lunes, 14 de diciembre de 2015

Un diamante, por CARMEN HERNÁNDEZ MONTALBÁN


        
        Se escucha el viento silbar, de vez en cuando, las ráfagas arrastran una lluvia diminuta. Las gotas chocan contra el parabrisas como cristales iluminados, a intervalos, por un sol amordazado de nubes a las que, también de vez en cuando, consigue burlar.
   - ¿Qué tal si hoy hacemos una excepción y nos vamos a cenar fuera?
¿Una excepción? Se pregunta mientras asiente, intentando no mostrarse sorprendida. Después de un día tan ajetreado lo único que desearía es llegar cuanto antes a casa, darse una ducha caliente, tomar un vaso de leche tibia y sumergirse sin preámbulos en el sueño. Pero hacía una eternidad que él no traspasaba la barrera narcotizante de la rutina y esta propuesta repentina le hacía sentir una mezcla de curiosidad, excitación y vértigo.
Hacía tiempo que el silencio se había establecido entre ellos como un acuerdo tácito. Desde aquel día en el que ella, para ponerlo a prueba, le soltó a bocajarro que quería un diamante como regalo de su décimo aniversario de bodas. Él soltó una carcajada a modo de respuesta, pensando que aquel despropósito no podía ser menos que una broma. Pero lo taladró con la mirada, cogió su bolso y se marchó de la cafetería como alma que se lleva el diablo. Ruborizado y confundido, su marido salió tras de ella sin pagar la cuenta y tuvo que volverse ante la llamada de atención del camarero. ¿A dónde quería llegar con todo esto? Era un humilde empleado de correos, tenían tres hijos a los que mantener y su sueldo apenas daba para llegar a fin de mes, no podían permitirse semejante capricho. La estuvo buscando toda la tarde, llamó a la casa de sus padres, telefoneó también a casa de algunas amigas, se acercó a la biblioteca a la que solía ir algunas tardes, pero ni rastro. Finalmente, cuando ya empezaba a oscurecer, la encontró al doblar una esquina, parada junto al escaparate de una joyería, absorta mirando aquel anillo, cuya piedra insultante y transparente brillaba bajo la luz artificial con el resplandor hipnótico del diamante. De no ser porque minutos más tarde se disculpó con él, su marido hubiera podido pensar que había perdido el juicio.
Ella se merecía un diamante ¿cómo es posible que él no hubiera sabido verlo, reconocer que merecía ese reconocimiento?- pensaba mientras atravesaban la avenida y tomaban el desvío hacia el muelle- contemplar aquel anillo en el escaparate de la joyería le había hecho saltar los resortes que le hicieron tomar contacto con la realidad de su vida. Sin tiempo para nada, embebida en la lucha diaria, los hijos, los pañales, el sarampión, la casa, las facturas, la bata de casa como indumentaria oficial, las marcas blancas en el supermercado, el ahorro, el mísero ahorro por si llegara el caso que…, nunca se sabe lo que puede ocurrir…
Pero en realidad no se sabe nada ¡nada! ¿Quién puede saber lo que va a pasar mañana? Los días pasaban sin un brillo que no fuera los ojos de sus hijos o las caricias apresuradas y mecánicas de los sábados por la noche con su esposo.
Mientras avanzaban, un nudo en la garganta la toma por sorpresa. Van camino del muelle ¿A dónde van? Cerca de allí sólo hay un restaurante, con una hermosa terraza que da al mar, el del mirador. Cenar allí cuesta un ojo de la cara. Sin embargo parece que ese es el destino elegido, pues lo ve aparcar y ahora, ante su cara de pasmo, le abre la puerta del coche por fuera y la invita a salir.
Camina como si flotara, incrédulo. Ya dentro del comedor repleto de mesas con manteles blancos impecables, se mira de reojo en una columna de cristal de múltiples tonos azules y no se reconoce.  Les asignan una de las mesas en la terraza, desde la que puede contemplarse un panorama espectacular del puerto, que a esa hora se va iluminando como un cuenco con lamparillas de aceite encendidas.
  -   Por favor, tráiganos la carta y una botella del mejor Sauvignon…
No es posible que esto esté ocurriendo –piensa- mi marido está perdiendo el juicio, le tocó la lotería o me está siendo infiel,  porque si no es así ¿a qué viene esto?
  ¿Te sientes bien Luisa?
  - Sí, muy bien gracias –contesta torpemente
 - ¿A qué vienen las gracias? Soy tu marido, no un desconocido- dice con ternura.
  Cierto, era su marido, sin embargo desde hacía bastante tiempo, su marido era ese extraño que ordinariamente ocupaba por las noches el otro lado de la cama, almorzaba cuando podía en casa, compartía con ella los gastos, la hipoteca y muy ocasionalmente algún que otro momento de pasión.
Te preguntarás qué celebramos esta noche o qué mosca me ha picado, para que tal día como hoy, un día cualquiera, nos hayamos desviado del camino que nos conduce a casa. Luisa, mira la luz de esta copa, fíjate en el brillo que refleja. Si la observas bien verás que es diferente al que proyecta la tuya. Aunque las dos parecen idénticas, no lo son, como tampoco es el mismo el lugar que ocupan en la mesa. Esto nos lleva a la conclusión de que somos diferentes, únicos e irrepetibles. Y que una vez que desaparecemos, algo singular desaparece, por lo tanto mi amor, esta noche celebramos la vida.

1 comentario:

  1. Deleite leerte... tenía algo casi terminado, pero no pude llegar... un mes tremendo

    ResponderEliminar