martes, 14 de octubre de 2014

Pétreo Antonio, por LUIS LÓPEZ-QUIÑONES RUIZ.



Con el paso de los años ha acabado de encajarse
al frío sillón de granito que hace arrugas en su traje,
desde la altura del pedestal que le da ese aire de padre,
llena su horizonte de cuevas y paisajes familiares.
Solo siente añoranza de un sombrero para su testa
con tres picos que le protejan y a la vez le resguarden,
del sol severo y pertinaz de los veranos accitanos,
de los gélidos vientos de sierra y de las lluvias otoñales.
Su pétrea figura enclavada en la encrucijada de caminos,
el que de Madrid trajo sus huesos de la vuelta del exilio,
el que te lleva hacia el mar y le trae recuerdos africanos
el de los cafés de Granada y del Carmen tertuliano.
A sus pies el estanque de los peces descoloridos,
a su lado el Santo vigía cómplice de sus últimos años,
y a la izquierda la rambla del río que como la vida se comporta,
casi siempre seca, mansa y de repente te desborda.
Desde su atalaya de privilegio Pedro Antonio tiene alma,
con la paciencia adquirida y la posteridad conquistada,
con el manuscrito de su escándalo entre sus dedos de mármol,
reprende eternamente a su niño de la bola.



Guadix , 4 de octubre del 2014

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