jueves, 14 de enero de 2016

La vida es sueño, desperdad, vivid, amad..., por MERCHE HAYDÉE MARÍN TORICES







Yo sueño que estoy aquí,
Destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y lo sueños, sueños son.


El siglo de oro español es tan vasto y prolífico que me ha costado mucho elegir sobre quién hablar. Pero cada vez tengo más claro que esta obra de Calderón de la Barca, que tocó sin quemarse y con gran maestría, la diatriba entre libre albedrío y predestinación, está hoy más vigente que nunca.

La predestinación (del latín praedestinatĭo,-ōnis) es una doctrina religiosa, bajo la cual se discute la relación entre el principio de las cosas y el destino de las cosas. Su naturaleza religiosa lo distingue de otras ideas con respecto al determinismo o el libre albedrío.
En particular la predestinación concierne a la decisión de Dios para crear y gobernar la creación y la evolución y el punto hasta el cual las decisiones de Dios determinan lo que será del destino de grupos e individuos.

"A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia" (Deuteronomio 30:19)
"Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados" (1 Corintios 15:22)
"Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y 
hasta el día de la eternidad. Amén" (1 Pedro 3:18)

El término procede del latín praedestinatio y en la Teología cristiana se aplica a la idea de que Dios conoce desde la eternidad el destino del universo y de cada persona. San Agustín, en la Iglesia Católica, y Calvino, en el protestantismo son autores especialmente vinculados a esta doctrina, aunque desde muy diferentes puntos de vista.
En este poema-joya literaria-ensayo del ser humano y sus miserias, ataduras e inquietudes, sobre todo en la figura de Segismundo, D. Pedro Calderón de la Barca, sin apartarse de sus fuertes convicciones católicas, plantea algo que hoy es pasto de terapeutas, enfermedades mentales, o simplemente, que no es poco, soledad y falta de ideales en la sociedad tan desestructurada que vivimos.
El trágico personaje de Segismundo es mi adoración. Todos tenemos ataduras emocionales, todos hemos sido alguna vez quien no queríamos ser, todos hemos sentido que decidían por nosotros, que nos imponían un modo de vida, de sentir, de reír, de creer. Y cada uno de nosotros tiene su propio tiempo. Pero todos hemos sido alguna vez cautivos de una torre imaginaria. En “La vida es sueño”, Calderón hace sinónimo en el sufrimiento de Segismundo, la predestinación con la expiación de los pecados. Como ya hiciera la mitología griega en la figura del Minotauro, del que seguramente partió nuestro amigo Calderón para crear a su Segismundo y su mundo triste y encadenado porque el destino le había hecho cruel.



De igual modo taoístas de todo el mundo creen en vidas pasadas y en un Karma que hemos de pagar por malas acciones pasadas. ¿Hasta cuándo el sentimiento de culpa? Es tan simple como aceptarnos a nosotros mismos, querernos con nuestros defectos y virtudes, tratando que ni unos ni otras se inmiscuyan en la felicidad de los demás. Proliferan hoy día los cursos de coaching, de crecimiento personal, de autoestima, las homilías católicas que reiteran por doquier que seamos felices porque la única predestinación en la que debemos creer es que somos inmortales y que la muerte de nuestro Señor redimió todos nuestros pecados para que el tránsito de la vida física a la del alma nos lleve a un paraíso sin penas, sin sufrimiento, sin rencor. Menos mal… pero nuestro Segismundo no tenía de todo eso y, sin embargo, también consiguió ser un Rey querido y bondadoso.
Pero hay más… de “La vida es sueño” ya hablaba la leyenda de la Torre de las Cautivas de nuestra hermosa Alhambra, las princesas Zaida, Zoraida y Zorahaida, cuyo padre decidió encerrarlas en una torre pues se había leído su destino en el nacimiento de las tres y se temía que hicieran malos casamientos.

Y, como no, recordar la ternura del bellísimo cuento de los Hermanos Grimm, “La Doncella de la Torre”, recreada maravillosamente por la factoría Dysney en el personaje de Rapunzel.


