sábado, 14 de enero de 2017

Litorales, por TOMÁS SÁNCHEZ RUBIO.



No vive tanta gente como dicen
en esas flamantes casas del nuevo barrio
costero: todas tan iguales, tan perfectas,
tan lógicamente confortables y apretadas.

Son moradas de penas, placeres efímeros
y de otras cosas sin importancia,
pero están casi vacías.

Allí se ve a televisión y se escucha música
hasta altas –o bajas, según- horas de la madrugada.

Son hogares con balcones que no dan demasiado
a la calle: salientes, cuadrados, tristes
pechos de parca almidonados.

El mar está cada vez más lejos
de quienes creen olerlo en aceras recalentadas,
en bares atestados de sudor opaco

y falsos amantes satisfechos.

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