Pintura de Braulio Hernández |
Soy un pobre escarabajo pelotero. Con
mis seis esmirriadas patas recorro todo un mundo cada día para procurarme el
sustento, la vida es monótona, dura y llena de peligros acechantes, tanto por
tierra como por aire. Si me preguntas si soy feliz, la verdad es que no sabría
qué contestarte. En mi monotonía hay libertad y, a veces, hasta alegría, cuando
encuentras un exquisito manjar o una escarabaja al punto en su básico instinto
por procrear, porque también existe el sexo, e incluso sofisticado, entre los
escarabajos.
La presencia de los humanos me asusta,
más bien me horroriza. He visto muchos de ellos machacar de una pisada a algún
congénere con la sola diversión de escuchar crujir el vano armazón de su cuerpo
y ver su masa informe esturrearse. Estoy seguro de que entre mis enemigos el
hombre es el más cruel y el más peligroso.
El pájaro, por ejemplo, te asalta
desde arriba, te toma con el pico y te lleva directamente en un viaje
increíble, aunque sea hacia la muerte, hasta su nido y sirves de alimento a sus
larvas, bueno, sus polluelos. El hombre te mata y punto, no hay otra utilidad
para él que tu muerte, y si es en defensa de lo suyo nunca lo hará frente a
frente, no dará la cara, te dejará la trampa oculta y ruin, los venenos y gases
traicioneros.
¡Y pensar que yo en una época fui así!
Porque la primera vez que tuve conciencia de mi muerte y luego desperté de esta
guisa, manteniendo el recuerdo del fin anterior, alcancé a comprender cuánta
razón tiene el príncipe Buda.
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