sábado, 14 de enero de 2017

Ciudad fantasma, por EDUARDO MORENO ALARCÓN.


       A la una y veinticuatro, hora local, se produjo la gran explosión. Poco se supo entonces. La información se dio a cuentagotas. ¡Cómo imaginar el impacto que tendría la catástrofe en las vidas más humildes, arrancadas del hogar y sin  guión alternativo!
            El plan de largo alcance se activó con la emergencia de un desastre apocalíptico. Terrible cuenta atrás, cada segundo era de oro. Cada décima contaba. Había que evacuar todas las zonas afectadas de inmediato. Sin demora y sin razones. Ya habría tiempo para todo lo demás. Cuestión de Estado. Cuestión de instinto. Cuestión de excusas ante el resto del planeta.
            Esa noche, Dios no compareció. Otras deidades tenebrosas ocuparon su lugar. Puede que llegaran para instalarse en el infierno terrenal, hogar propicio para seres expulsados de los cielos. Acaso no era la primera vez. Los espectros siempre buscan los espacios más sombríos. Lugares solitarios. Ciudades camposanto improvisado, sepulcro de sonrisas infantiles.
            La nube amortajaba los parejos edificios (bloques siameses que la industria planifica y ejecuta; colmenas civilizadas). Su estela era visible en plena noche, a muchos kilómetros de distancia. Con el fragor llegó el incendio, y con el incendio, la lluvia radiactiva.
            Por espacio de diez días, no dejó de lloviznar toxicidad.
            Las huellas del uranio comenzaron a tatuarse para siempre en la región; royendo corazones y viviendas, los bosques infectados por la zarpa venenosa de aquel polvo destructivo.
            Millares de instantáneas. Imágenes silentes del percance y sus estragos. Secuelas que ahora gritan en silencio congelado. Chatarra, olvido y muertos.
            Treinta y seis horas después de que la losa del reactor saltara por los aires, empezó el gran éxodo. Rápido, definitivo. La ciudad quedó vacía de sus gentes. Huérfana de sueños. Desalojada en tiempo récord. Abandonada a su suerte…
            Todo se hizo con extrema rapidez. Las explicaciones vendrían mucho más tarde, baldías y estériles. Error humano, y basta. Enseguida las portadas y programas infinitos, las audiencias disparadas, el morbo de un dolor que es siempre ajeno. Escenas impactantes, como en una película de terror. Quimeras pasajeras e ilusorias: apagas la tele o sales del cine y nada pasa, la vida sigue, el mundo no varía. Nada es verdad hasta que sufres en tus carnes aquel mal que habita fuera, en seres como tú.
            Con los años, los árboles mutantes recuperan lo que es suyo.
            Geológicamente, todo vuelve a su principio, sin humanos y sin señas del progreso. Callado frenesí de los gusanos. Polvo al polvo.
            Aún existen. La Tierra alberga sitios donde el hombre es un proscrito de sí mismo.


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