del deseo  tragando monedas,
  cara  o cruz del veneno y  la sombra.
El palo de  Caín a Abel  en  la ojeriza   
hermana   del cieno.
 Mancha  pegajosa
 del tendedero blanquecino.
Cáncer que sonroja la quimioterapia
 cuando  las buhardillas  festejan los espejos,
sobre  el tejido costoso

  de la hermosura.

Trémula, por INMA J. FERRERO.



Búscame…
mi boca te espera.
Róbame un beso…

El deseo en los labios.
No tengas prisa,
el tiempo se ha dormido,
todo está en silencio
siguiendo tus manos.

Desordena
la flor
que trémula
despiertas en mi cuerpo..

Despacio…
Salvajemente…
Es tanto el fuego…
Enrédame
en tu besos,
en el perfil
que describes,
vuélveme loca
a la espera de tu tacto.

Desgarra
palmo
a palmo mi piel
con el susurro
de tu lengua…

Sumérgete
en el placer húmedo
que grita
al presentirte.


Cierra los ojos…
mi universo
es tuyo.

Ira, por ALICIA MARÍA EXPÓSITO.

   

Mar adentro mi pena, 
mar adentro.
Mar adentro mi angustia, 
mar adentro.
Sea mi ira 
como una tempestad
 
de inmensas olas
 
que amedrenten el cielo
 
y hagan temblar el mundo.
Después, nada.
No me quedará sangre, 
ni una brizna de aliento
 
y ya no seré más
 
hendidura de ocaso
 
en la mañana.
Únicamente 
la soledad absoluta
 
en la paz infinita
 
del silencio.
La tierra se ha podrido 
al paso de las sombras.
Sólo cabe esperar 
la redención del agua.
Níveas flores de sal 
me rondarán la frente
 
y esta vieja tristeza.
Cuerpo mío, 
busca un lugar oscuro,
 recuéstate en el fondo,
 
en donde ni yo misma
 
sea capaz de encontrarte.

Mar adentro mi vida, 
por siempre,
 
mar adentro. 

Mi pecado, por LUIS LÓPEZ QUIÑONES-RUIZ.

Pintura de A. Róbalo


Ante el altar de los pecados
que mis demonios me ofrecen,
ni excluyentes ni exclusivos
hoy solo quiero reconocer uno.
Será por no mortificarme en exceso,
por miedo a mirar más dentro y más hondo,
por no hacer ruido y pasar de puntillas
y no despertar la bestia que todos somos.
Ese que destaca en mí sobremanera
sobre los cantos de sirena de los otros,
que me adjudico como dueño y propietario
y como sombra que se acorta y que se alarga.

No es la visión de la carne desnuda,
ni es la sangre que se altera y se dispara,
porque aunque suda lujuria mi cuerpo
mi cabeza es más vieja y también más sabia.
No son los banquetes de excesos,
ni las mesas rebosantes e infinitas,
y aunque mi saliva muestra el camino
mi ansia sufre parálisis y la marchita.
Aunque no puedo evitar desear lo tuyo
y los éxitos que no me corresponden,
de acumular mas todo para nada,
no soy yo, sino otro mezquino y oscuro.
Durmiendo sueño que sigo dormido,
que todo viene sin lucha ni esfuerzo,
pero es mi parte poderosa y heroica
la acude al rescate cada mañana.
La vena que trasporta mi ira,
recorre mi cuello hasta mi puño,
pero casi siempre tropieza y se vence
en el remanso de la visión de tu rostro.

Entre los siete jinetes malignos
que nos corroen y nos envilecen,
que nos apartan de la virtud y de la hombría
es la soberbia mi madrina y amante.
Sí, soy humano, no por ello me disculpo,
y aunque mis bolsillos llevan semillas varias
la de nombre sensual y antiguo
vive en mi y de mi se alimenta.
En la sala de este juicio sumario,
en que yo soy fiscal, juez y reo,
cual verso romántico y trágico,
yo me acuso y yo me condeno.

Madrid , 7 de abril 2015







Stop, por PEDRO CASAMAYOR RIVAS.


