sábado, 14 de noviembre de 2015

Un día de noviembre, por PEDRO PASTOR SÁNCHEZ.



―¡Mamá!.¡Tengo miedo!
―Nada tienes que temer, mi pequeño ángel. No es más que el cárabo buscando compañía. Verás como pronto cesa su canto y puedes volver a conciliar el sueño.
―¡Mamá!. ¡Tengo frío!
―Acurrúcate aquí, junto a mí, y yo te daré calor. Es cierto que esta morada nuestra es algo austera y fría, pero tendremos que acostumbrarnos a ella, mal que nos pese.
―Mamá, ¿por qué lloras?
―Por nada, hijo mío. Nuestra vida no fue fácil pero nunca faltó una reconfortante sonrisa para empezar el día. Ahora las noches son largas, y a veces una sombría tristeza se ceba con mi alma. Pero no tienes de que preocuparte. Yo estaré  contigo por toda la eternidad.
―Y yo contigo, mamá. Nunca me iré de tu lado.

―Hijo mío, ven. Vamos a visitar a tus abuelos.
―¿Por qué están tristes los abuelos, mamá?
―Porque lamentan la situación en la que se encuentra nuestra familia.
―¿Puedo jugar con ellos?. Al abuelo siempre le gustó ir al parque conmigo.
―Ahora no puede acompañarte, mi amor, por más que él quisiera. Despídete ya, tenemos que volver.
―¡Adiós abuelos!. Pronto volveremos a encontrarnos.


―Mamá, ¿dónde está papá?. ¡Por qué no está aquí, con nosotros?
―Mi retoño, papá está lejos, muy lejos, no creo que volvamos a encontrarnos. A él le está prohibido el acceso aquí. Por suerte tú no lo recuerdas, pero papá se portó muy mal con los dos. Por eso tienes que olvidarte de él.
―Pero, ¿qué le hicimos para que se portara mal con nosotros?. ¿Acaso no nos quería?
―Sí, nos quería, pero a su manera. Nunca llegó a entender que una persona no es propiedad de otra, que la libertad para adoptar decisiones debe prevalecer sobre los egoísmos.

―¡Mamá, mira!. Ha llegado la primavera. Hay flores por todas partes. ¡Y qué  aroma!. Hace mucho tiempo que no olía algo tan agradable.
―No es la primavera, mi tesoro. Si te fijas, el día es plomizo y el viento arremolina la ocre hojarasca por los rincones de este tétrico lugar.
―Entonces, dime. ¿Qué hacen todas estas flores aquí?
―Son ofrendas, cariño. Cada ramo es un sentimiento, cada flor, una lágrima que escapa de un corazón roto por el dolor, por la ausencia.
―No lo entiendo, mamá. Y tampoco entiendo por qué no hay flores en nuestra morada.

―Hijo mío, somos los últimos de nuestra estirpe. Ya nadie vendrá a visitarnos, ya nadie nos llorará, ni depositará una sola flor en nuestra memoria. Tu padre nos condenó a este gélido sepulcro aquel día de locura. Duerme de nuevo, mi bien, que yo velaré tu sueño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario