Con el paso de los años ha acabado de
encajarse
al frío sillón de granito que hace
arrugas en su traje,
desde la altura del pedestal que le da
ese aire de padre,
llena su horizonte de cuevas y
paisajes familiares.
Solo siente añoranza de un sombrero
para su testa
con tres picos que le protejan y a la
vez le resguarden,
del sol severo y pertinaz de los
veranos accitanos,
de los gélidos vientos de sierra y de
las lluvias otoñales.
Su pétrea figura enclavada en la
encrucijada de caminos,
el que de Madrid trajo sus huesos de
la vuelta del exilio,
el que te lleva hacia el mar y le trae
recuerdos africanos
el de los cafés de Granada y del
Carmen tertuliano.
A sus pies el estanque de los peces
descoloridos,
a su lado el Santo vigía cómplice de
sus últimos años,
y a la izquierda la rambla del río que
como la vida se comporta,
casi siempre seca, mansa y de repente
te desborda.
Desde su atalaya de privilegio Pedro
Antonio tiene alma,
con la paciencia adquirida y la
posteridad conquistada,
con el manuscrito de su escándalo
entre sus dedos de mármol,
reprende eternamente a su niño de la
bola.
Guadix
, 4 de octubre del 2014
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