sábado, 14 de enero de 2017

Sólo dos calles, por CONSUELO JIMÉNEZ.



Tengo, puedo, quiero escribir versos de ocasión
en los que la ciudad no sea más que una nuez
apretada en el puño de mi mano.
Sujeta, callada, lenta, sola, mía.
Me apetece respirarla,
acercándome a ella en alas de cualquier gesto.
Sí, un gesto amanecido desde la fría ventana,
donde asomada de soslayo poetizaba la niña que soy.
Ahora, turbio el cristal, tras el soplo menudo de mis labios,
agudizo la mirada sin alcanzar a ver distinguidos monumentos,
ni ramblas, ni concurridas plazas,
ni enormes edificios rasgando el sol,
que dan paso a ese medio limón
que invertido en la noche,
será plata en la gloria, sombra en las calles.
De ningún modo pienso escribir
sobre los parques de la ciudad.
No quiero ver esas ratas con plumas,
que asedian a los niños mientras meriendan,
ni apercibirme de la presencia de vagabundos
comidos a miseria, portadores del techo al hombro.
Una vez cerrados los párpados,
la ciudad se reduce a esas dos calles despiertas,
puestas en el cuadro de todas las mañanas,
lugar de paso de tempraneros que asoman,
compran el pan y desaparecen.
Hay demasiado que escribir, se escribe tanto, que todo es cero.
Sin más, lo otro es mucho, me aburre.



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