Qué es un hombre sin pecados
sino agua mansa de zainas estrellas.
Dediquemos el calor al desnudo
y  los abrigos del fondo del armario,
donde el jadeo soberbio
esconde la lana más deseada.
Al amante, toda la pereza
en vestir su cuerpo armado de siluetas
y pezones incontrolables
como semillas celosas de almez.
Al viajero asilo donde
aloje la realidad después de la ira
cuando sacuda la aldaba
 que llama al desahucio.
Al purgatorio de Dante
libertad en su carga de lo eterno
y un día de taberna,
donde lo mundano se arrodille ante la gula.
Qué es un hombre sin pecados
sino una señal de stop ante el paraíso.


Los siete pecados capitales, por CARMEN HERNÁNDEZ MONTALBÁN (Micropinturas de PAUL REY)

Me lo he comido todo (la gula).



Micropintura de Paul Rey

   
   Me lo he comido todo. Después de devorar como una piraña los suculentos manjares dispuestos sobre la mesa, he juntado la migajas de pan y he rebañado los platos. A la postre, me sobreviene el remordimiento; no tanto por dejar sin probar bocado al resto de los comensales que acudían a la mesa, sino porque me estoy convirtiendo en una asquerosa bola de carne. No puedo evitarlo Señor, las ansias me pueden; tanto es así, que ayer caí de rodillas suplicando tu clemencia, creía estar en la iglesia, pero al alzar el rostro, advertí con estupor que no estaba ante el altar, sino al final de la cola de un Mcdonals.


El vampiro (La avaricia)


Micropintura de Paul Rey

    Su naturaleza imperecedera trasciende a lo largo de los siglos. Emite un sonido metálico como el de un reo con los pies encadenados, arrastrando voluntades a su paso.  Pudre corazones  que esclavos de la avaricia, presentan su mueca más despiadada a la miseria. Se transforma en el capataz de la más frenética máquina industrial, donde millones de vidas sin voluntad caminan sonámbulas trazando círculos letales. Adopta infinitas identidades, todavía lo hace. La última vez que lo vieron fue en la bolsa, miraba tras los paneles, mientras un hombre se arrojaba por la escalera de incendios al vacío.



Testosterona  (La lujuria).



Micropintura de Paul Rey


   Créanme, no es fácil levantarse por la mañana y comprobar que no eres más que un apéndice de tu entrepierna, que ésta gobierna por entero tu voluntad. Cada acción que emprendes se ve interferida por ésta sustancia revulsiva y perniciosa, segregada por dos bolsas de carne peludas. Me pesa demasiado, mis neuronas desfilan en una espiral cuyo centro siempre es el mismo, la propulsión de un órgano en pié de guerra que no consigo amaestrar.

Estoy lleno de ángulos (La ira).


Micropintura de Paul Rey





   Siento que cada poro de mi cuerpo se inflama. Mis carnes estallan con una violencia delirante. Este sentimiento que se encona con agudeza bestial, no produce sino aristas en mi cuerpo. Nada es capaz de aplacarme, nada me calma, hasta el aire me resulta cáustico. No empatizo con nada de lo que me rodea. Mi piel se está cubriendo de escamas, soy un totem de indignación y hasta creo que me estoy convirtiendo en basilisco.


La pereza




Micropintura de Paul Rey

   No es pecado ser cigarra, siempre y cuando no se robe el grano que alimenta a la hormiga trabajadora.


El rey Ego (la soberbia)


Micropintura de Paul Rey

   El Rey Ego, ebrio de vanidad, engordaba cada minuto, alimentándose de los elogios que sus súbditos recitaba como un mantra. Pero el monarca , empotrado en el trono de la soberbia, nunca se encontraba ahíto. Su frágil autoestima se inflaba como una burbuja, adornada de espejismos. Hasta que un día, su reflejo se acercó peligrosamente a la aguja de la crítica, entonces la burbuja estalló como la pompa de un chicle.







La envidia



Micropintura de Paul Rey


    Quería ser como ella, parecerme a ella. Y tanto he mimetizado sus gestos y apariencia, que ahora no sé quien soy. Lo más triste del asunto es que ahora ella ni si quiera me reconoce.

Olor a pimientos, por F. JAVIER FRANCO.