No podemos olvidar tampoco, la esotérica, mágica y colorista carta número XV del Tarot de Marsella, ¿coincidencia que tenga el mismo número que fecha tiene nuestro siglo de oro y el nacimiento de Calderón de la Barca? Si la miramos vemos como una torre se derrumba, aunque la carta se llama La Maison Dieu (la Casa de Dios).  Esta carta representa una reversión rápida y dramática. La Torre pone a prueba los cimientos de nuestras vidas. ¿Erigimos castillos en el aire o construimos sobre tierra firme? Por lo tanto, si deseamos que las cosas funcionen, debemos asumir la responsabilidad de nuestras vidas. No podemos seguir culpando a nuestros padres, a nuestra educación, al gobierno o a los dioses: debemos recuperar el poder asumiendo la responsabilidad. Cuando culpamos de nuestros problemas a factores externos, estamos desprendiéndonos de nuestro poder y renunciando a cualquier oportunidad de cambio.
De nuevo el destino, lo que ya está escrito, que se derrumba para darnos la bienvenida opción de decidir por nosotros mismos, de construir nuestra vida, de sentirnos libres.
Permítanme, aunque me extienda, transcribir aquí el primer soliloquio de nuestro protagonista, que, para mí, es estremecedor:

¡Ay mísero de mí, ¡ay infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
Ya que me tratais así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo.
Aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido;
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
Pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.

Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
(dejando a una parte, cielos,
el delito del nacer),
¿qué más os pude ofender,
para castigarme más?
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
que no yo gocé jamás?

Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apénas es flor de pluma,
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corre con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que dejan en calma;
¿y teniendo yo más alma,
tengo ménos libertad?

Nace el bruto, y con la piel
que dibujan manchas bellas,
apénas signo es de estrellas
(gracias al docto pincel),
cuando, atrevido y cruel,
la humana necesidad
le enseña á tener crueldad,
mónstruo de su laberinto;
¿y yo, con mejor instinto,
tengo ménos libertad?

Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apénas bajel de escamas
sobre las ondas se mira,
cuando á todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío;
¿y yo, con más albedrío,
tengo menos libertad?

Nace el arroyo, culebra
que entre flores se desata,
y apenas, sierpe de plata,
entre las flores se quiebra,
cuando músico celebra
de los cielos la piedad
que le dan la majestad
del campo abierto á su huida;
¿y teniendo yo más vida,
tengo ménos libertad?

En llegando á esta pasión,
un volcán, un Etna hecho,
quisiera arrancar del pecho
pedazos del corazon.
¿Qué ley, justicia ó razón
negar a los hombres sabe
privilegios tan süave
excepcion tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
á un pez, á un bruto y á un ave?


¿Y teniendo yo más vida, tengo menos libertad? ¿A qué o quién compara Calderón a Segismundo? Pues utiliza los cuatro elementos de la Tradición China: Tierra, Fuego, Agua y Aire; Y cada uno de ellos está simbolizado por un Bruto, el volcán Etna, un Arroyo y un Ave. ¡Qué distinguida simbología para expresar los sentimientos de un hombre atrapado por una historia que no es la suya! La inventaron otros para encerrarlo.

Es realmente sobrecogedor que en el silencio de la soledad, Segismundo encuentre dentro de sí mismo el dolor de la injusticia, sin saber lo qué es, la tristeza de la soledad, la falta de amor que nunca tuvo…

Dios quiere que seamos libres, no en la concepción del Siglo XV, sino en la de hoy; nos ha dado una serie de talentos para que los usemos para ser felices, yo no podría expresarlo mejor que Pablo Neruda, así que cedo la palabra y cierre a este gran poeta:
Muere lentamente quien no viaja,
quien no lee,
quien no oye música,
quien no encuentra gracia en sí mismo.
Muere lentamente
quien destruye su amor propio,
quien no se deja ayudar.
Muere lentamente
quien se transforma en esclavo del hábito
repitiendo todos los días los mismos
trayectos,
quien no cambia de marca,
no se atreve a cambiar el color de su
vestimenta
o bien no conversa con quien no
conoce.
Muere lentamente
quien evita una pasión y su remolino
de emociones,
justamente estas que regresan el brillo
a los ojos y restauran los corazones
destrozados.
Muere lentamente
quien no gira el volante cuando esta infeliz
con su trabajo, o su amor,
quien no arriesga lo cierto ni lo incierto para ir
detrás de un sueño
quien no se permite, ni siquiera una vez en su vida,
huir de los consejos sensatos…
¡Vive hoy!
¡Arriesga hoy!
¡Hazlo hoy!
¡No te dejes morir lentamente!


¡NO TE IMPIDAS SER FELIZ!

MERCHE HAYDÉE MARÍN TORICES



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