miércoles, 14 de septiembre de 2016

ANTONIO ENRIQUE, poeta.



Entrevista

-Antonio, nos honra tenerle en nuestra revista como Artista anfitrión, como verá, en ella contamos con una variedad de colaboradores: narradores, poetas, dibujantes, pintores, fotógrafos. Algunos de ellos hacen sus primeras incursiones en este mundo del arte y la literatura. ¿Qué les diría?

-Sin conocerlos personalmente, supongo que es poco atento hablarles. Les leería, primero, y después comentaríamos. Siempre me he negado a dar consejos generales, que sin duda los hay. Como el que impartía el maestro Azorín, hoy tan postergado: “decir una cosa tras otra, nunca en medio de otra”, o aquel otro de “no entretenerse”, es decir ir a lo que tienes que decir, sin mirar hacia los lados. En cualquier caso, les sugeriría leer, leer hasta estragarse. Y aprender a mirar con otros ojos, que no los físicos. Les induciría a desconfiar de lo aparentemente lógico. Les haría ver la belleza del silencio, el recogimiento y la soledad. 

-Vemos en su reseña biobibliográfica que es crítico literario. ¿Cuál es la función de un crítico literario?

-Para mí, introducir emocionalmente al texto. El lector de nuestros días es precipitado y con poca memoria; es imprescindible transmitirle la atmósfera de un determinado libro para que su lectura no sea abrupta, esto es motivarlo de alguna manera. Se hace necesario, a mi entender, incidir en lo puramente epistemológico (su estructura y recursos formales). Pero lo esencial es indagar en su sentido profundo: ¿por qué hubo de escribirse el tal libro? ¿Qué aporta de nuevo? ¿Por qué usted (el lector que sea) haría bien en leerlo?

-Cuéntenos una anécdota de sus primeros pasos en la vida literaria.

-En 1972 yo era apenas un adolescente y fui a Madrid para saludar a Vicente Aleixandre. Eduardo Scala me recibió a pie de andén en la estación de Mediodía. Era la vida literaria muy intensa por aquellos años de final de dictadura. Scala me hospedó en una pensión de la calle Hortaleza que había acogido a Juan Ramón Jiménez en una de sus primeras visitas al “rompeolas de todas las Españas”. Vicente tenía unos ojos inverosímiles, de puro verdes y encendidos, y era amable y cortés como he conocido a pocos. Me recibió en su biblioteca y su trato fue distendido y cordial. No hablamos de literatura, recuerdo. ¿Cómo hablar de literatura con un maestro, cuando yo era un muchacho? Por respeto no lo hice. Yo le había hecho llegar con anterioridad parte del Poema de la Alhambra, una selección del cual se publicó años más tarde, y él tuvo palabras de estímulo, que luego me envió por escrito. De lo que hablamos fue de gran música: de Brahms, por más señas. Osadamente, le dije que le darían el Nobel en el 77, lo que así fue. Cuando se lo dieron, me envió palabras de afecto.

-Ser escritor ¿es una forma de vida o un trabajo?

-Ambas cosas, pero, sobre todo, es un destino. El escritor de raza no querría serlo, pero no tiene otra opción. Cuantas veces intenta parar, o hacer otra cosa, la vida se le echa encima. Imposible rehuir esta presión. Sin escribir, no concibe la vida. Tampoco sin leer.

-¿Es necesario el arte? ¿Por qué?

-Nos libera colectivamente de la angustia existencial. Sin arte, dejamos de ser humanos. Nos degradamos, nos deshumanizamos. El arte es un instinto básico. Y el amor mismo no deja de poseer un evidente sentido estético.

-Nómbrenos alguno de sus libros favoritos (de su autoría) y háblenos un poco de él.

-Uf! Son ya 37, y dos que están en prensa, entre novelas, poemarios y libros de ensayo. Y cada uno es una historia, obedece a un instante vital muy concreto. Me siento incapaz de pormenorizar. Pero ya que lo dice, y estamos en Guadix, la trilogía en verso sobre la misma: Santo Sepulcro, El reloj del infierno y Huerta del cielo, más Viendo caer la tarde. Y El amigo de la luna menguante, que también transcurre por aquí. La verdad es que, en poesía, cada libro trae las claves del siguiente. Conforme nos hacemos mayores en edad, es innegable que tendemos al despojamiento. Ante una situación determinada, que cuando más jóvenes nos hubiese inspirado un nuevo poema, ahora nos planteamos si no nos estamos repitiendo. Pero, si la circunstancia es nueva, la pulsión inclina hacia la sobriedad y claridad emotivas: con las palabras de siempre, las “pequeñas palabras”, pueden decirse las cosas más grandes. 

-¿Qué le inspira la lluvia?