Aún la primavera, a pesar de lo que dictamina el almanaque colgado de una chincheta en la pared, no ha dejado sentirse y el frío invierno se aferra a la supervivencia en una agonía terrible de vientos y aguanieve. No sé si fui yo o fue el vendaval nocturno quien dejó abierta o abrió la puerta del patio, pero esta mañana un ambiente a despensa fresquera invade mi pequeño habitáculo. He salido al patio, estaba el suelo revuelto de hojas muertas, testigos mudos, que no quietos, de esos mortíferos últimos estertores invernales. En mi ansiedad he inhalado todo el frío oxígeno que transportaba la mañana, pero por los canales de mi nariz se ha introducido un olor suculento, un olor a pasado, a cocina de carbón, a la abuela dominando la materia sobre las planchas incandescentes de hierro, olor a pimientos asados que los caminos venteros dejaban que se condujese hasta el desolado patio. Y yo, en mi soledad, he dejado embriagarme por la gula de los sabores del recuerdo, del hule a cuadros sobre la mesa de madera con indicios de carcoma en la cocina, aquellos sabores que en una infancia glotona hacían que me atiborrara hasta que sentía la tirantez de las paredes de un estómago repleto. Luego en la confesión con el cura que nos introducía en los secretos morales para poder digerir la carne de un dios, éste me hacía rememorar mis pecados y me descubría que aquellas ingestas eran un pecado capital: la gula, mientras le miraba su cara sonrosada y presidida por un narigón rojizo y observaba los pliegues que no podía disimular la sotana de un barriga oronda e inmensa, él sí que había sabido bien conseguir alcanzar el esplendor máximo de los contornos estomacales. Si yo por mi autodelación debía rezar tres padrenuestros y tres avemarías, ¡cuántos rezaría él tras cada opípara comilona!, eso era lo que siempre me preguntaba, eso y si de veras servía para algo aquella confesión, porque el acto de contrición era momentáneo, justo duraba hasta que la abuela volvía a asar los pimientos sobre la sobreexplotada carmela de metal. Luego pensaba en las mojigatas figuras de luto perpetuo de comunión diaria, ¿aquello no sería gula de la carne de dios? Aunque cuando vestido de blanco probé lo que yo creí debía ser un manjar exquisito, joder si la carne de pollo o cerdo, cuando había oportunidad, me resultaba un manjar, la carne de dios debía ser insuperable, sufrí la decepción de la insípida oblea. Entonces decidí que mis atracones de guisos con cariño de abuela no eran pecado, más tarde con los años me planteé si realmente existían pecados.
Siete pecados capitales me hizo memorizar aquel cura voluminoso y carente de humildad: gula, ira, pereza, lujuria, avaricia, envidia y soberbia. Siete pecados que alguna vez en la vida practiqué y de los que, salvo en ocasiones de los dos últimos, jamás me arrepentí. Gocé de la gula, a pesar de las hambrunas que me han tocado padecer, y de la lujuria lo que pude y me fue permitido o correspondido,  estallé en ira ante las injusticias y los abusos, obtuve de la pereza los beneficios del descanso y la meditación y de la dulcísima sensación de poder aprovechar el tiempo en no plantearme la propia laxitud del tiempo, fui avaro de mis placeres, más intelectuales que mundanos, para estos me reservé la lujuria y la gula, de la envidia me arrepentí en cuanto lo fue por lo ajeno en ánimo de trueque, no en cuanto lo fue como admiración y deseo de llegar o alcanzar, procurando envolverme de los méritos suficiente, el bien admirado, y de la soberbia me arrepentí casi siempre, salvo en aquellos momentos en la soberbia no supuso sino autoafirmación ante el desdén del auténtico soberbio empavonado. Pero, realmente estas actitudes humanas ¿qué son?, ¿qué es el pecado? Según mi enciclopedia, de la escasa compañía que me queda, es “transgresión voluntaria de la ley divina o alguno de sus preceptos” o “lo que se aparta de lo recto y justo, o que falta a lo que es debido” o “exceso o defecto en cualquier línea”.  Todo heterogeneidades sin concretar: ley divina, recto y justo, exceso o defecto… El problema, su raíz, justamente está en “quién” ha de definir esos valores, y siempre –naturaleza humana– cada intérprete arrima el ascua a su sardina, o a su pimiento… Tengo instalado el olor desde que me levanté en medio de este frío fuera de época, es como una esencia que me impregna y me recupera parte de mí mismo, de ese tiempo perdido por irrecuperable, pero que no sé si estuvo bien perdido, porque no es el arrepentimiento un sentimiento útil, como tampoco lo es la resignación, pero es más pragmático y gracias a ella resisto en este escondrijo, cuya una salida a la realidad es este patio, porque tengo la seguridad de que aquí nadie puede verme desde ningún lugar.

