sábado, 5 de agosto de 2023

LA PELOTA, por Patricia Riveiro García

 



            Acabó el colegio, por fin vacaciones, pero Manuel sólo pensaba en los madrugones que le esperaban, en el trabajo de sol a sol que se avecinaba, acabar el colegio para él era empezar con el trabajo en casa, llevar las vacas a pastar, plantar todo lo que a sus padres se les antojara y todo lo que eso implicaba, y mientras, ver a sus amigos camino del río a disfrutar de las horas bajo el sol, refrescándose, jugando y divirtiéndose, o verlos camino del campo de la fiesta con la pelota en mano para echar un partidillo. Manuel se quedaba mirándolos pasar con el entrecejo fruncido y ya no volvía a hablar en todo el día hasta que su madre, después de la faena, le pasaba su brazo sobre el hombro camino a casa, le besaba la frente y le decía lo agradecida que estaba por la ayuda que les prestaba, entonces el entrecejo de Manuel se relajaba, se le hinchaba el pecho y se sentía orgulloso de sí mismo, hasta la mañana siguiente que todo volvía a ser igual.

Era todavía de noche cuando su madre con un susurro lo despertó, desayunó un tazón de tibia leche recién ordeñada y una rebanada de pan del día anterior, se lavó la cara con agua fría para intentar espabilarse un poco, se vistió con la ropa vieja y desgastada que estaba cada mañana frente a la lumbre de la chimenea, como esperándolo para darle los buenos días; Manuel odiaba aquellos trapos que se tenía que poner, sus amigos vestían más modernos, más limpios, más elegantes y el estaba harto, quería ser como sus amigos. Media hora después de despertarse ya estaba camino de la finca de patatas, su padre silbaba a su lado llevando una carreta con los aperos necesarios y su madre, al otro lado llevaba una cesta con comida sobre la cabeza, y una jarra grande de agua en cada mano, Manuel llevaba la manta que siempre ponían en el suelo al mediodía para almorzar, miró al cielo y pensó en el largo y caluroso día que le esperaba por delante.

Tan pronto como llegaron a la finca el padre de Manuel comenzó a labrar la tierra hasta tenerla suelta, Manuel iba detrás echando el abono y removiendo la tierra para que esta fuera más rica en nutrientes y detrás de él, su madre, iba haciendo una zanja que luego inundaría con agua  un par de veces, para luego ya por fin sembrar las patatas entre los tres, en esas estaba Manuel cuando  algo llamó su atención entre todas aquellas tonalidades del color marrón, primero le dio con el pie para apartar un poco la tierra y luego se agacho curioso por ver lo que era, era una pelota minúscula, la cogió, la apretó fuertemente en su puño, tanto que casi le dolía la mano y pensó lo injusta que era la vida con él, que daría todo lo que tenía por estar jugando en ese mismo instante, quería ser como cualquier otro niño.

Todo se nubló a su alrededor, una niebla que se hacía más espesa cuanto más se acercaba a él, ya no podía ver a sus padres, unos segundos y no veía ni sus propios pies, se quedó inmóvil, empezaba a asustarse cuando empezó a ver de nuevo, pero no estaba sobre tierra, bajo sus pies había grava, siguió allí quieto, esperando, y cuando levantó de nuevo la vista estaba en el campo de la fiesta, una pelota se dirigía a él como un fogonazo, iba directa a su cara, pero como un acto reflejo la cogió entre sus manos y sus amigos corrieron hacia él a celebrar el “paradón” que había hecho, sin saber cómo había llegado allí, no le importó, siguió jugando el partido, y después fue al río con sus amigos y se lanzaba como ellos desde una cuerda atada a la rama de un gran árbol en la vera del río, y después de eso todos recogieron unos puñados de moras silvestres y se tumbaron en la hierba a comerlas mientras hablaba, contaban chistes y se reían a carcajadas.

Manuel estaba feliz como nunca, qué tarde tan espléndida, caminó con sus amigos de vuelta a casa cuando anochecía, fueron despidiéndose unos de otros hasta que Manuel se quedó solo caminando, llegó a su casa, o más bien a dónde debería estar su casa, porque allí solo había un terreno yermo, miró a su alrededor dando vueltas, buscando su casa, corrió por los alrededores buscando el camino, tal vez se había equivocado, pero cómo podía equivocarse si llevaba toda su vida haciendo ese mismo camino, agotado se sentó apoyado contra un árbol  y llorando, asustado y cansado se durmió, con los primeros rayos de sol se despertó, frotó sus ojos y volvió a su casa, pero seguía sin estar allí, corrió entonces a la finca de las patatas  y se encontró con una finca abandonada, con la hierba tan alta que casi no podía ver por encima de ella, cayó de rodillas llorando y llamando a gritos a su madre, lloró hasta quedar agotado, sólo entonces se puso en pie y pensando qué hacer y a dónde ir metió las manos en los bolsillos de sus pantalones y de uno sacó la pelota que ayer encontrara mientras ayudaba en la siembra, se acordó de lo que pensó cuando la encontró, de lo que tanto deseara al verla, y la maldijo, la maldijo una y otra vez, mientras culpaba a aquella minúscula pelota de todo,  se dio cuenta que sólo él tenía la culpa por haber pensado que lo cambiaría todo por poder ser como sus amigos. De pronto volvió a estar rodeado por una espesa niebla y la esperanza asomó a sus pensamientos, y allí estaban sus padres cuando la niebla se disipó, su padre seguía silbando mientras labraba la tierra y su madre miraba a Manuel con pesar, Manuel la miró, sonrió y comenzó a silbar como su padre.

           

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