-La lluvia me lleva inexorablemente al poema de don Antonio Machado: “Recuerdo infantil”. Me evoca la tristeza de una tarde infinita. Cuando viví en Durango, la lluvia se prolongó durante dos meses. Cuando escampó, recuerdo que iba por la calle y arrojé el paraguas tras una tapia, sin cerrarlo. La lluvia me evoca también a Rosalía de Castro y su Galicia eterna. El orín, allí, es de color naranja sobre la piedra. La lluvia, para mí, son voces de niño en una tarde primaveral cantando aquello de la Virgen de la cueva. Hay en la literatura china un viejo tratado que se ocupa de los distintos grados de la inclinación de la lluvia. La lluvia es exquisita. Los olores que despierta, una sutileza irrepetible en el ciclo natural. La lluvia es un estado de ánimo del paisaje. Con lluvia, pareciera dotado de alma humana.



LLUEVE EN CABELLO DE ÁNGEL

EL AGUA, qué bendición.
La tormenta, sin saber.
Los pájaros juegan
a perseguirse hasta los nidos.
Un relámpago, mientras de los truenos
llega el olor de los campos bajo la lluvia.
Es todo como un estanque
puesto en pie de repente.
Si andas, traspasas sala tras sala
de una morada de cristal.
Qué dulzor el aire, qué alivio en la piel
este olor de espesuras sedientas.
Ni un pájaro en el cielo cinabrio
del sol hundiéndose majestuoso.
Llueve tan suave que parece
el susurro de una madre
junto al niño dormido.
Llueve en cabello de ángel.
Deja que te cubra y se deslice:
también tú llevas una antorcha.

                         De Viendo caer la tarde


Reseña

ANTONIO ENRIQUE nació en Granada, 19 de enero de 1953, en cuya Universidad se licenció en Letras. En esta ciudad vivió hasta 1979, residiendo más tarde en ciudades como Úbeda, Durango, Ronda y Jerez de la Frontera. Desde 1984 se halla establecido en Guadix.
   Ha publicado los siguientes libros de poesía: Poema de la Alhambra (1974),Retablo de Luna (1980), La blanca emoción (1980), La ciudad de las cúpulas(1980 y 1981), Los cuerpos gloriosos (1982), Las lóbregas alturas (1984), Órphica (1984), El galeón atormentado (1990), Reino Maya (1990), La Quibla (1991), Beth Haim (1995), El sol de las ánimas (1995), Santo Sepulcro (1998), El reloj del infierno (1999), Huerta del cielo (2000), Silver shadow (2004), Viendo caer la tarde (2005) y Crisálidasagrada (2009), El cisne esdrújulo (2013), Al otro lado del mundo (2014), El amigo de la luna menguante (2014).
   

Es autor de las novelas La armónica montaña (Akal, 1986), Kalaát Horra(Muñoz Moya y Montraveta, 1991; reeditada con el título de Las praderas celestiales, Comares, 1999), La luz de la sangre (Osuna, 1997; Quadrivium, 2008)), El discípulo amado (Seix Barral, 2000), Santuario del odio (Roca, 2006), La espada de Miramamolín (Roca, 2009) y El hombre de tierra (Padaya, 2009), así como del volumen de relatos Cuentos del río de la vida (Temas Accitanos, 1991 y Dauro, 2002), Rey tiniebla (2011).
  

 Como ensayista, su labor se sustancia en Tratado de la Alhambra hermética (Port-Royal, 1988, 1991 y 2005), Canon heterodoxo (DVD, 2003), Los suavísimos desiertos (Alhulia, 2005), El laúd de los pacíficos(Alhulia, 2008), Erótica celeste (Comala, 2008) y Las cavernas del sentido (Cajagranada, 2009), siendo asimismo coautor de una Guía de Granada (Anaya, 1991).
   Cabe destacar su vertiente crítica, a la que viene dedicando especial atención, con cerca de cuatrocientos comentarios, publicados en diversos suplementos literarios, "Córdoba", "Málaga-Costa del Sol" y "Europa-Sur" entre los más asiduos, así como en revistas especializadas. Figura en buena parte de las antologías más representativas de su promoción literaria. Pertenece a la Asociación Nacional de Críticos y es vocal de la Asociación de Críticos Andaluces. Poemas suyos figuran traducidos al árabe y hebreo, al papiamento, al rumano, además de las lenguas habituales.
Su obra se adscribe en la denominada "literatura de la Diferencia", a la que dio nombre y de la que fue uno de sus más decididos impulsores, opción estética caracterizada por la heterodoxia sobre las tendencias dominantes. Integra, con los escritores José Lupiáñez y Fernando de Villena, la denominada Academia de Oriente. Ha intervenido en numerosos congresos y dirigido algunos proyectos editoriales, siendo muy activa su labor como conferenciante. En 1996, cofundó con el escritor Gregorio Morales el Salón de Escritores Independientes, que llegó a contar con más de un centenar de miembros. Desde el 2003, ocupa el sillón "Ñ" de la Academia de Buenas Letras de Granada. Ejerció como profesor de literatura en Guadix, ciudad que viene marcando sus obras últimas con su atmósfera y paisaje, impregnándolas de un inédito sentido trascendente, y donde está al cuidado del aula Abentofail de poesía y pensamiento. Aquí le sería otorgado, en el 2001, el premio Ciudad de Guadix a la convivencia, por decisión unánime de todos los grupos que componen su Consistorio.






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