El sótano de esta vivienda en semirruina, desde el bombardeo de febrero del treintaisiete, es mi refugio desde marzo de mil novecientos treintainueve. Ser un perdedor perseguido ha hecho que lleve varios años aquí metido, en perenne soledad tan sólo interrumpida por mi enciclopedia y por la presencia de la fiel Amelia que aún se mantiene en lo que queda de esta casa y me mantiene, ayuda y resguarda. Ella no es sospechosa de nada para los centuriones del nuevo orden –tan eufemístico como la palabra pecado– y siempre fue amiga de la familia. Mis padres no sobrevivieron al fuego del destierro en la carretera de Málaga a Almería y sólo me quedó ella cuando quedé en desamparo y sin poder huir a ninguna parte. Fue justamente en una noche de olor a pimientos, cuando toqué la aldaba de la medio casa, enseguida se ofreció para esconderme, y aquí sigo, sólo sé del tiempo por el almanaque clavado en la pared por una chincheta que va renovando año a año. Vivo en un rinconcillo del mundo suspenso sin edad, siempre aterrorizado ante cualquier vestigio de llamada, mientras en los registros oficiales me mantengo como desaparecido, igual que una hoja muerta más del patio para las ramas del árbol del que un invierno se desprendió. Resignación y recuerdo es lo que me queda... ¿y la esperanza? La esperanza también forma parte del pasado, del tiempo perdido, del olor a pimiento asado. Si, en verdad, existiesen esos pecados, en mi cubículo sin alrededores no tendría oportunidad de practicarlos, salvo la pereza, pero esta pereza no es una actitud propia sino una condena impuesta. Y al final me pregunto si es verdad que este año se retrasa la primavera o es que estoy condenado a vivir en un perpetuo invierno… ¡Ya qué importa!

Los 7 pecados capitales, por PURA FERNÁNDEZ SEGURA.


Exordio:
 Los pecados capitales reciben tal nombre en cuanto que son “cabeza”, es decir, principio o raíz de todos los demás vicios  y males a los que la naturaleza humana se ve inclinada. Si nos remontamos a los orígenes de la codificación cristiana, y como probable antecedente la Ética a Nicómano de Aristóteles,hay que citar en primer lugar, la lista de pecados que redactó en griego, el monje Evagrio  Póntico en su obra, Los ocho vicios malvados (345-399). San Juan Casiano en el siglo V (360-435), en sus Colaciones, reelaboró y actualizó dicha lista donde se recogen 8 pecados o vicios capitales entre los cuales se incluye la tristeza. La clasificación quedó  en este orden: Gula y ebriedad, Avaricia (philarguria: ‘amor hacia el oro’), Lujuria(fornicatio), Vanagloria (cenodoxia), Ira(ira: cólera irreflexiva, crueldad, violencia), Tristeza(tristia), Pereza(acedia: depresión profunda, desesperanza) y por último La Soberbia, (superbia.), considerada por Santo Tomás,  madre de todos.
Esta relación fue modificada por el Papa San Gregorio Magno (540-604), S.VI en su obra Moralia in Job, donde  descarta la Tristeza o Melancolía, porque interpretó que era una manifestación entre otras, de la Pereza. Finalmente quedarían 7 pecados capitales  enumerados de la siguiente manera: Lujuria, Pereza, Gula, Ira, Envidia, Codicia, Soberbia. Santo Tomás de Aquino (S.XIII) en su obra La Suma Teológica estudiaría en profundidad la naturaleza del pecado y sus causas internas y externas, respetando el número y el orden establecido por San Gregorio. Más tarde, el poeta Dante Alighieri utilizó relación en su obra, La Divina Comedia (c. 1308-1321) e igualmente hicieron teólogos y escritores durante la Edad Media y Moderna.
A los Pecados Capitales  se contrarrestó con las Virtudes, que se oponen a cada uno de ellos: Contra soberbia, humildad (humilitas); contra la avaricia, generosidad (generositas);contra lujuria, castidad (castitas) contrala ira, paciencia (patientia),contra la gula,templanza (temperantia); contra la envidia, caridad(caritas); contra el pecado de pereza, diligencia (diligentia).






