domingo, 15 de junio de 2014

Mi primer García Márquez, por JOSEFINA MARTOS PEREGRÍN



Tuve suerte, entré en García Márquez  por uno de sus mejores libros, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada.  Lo recibí como regalo de cumpleaños -19-  y aún lo conservo, gastado y bello, en su sencillez y buen diseño, de Barral Editores, 1972. Carlos Barral, escritor, poeta, navegante, miembro de la gauche divine barcelonesa y al que todos los lectores debemos agradecimiento, pues amplió enormemente  el panorama literario español editando a jóvenes autores de aquende (como Juan Marsé) y, sobre todo, de allende: Cortázar, Bryce Echenique, Vargas Llosa… Y García Márquez.
Una joya humilde, un libro vivo porque siempre que lo releo le descubro sabores nuevos, aunque lo que me propongo ahora es recordar aquella primera lectura, la sorpresa encantada, mi alegría al descubrir un mundo nuevo y, sin embargo, inexplicablemente presentido.
Lo primero que me impresionó fue el título, largo y sabroso, evocador de atmósferas cargadas donde conviven inocencias junto a perversidades. Lo segundo, el nombre de Eréndira y los que siguieron: Pelayo y Elisenda, Catarino, Ulises, Pancho Aparecido, los Amadises… En  una mezcla evocadora e impredecible entre  romances trovadorescos, tragedias griegas y pueblo amerindio.
 Y lo que formó el meollo de mi asombro: el tratamiento de lo insólito como hecho normal;  la total ausencia de respingos y alharacas ante milagros, sinrazones  y maravillas; la disolución de fronteras entre realidad y sueño. A mi entender este carácter distintivo del realismo mágico impide tanto la moraleja como la denuncia:  sentido sí. Verdad, también; en concreto, la cándida Eréndira  contiene toda la verdad del mundo pero en ningún momento constituye una diatriba contra la prostitución infantil. Y esta falta de moralidad explícita también impresionó mi alma lectora.
Otra enorme sorpresa: la novedad de las descripciones, si podían llamarse así, porque yo nunca me había encontrado con una  “enorme mansión de argamasa lunar” ni pisado ninguna casa “oscura y abigarrada, con muebles frenéticos y estatuas de césares inventados”.
Pero lo más extraño fue  mi curiosa reacción, que continúa y aún no comprendo :  desde las primeras frases sentí una injustificada familiaridad con aquel mundo y sus personajes; en especial,  los derrotados, los  humildes, alzaron su vida ante mí como hermanos presentidos. Nunca me he identificado con García Márquez,  pero sí con Eréndira y el joven Ulises, con el hombre muy viejo de  alas muy grandes, con el fotógrafo que cruza el desierto a lomos de bicicleta; con el hermoso ahogado que no puede sino llamarse Esteban y la niña que se convirtió en araña por desobedecer a sus padres.

Gentes errabundas, que viven, trabajan, mueren, sin darle mayor importancia; que ponen en juego una imaginación sin límites para comer cada día. Cercanas, entrevistas, como si yo en alguna otra vida, sin duda onírica,  hubiera contemplado ese reverbero de gentes, magias, milagros y crímenes,  hojas revueltas que se lleva el viento. El Macondo de la abundancia que en un instante se transforma en podredumbre. ¿Acaso Macondo vive en nosotros aún antes de leerlo? ¿O Gabriel García Márquez escribe tan endemoniadamente bien que nos produce esa sensación? En cualquier caso, misterio y magia que le debemos.

1 comentario:

  1. Sensaciones inconfundibles, de poder tocar, oler, sentir...magia si, magia. Enhorabuena.

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