LOS 7 PECADOS CAPITALES +1


Como negar que todos
pasaron por mi casa.
Algunos fueron aves transitorias
en cambio, otros
hicieron fuerte  en mis dominios
y yo fui leal esclava.

Admito que a cierto pecado capital,
profesé singular querencia
y de la ruptura  inevitable
persisten marcas que aún hoy queman.

Pero al cabo, trajeron mal y  oprobio
a mí y a otras vidas colindantes.

En la virtud  me vi auxiliada.
Reuní el coraje y en un pulso terrible,
anhelé haberlos vencido para siempre.

Confundidos y exhaustos se alejaron,
dejando serena paz aquí en el pecho
y un extraño poso de nostalgia.

Al que tuve por  inocuo,
al que nunca eché cuentas: la tristeza,
áspid amorosa, mordió mis labios.
Fue letal, peor que todos juntos,
porque, indeleble ha ido minando
la hechura que me alcanza.
Y ahora, los expertos aseguran
que es la única especie endémica
de mi valle.









Tierra iracunda, por DORI HERNÁNDEZ MONTALBÁN.



La ira ofusca la mente, pero hace transparente el corazón (Niccolo Tommaseo


Dicen los más viejos que hubo una tierra iracunda donde todos eran habitantes fugitivos en casas iluminadas de paupérrimas bombillas amarillas, por donde las madreselvas y otras plantas trepadoras campaban a sus anchas. En aquel tiempo todos eran hijos de la ira; almacenaban el fracaso, acumulaban el rencor, y contaban los agravios recibidos como el avaro cuenta una y otra vez su preciado tesoro.
Pero en el fondo, los miserables habitantes de aquella tierra de entonces sabían que si permanecían inmóviles, si se rebelaban en contra de la terrible rutina que los había confinado al no ser, todo cambiaría. Aquella era una tierra roja de rocas peladas, por donde cursaban ríos cristalinos, girasoles ciegos y vacas amarillas señoreando sus ubres secas por calles desoladas, por donde siempre marchaba gente anónima, arrastrando la alcuza del hambre. Allí nacieron los hijos de la ira.
Ellos supieron que el sol no se compra, que nada poseían salvo el legado de la ira, ira necesaria para luchar contra la tiranía del odio y la soberbia. Comenzó entonces el eterno éxodo del vencido, miles de pies arrastrándose por caminos inhóspitos, miles de manos enterrando los cuerpos al alba, cuerpos que nadie creyó que fueran semillas, ojos contemplando la inercia del horizonte, suspendidos en el agravio, paralizados en la negación de un mundo posible. Llegó Saturno devorando a sus hijos y nunca el hombre tuvo tanta piedad de sí mismo como entonces, ni tanto arrebato, ni tanto odio.
Supieron de repente que la despiadada mañana había llegado cargada de mondos huesos y cadáveres apilados. Quedaron los hombres incrustados en la tierra, hundidos hasta las rodillas, enfrentados para siempre y duales en otra absurda guerra fratricida. Creyeron que necesitaban de la ira para salvaguardar la vida injuriada, los ojos del caballo asesinado y sus ásperas crines ensangrentadas. Ellos no sabían que los que murieron, germinarían un día en otros hombres nuevos, y que lucharían para limpiar aquella tierra iracunda de estiércol y escorpiones, que lucharía sin tregua para que la vergüenza del pecado terminara. Aquellos hombres se preguntaban ¿cómo pueden los pacíficos entender más allá de los dientes que mordían, cómo se puede crecer entre las cicatrices? ¿cómo seguirá latiendo el corazón que ha clavado puñales en el costado de otros hombres?. Ellos no sabían que existía un agua que habría de caer sobre la semilla reseca y cubierta de ceniza, que de su propia sed y ansias nacerían el agua nueva que regaría la espiga.
Pero malditos los que un día comulgaron con la muerte y que en lugar de pan dieron lágrimas, malditas manos manchadas lacayas del tirano…, siempre es lo mismo Ojos de uva, una tierra que espera a ser sembrada y la vieja raposa colándose en los jardines. La traidora muerte disfrazada de hambre, de Ébola, de venganza, de oro líquido y prosperidad.